Uno que dice: “El deseo sexual es sucio, hay que reprimirlo”.
Otro que grita: “¡Déjate llevar! ¡Haz lo que sientas! ¡Disfruta sin pensar!”.
Pero seamos sinceros: ¿alguno de esos extremos realmente sacia el corazón? Es como si, ante el hambre, te dijeran que sólo puedes elegir entre morir de hambre o comer nuggets toda la vida… y por dentro tú sabes que fuiste creado para un banquete.
Tu deseo no es un problema es una brújula
Entonces, ¿qué hacemos con este deseo que arde dentro?
Para los cristianos, ese deseo no es un problema. Es una brújula. Nos apunta a nuestra identidad más profunda. Nos revela quiénes somos y quién es Dios.
Dios mismo es comunión de personas. San Juan lo resume en su Evangelio como Dios es Amor (Jn 4,8). No es algo que hace: es lo que es. Y si fuimos creados a su imagen y semejanza, tiene sentido nuestro anhelo de entregarnos y recibir al otro.
Fuimos creados por Amor y para el Amor. Como enseñó San Juan Pablo II: “El deseo de amar y ser amado está inscrito en lo más profundo del corazón humano.”(Audiencia General, 16 enero 1980).
Fuimos creados por el Amor y para el Amor
Dios quiso que ese plan de amor fuera tan evidente que nos creó hombre y mujer. Nos dio un cuerpo sexuado, no como un “envoltorio”, sino como signo visible de un misterio invisible.
El cuerpo, de hecho, tiene un lenguaje propio:
“El cuerpo, y solo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino.” (San Juan Pablo II, Audiencia General, 20 febrero 1980).
La sexualidad no se reduce a la genitalidad: abarca cuerpo, mente, alma y espíritu. Es todo lo que somos. Y cuando cada gesto —una mirada, un beso, una caricia— está cargado de verdad y centrado en el otro, se vuelve algo sagrado.
Así lo expresa el Catecismo: “La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Afecta particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear, y de una manera más general a la aptitud para entablar vínculos de comunión con otro.” (CIC, 2332).
Por eso la Biblia describe la relación entre Dios y la humanidad como un amor esponsal. El amor entre esposo y esposa —también en el acto conyugal— es un anticipo del gozo eterno que nos espera en el cielo.
El eros es un cohete que nos apunta al Infinito
Ese anhelo de unión total con otro, ese fuego interior que llamamos eros, está llamado a impulsarnos hacia el Infinito. Es como un cohete: poderoso, pero que necesita dirección.
La complementariedad entre hombre y mujer revela que no fuimos creados para quedarnos en nosotros mismos, sino para salir al encuentro, amar y, a través del éxtasis, dejarnos elevar al deseo de un amor eterno.
Ahora bien, este diseño maravilloso no es una teoría lejana: toca nuestra vida diaria. Todos llevamos dentro ese deseo profundo, pero necesitamos aprender a orientarlo según el corazón de Dios. ¿Cómo hacerlo en lo concreto? Aquí te comparto tres claves sencillas que pueden marcar la diferencia:
- Sé brutalmente honesto contigo y con Dios.
La oración no es maquillaje: es desnudarse ante Él. No temas decirle lo que de verdad sientes y piensas. Esa honestidad no lo escandaliza: lo atrae. - No mates el deseo. Deja que Dios lo ensanche. El hambre interior no está para ser reprimido ni para anestesiarlo, sino para abrir espacio a Dios. No huyas de tu hambre. Abraza tu indigencia. No es debilidad: es el comienzo de la verdadera confianza. Jesús prometió: “El que viene a mí no tendrá hambre; el que cree en mí no tendrá sed”. Cristo ha venido a salvarnos de la mentira de que saciar nuestra hambre depende solo de nosotros.
- Enamórate de la Verdad.
La enseñanza de la Iglesia a veces nos suena como una larga lista de “noes”. Pero si lo miras bien es un gran sí al amor verdadero: libre, total, fiel y fecundo.
Cuando yo batallo con esto, regreso al punto 1. Llevo mis preguntas, mis frustraciones, mi cansancio a la oración. Yo vivo por ese gran SÍ que se me ha propuesto y se me ha prometido. Y mis “no” cuidan ese sí.
Mi pregunta para ti es: ¿a qué le quieres decir que sí?
El amor que deseas existe. El amor que esperas se ha encarnado. Y El amor que anhelas ya te ama apasionadamente. Ese Amor con mayúscula es Jesús.
Te invito a que hoy hables con Él y que te prometas que no vas a conformarte con migajas. Porque sé que no soy el único corazón incansable, porque sé que tú también tienes hambre, hambre de cielo.
Muy buen blog me dejó mucho que pensar » ánimo Ana Belén»
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