ESCUCHA LA MEDITACIÓN

TEMPESTADES

Dios no es la causa de los males naturales; tempestades de este mundo. Pedir un milagro en estos temas es pedir un milagro de milagro. En cambio, pedirle que nos libre de las tempestades interiores es un milagro más al alcance de nuestras manos.

“Se subió después a una barca, y le siguieron sus discípulos. De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía.” (Mt 8, 23-24)

Viene la tempestad y Jesús duerme. Pareciera que la tempestad es algo que se le escapa a Dios de las manos, o que la culpa de la tempestad es el sueño de Jesús…
Porque viene la tempestad y Jesús duerme…
Ahora, yo te pregunto con un libro que leí hace poco: “si viene un terremoto [una tempestad en este caso] y mueren personas, ¿no tiene la culpa Dios?
Vamos a contestar con una anécdota histórica, aunque quizá tenga más de fábula que de historia verdadera.

Cuentan que, cuando Isaac Newton publicó su obra magna, Philosophiæ naturalis principia mathematica, en 1687 —donde describía, entre otras cosas, las leyes de los movimientos planetarios y la ley de la gravitación universal—
Al cabo de un tiempo fue invitado por el rey de Francia a su corte, para presentar y explicar sus Principia.
Después de haberlos expuesto, el rey francés le preguntó: — Y en toda esta teoría, ¿dónde se encuentra Dios?
— Majestad –respondió Newton—, en mi teoría, Dios es una hipótesis no necesaria.

HACE SURGIR TODO DE LA NADA

Probablemente es más fábula que historia, porque no parece lógico que Newton diera esa respuesta tan elemental. Pero tiene su interés.
Hasta Newton, la creencia general era que, si los planetas, el sol o la luna se movían, era porque Dios iba arrastrándolos con su dedo.
Newton explica que no es así: los planetas se mueven según las órbitas descubiertas por Copérnico y siguiendo las leyes de Kepler, que se habían conocido recientemente.

contigo, tempestad
No se mueven porque los mueva Dios, sino porque van siguiendo la ley de la gravitación universal.
Y tenía razón: Dios no es necesario para explicar el movimiento de los planetas… ¡solo su existencia! [Que no es poco]… así como la existencia de la misma ley de la gravedad [que tampoco es poco…].
Es decir, Dios hace surgir la creación de la nada, la echa a andar, y la deja funcionando a su aire según unas leyes inmutables.
Algunas de las cuales hemos ido descubriendo los hombres, como la ley de la gravedad. Pero Dios no está moviendo los planetas con su dedo. Ni está provocando un huracán, ni un terremoto, ni unas lluvias torrenciales, ni metiéndonos unos virus en el cuerpo.

UNA EXPEDICIÓN POR EL AMAZONAS

Dios ha puesto en marcha la creación, de una manera increíblemente prodigiosa, con un equilibrio casi milagroso que posibilita la vida sobre la tierra.
Y (…) esos maravillosos bienes que configuran nuestro mundo a veces tienen efectos secundarios extremos que nos resultan perjudiciales.
Pero nunca se puede decir que un huracán o una inundación [o una tempestad] sean resultado de una actuación directa de Dios, como no es Dios el que nos hace enfermar: Dios no es nunca el causante de un mal.
Es lo que se llama autonomía de la creación” (El Dios de la alegría y el problema del dolor).
Con esto aclarado te comparto una anécdota simpática:

“un famoso científico alemán quiso realizar una expedición por el Amazonas. Era una eminencia en los diversos ramos del saber.
Llegado al Brasil, le pidió a uno de los naturales del lugar que lo llevara en su barca, río adentro. El joven aceptó con gusto.
Durante la travesía, el sabio preguntó al joven: ¿Sabes astronomía? No. ¿Y matemáticas? Tampoco. ¿Y biología o botánica?
—No, yo no sé nada de esas cosas, señor —le respondió el muchacho, muy confundido—. Yo solo sé remar y nadar.
¡Qué pena! —le dijo el científico—, has perdido la mitad de tu vida. Y guardaron silencio.
Al cabo de una media hora se precipitó una tormenta tropical y la barca amenazaba naufragar.
Entonces el barquero preguntó al científico: ¿Sabe usted nadar, señor? —No —contestó el sabio—.
Y el muchacho, con tono apenado, le dijo: —¡Pues usted ha perdido toda su vida!” (octubre 2019, con Él, Javier Mira).

DE LA MANO DE DIOS

O sea: hay tantos acontecimientos que tienen lugar en este mundo nuestro y en nuestras vidas, la tuya y la mía, que no son provocados por Dios. Hay tantas tempestades que Él no quiere, pero que tienen lugar.
A nosotros corresponde hacerles frente con nuestros propios recursos y conocimientos. Por ejemplo: saber nadar.
Claro, que lo mejor es hacerlo de la mano de Dios. Siendo conscientes que Él no nos manda estas pruebas, sino que nos acompaña en ellas…

“Se le acercaron para despertarle diciendo: — ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Jesús les respondió: — ¿Por qué se asustan, hombres de poca fe?
Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma.

Los hombres se asombraron y dijeron: — ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?” (Mt 8, 25-27)

Espero no confundirte con lo que te voy a decir ahora: se vale pedirle a Dios milagros. Pero hay que tener en cuenta que la creación en sí misma ya es un milagro.
Saber esto nos debería ayudar a ser conscientes que, pedirle a Dios que intervenga en estas cosas, es pedirle un auténtico milagro que, estaría por encima del milagro ordinario del mundo creado con sus leyes.
Dios no está obligado a hacer milagros. De alguna manera podríamos decir que es un milagro que Dios haga un milagro. Por lo que no hacerlos en estos temas no es indiferencia suya.

ACOMPAÑÁNDOME EN LOS GOLPES

Es más, hacerlos constantemente, ser un Dios intervencionista de la creación, sería un sinsentido; porque entonces mejor sería no haber creado el mundo e implicaría no respetar las leyes que Él mismo le ha puesto…
No puedo cambiar los golpes que la vida me va a dar, pero me puedo cambiar a mí.
Y seguro que Dios está más dispuesto a ayudarme con ese milagro de hacerme a mí mejor, a pesar de los golpes, acompañándome en los golpes…
Jesús acompaña a los apóstoles, ellos hacen lo que pueden y, por supuesto, acuden a Él. El milagro tiene lugar. Pero la dicha no está en el milagro sino en la divina compañía.
Es más, los milagros más posibles y necesarios (si es que se permite hablar así) son los que tienen que ver con nuestro mundo interior.
Ahí las tempestades amenazan arrasar con todo: en esta vida y en la próxima (en la vida eterna).
Dice san Agustín:

“Tu corazón se turba por las tribulaciones del mundo, igual que la nave en que dormía Cristo”. (SAN AGUSTÍN, Sermón, 81, 8).

CUANDO DUERME LA FE

Es decir, la barca avanza sobre las aguas, el viento arrecia, las olas crecen y arremeten, todo amenaza ruina… y Cristo duerme.
¿Cómo puede ser esto? Es cierto que conmueve ver el cansancio de Dios hecho hombre, pero ¿por qué duermes, Jesús, por qué? ¿No será acaso que eres indiferente?

Barca, tempestades
Y vuelve san Agustín a decir:

“Advierte, hombre cuerdo, la causa de la turbación de tu corazón; advierte cuál es el motivo. La nave en que duerme Cristo es tu corazón en que duerme la fe” (Ibíd.).

O sea, Jesús se difumina en la medida en que tu fe se difumina en tu corazón. ¿Falta fe? Si es así, Cristo duerme. Y es entonces que arrecian las dificultades.
Sigue el santo obispo de Hipona diciendo:

“¿Qué se te dice de nuevo, oh cristiano? ¿Qué se te dice de nuevo? […]. La tempestad se abate contra tu corazón; evita el naufragio, despierta a Cristo.
Que Cristo –dice el Apóstol– habite por la fe en nuestros corazones.
Cristo habita en ti por la fe.
Si está presente la fe, está presente Cristo; si la fe está despierta, está despierto Cristo; si la fe está olvidada, Cristo duerme” (Ibid.).

SON MUCHAS LAS TEMPESTADES

¡Despiértalo! Sacude a Jesús y dile lo mismo que le dijeron los apóstoles:

¡Señor, sálvanos, que perecemos!

¿Cómo hago eso? Pues, despierta tu fe y comenzará a hablarte Jesús. Te dirá:

¿Por qué te asustas, hombre de poca fe?

Y termina comentando, san Agustín:

“¿Te extrañas de que se derrumbe el mundo?” (Ibid.).

En todo caso, extráñate de tu falta de fe…
Tal vez lo que deberíamos de hacer es pedirle a Jesús que despierte nuestra fe. Porque son muchas las tempestades…
Se lo pedimos a través de nuestra Madre, a la que llamamos Estrella de la mañana. Es la sugerencia que nos da san Bernardo:

“¡Oh! tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y tempestades,
si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella”.


Citas Utilizadas

Ge 19, 15-29

Sal 25

Mt 8, 23-27

SAN AGUSTÍN, Sermón, 81, 8.

octubre 2019, con Él, Javier Mira

Reflexiones

Señor, ayúdanos a nunca perder la fe, a siempre confiar en que Tu estás acompañándonos en todo momento, especialmente en las tempestades.

Predicado por:

P. Federico

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