Bueno, hoy estamos haciendo este rato de oración contigo, Señor, y vamos a recordar que todos, prácticamente todos desde muy pequeños, hemos aprendido de nuestras madres, de nuestras abuelas, de nuestros papás, esa oración tan bonita que es el Padre Nuestro.
Esa oración que hemos repetido infinidad de veces desde entonces. Una oración que también rezamos cuando le decimos a nuestra Madre esa oración, esa práctica tan bonita de piedad que es el Santo Rosario. Es también la oración que el sacerdote nos invita a decir en el rito de la comunión, en la santa misa.
Y allí precisamente, el sacerdote con esa invitación dice algo que me parece muy interesante, porque nos dice, nos atrevemos a decir ¿Y cómo es eso de que nos atrevemos a decir, si es sumamente fácil decir el Padre Nuestro? No es que haga falta mucha valentía para decirlo.
NOS ATREVEMOS A DECIR…
Pues sí, nos atrevemos a decir, porque allí llamamos a Dios Padre, nuestro Padre. Y eso es un atrevimiento en el sentido de que ser hijos de Dios no es un derecho que nos hemos ganado por nuestros méritos. Es un regalo inmerecidísimo del cielo, llamar a Dios nuestro padre. Somos hijos de Dios, de modo mucho, mucho más especial con el sacramento del bautismo.
Y por supuesto que en ese sentido sí es un atrevimiento, porque ser hijos de Dios es un don inmerecido. Pero además, también yo creo que el sacerdote dice nos atrevemos a decir porque resulta que la oración del Padre Nuestro tiene una parte que es sumamente peligrosa solamente apta para valientes y es ese momento en el que decimos al Señor perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Y caray, esto es peligrosísimo, porque le estamos pidiendo nada más y nada menos al Señor que tenga la medida de paciencia con nosotros del mismo tamaño como la tenemos nosotros con los demás. Cosa que bueno, hay que tener muchas agallas para poder pedírselo. Señor, que tú tengas la misericordia conmigo en la misma cantidad en la que yo tengo misericordia con los demás.
PETICIÓN ATREVIDA Y VALIENTE
Y esta petición es bastante atrevida, bastante peligrosa, me atrevería a decir. Porque muchas veces, Señor, tenemos que reconocer que somos bastante mecha corta en este tema de la paciencia. Y te cuento todo esto porque el Evangelio de hoy tiene dos partes, que pareciera que no tienen muchísima conexión entre sí, pero resulta que es el hilo conductor de la paciencia lo que le da sentido a todo el texto de hoy.
En la primera parte del Evangelio, unos judíos están hablando con el Señor y le cuentan de dos tragedias. La primera, parece que Pilatos mandó a matar a unos Galileos y gran escándalo porque la sangre de ese asesinato se mezcló con la de la sangre de los sacrificios que estaban haciendo justo en ese momento.
Segunda tragedia, otros judíos en Siloé parece que murieron porque les cayó encima una torre y la gente de su tiempo, de aquel tiempo, pensaba muchas veces como nosotros, que las desgracias eran un castigo directo de Dios a causa de los pecados de aquellos hombres. Pero tú Señor le dices algo que es sorprendente.
TERMÓMETRO DE BONDAD O MALDAD
“¿Creen ustedes que esos Galileos que murieron eran más pecadores que los demás porque sufrieron así? Les digo que no. Y aprovecha el Señor y nos dice, y si ustedes no se convierten, todos perecerán de la misma manera”.
Es decir, que aquí el Señor nos está advirtiendo contra aquel termómetro de la bondad o la maldad. Es decir, nos está diciendo que las desgracias no son siempre un termómetro infalible para saber quién es bueno y quién es malo. En lugar de señalar con un dedo a los demás y decir, mira, eso se lo mereció por un castigo divino, Jesús nos pide que aprovechemos siempre esa oportunidad para preguntarnos cómo estamos nosotros en nuestra relación con Dios, en nuestra conversión.
Bueno, parece que termina esa parte del Evangelio y acto seguido como que el Señor se pone a hablar de otra cosa porque les presenta la parábola de la higuera. Luego Jesús les dice que un hombre tenía una higuera y esa higuera no daba fruto. Y no dio fruto, no ahorita, sino durante tres años.
EL DE MODO DE PENSAR DE DIOS
Y así estaba frustrado, “y le dice al viñador que trabajaba para él, córtala, ¿para qué ocupa terreno? Pero el viñador responde, Señor déjalo un año más, cavaré alrededor y echaré abono. Y si da fruto, bien, y si no, pues ya la puedes cortar”.
Aunque parezca que son dos partes del evangelio resulta que una es el contraste con la otra porque en una vemos que claramente la parábola de liguera es la señal de la paciencia que Dios, tiene le da un año más de vida a la higuera. Tiene todavía esperanza en que dé fruto. Y en cambio los que hablaban con Jesús en la primera parte del evangelio, más bien pensaban que Dios inmediatamente, cuando alguien no daba fruto, cuando alguien pecaba, cuando alguien era miserable, pecador, pues había que cortarlo inmediatamente y por eso Dios les había mandado esas tragedias.
Es decir, que en contraste con nuestro modo de pensar tantas veces, está el modo de pensar de Dios. Esa diferencia abismal entre la paciencia de Dios y la paciencia nuestra. El dueño de la higuera claramente representa nuestra mentalidad, quiere resultados inmediatos y eso yo creo que se ha agudizado mucho más en estos tiempos actuales, porque todo tiene que ser inmediato.
PACIENCIA Y CONFIANZA
Las redes sociales hacen que todo lo queramos ya. Si algo no nos atrae, si algo no nos divierte, si algo no nos entretiene, pues ya está, pasamos al siguiente vídeo, a la siguiente imagen. Todo tiene que ser inmediato. Cuando mando un mensaje, si se pone de color doble azul, pues yo estoy esperando que inmediatamente me respondan.
Nosotros tenemos que ser más como Dios, obviamente. Contar con la paciencia, contar también con la confianza que Dios pone en las personas. Muchas veces somos impacientes con esos amigos que no terminan de cambiar, con el compañero de trabajo o del colegio o de la universidad que sigue metiendo la pata y se equivoca una y otra vez.
A veces también somos muy impacientes con nosotros mismos, cuando no logramos ser perfectos según esa imagen de perfección que nos hayamos trazado. Pero el viñador de la parábola de hoy es diferente. Él no se rinde tan fácil. Él tiene el tiempo a su favor. Tiene paciencia, tiene cuidado. Dice, “dame una oportunidad más para trabajar con esta higuera”. Y así es Dios, obviamente. Él no nos descarta inmediatamente cuando fallamos.
ABRIMOS LOS OJOS
Qué asombrosa esta paciencia de Dios. Tú y yo, por ejemplo, esta mañana abrimos los ojos. Señal clarísima de esa paciencia que Dios nos tiene. Vamos, después del día de ayer, haciendo un mínimo de examen del día de ayer, encontraremos muchísimas faltas de amor, faltas de correspondencia, retrasos a esa entrega que Dios nos pide generosamente en todo. Encontraremos seguramente también pecados. Y Dios podría haber dicho, ¿para qué ocupa más espacio? ¿Para qué sigue gastando más oxígeno del de la Tierra? Ya este fue tu último día.
Y en cambio, sorprendentemente, esta mañana volvimos a abrir los ojos y eso es una señal más de esa misericordia y de esa paciencia que Dios tiene con nosotros. Si Dios pensara como nosotros, si Dios tuviese exactamente la misma medida de paciencia que nosotros tenemos con los demás, si él creyera que a cada equivocación le corresponde inmediatamente un castigo contundente, hace rato que a ti y a mí nos hubiese partido un rayo. No estaríamos aquí hablando contigo, Señor.
VIVIR EL PADRE NUESTRO
Y sin embargo, hoy volvimos a abrir los ojos. También hoy, si tenemos la oportunidad, nos podemos acercar a ese tribunal de la misericordia divina que es el sacramento de la confesión. Ahí podemos volver a empezar, no importa qué tan graves o qué tan reincidentes hayan sido nuestras faltas. Qué impresionante la paciencia que Dios tiene contigo y conmigo. Providencialmente tenemos este evangelio de hoy que nos recuerda precisamente esto, que la medida de nuestra paciencia tiene que parecerse mucho más a la paciencia que Dios tiene contigo y conmigo.
Y por eso seguiremos rezando muchísimas veces la oración del Padre Nuestro, pero ahora con mayor atención. Y ya nos damos cuenta de por qué también el sacerdote dice, nos atrevemos a decir, la vamos a rezar con mayor devoción, con mayor fe, pero también por supuesto con mayor sentido de responsabilidad.
Señor después de lo bien que te has portado conmigo, después de lo mucho que me has perdonado, después de toda la paciencia que me has demostrado, se me cae la cara de vergüenza si yo no intento practicar lo mismo con los demás. Ayúdanos Señor con tu gracia.






Deja una respuesta