Estamos ya en el adviento que empezó ayer. Es un tiempo de penitencia, un tiempo para ofrecer algún sacrificio.
Me acuerdo un consejo que alguna vez me dieron:
“El mejor sacrificio es hacer la vida agradable a los demás”.
El mejor sacrificio es preocuparse de las personas que tenemos a nuestro alrededor, como lo hizo el centurión del evangelio de la misa de hoy:
«En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: “Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho”. Le contestó Jesús: “Voy a curarlo”».
Aquí me detengo un momento para, simplemente, resaltar esta idea: un hombre que tiene un criado, que se preocupa por él y va a pedirle a Jesús que lo cure. Y, efectivamente, Jesús lo curó sin ni siquiera tener que ir físicamente, porque el centurión no se dejó. ¿Te acuerdas?
Porque sigue diciendo el Evangelio:
«Pero el centurión replicó: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “En verdad les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe”»
(Mt 8, 5-10).
El evangelio nos quiere enseñar esa actitud como de preocupación por los demás, de servicio a los demás, de acercar a los demás a Jesús.
QUERER A LOS DEMÁS
San Josemaría decía que:
“La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en esta tierra”.
Parte de esa felicidad nuestra en esta tierra pasa por hacer felices a los demás, darnos a los demás. Por aquello que dicen que “la felicidad es una puerta que se abre hacia afuera”. Pues de nosotros depende construir un pedacito de Cielo para los demás, donde además será para nosotros nuestro Cielo en esta tierra y luego en la vida eterna.
De nosotros depende hacer que, en nuestra familia, entre nuestros amigos, se siga diciendo aquello que se decía de los primeros cristianos: miren cómo se quieren.
Nada hace más feliz en el mundo que querer a los demás y querer el bien; el mayor bien para los demás, es acercarles a Dios.
Y les acercaremos a Dios, en primer lugar, con el ejemplo. En la medida en que luchemos por ser coherentes con nuestras acciones, seremos creíbles para los demás; la gente encontrará un testimonio real de ese mandamiento nuevo del amor.
Cuando estuvo el Beato Álvaro del Portillo en la ciudad de México, en el año 83, lo llevaron a una peluquería y había ahí un peluquero que se llamaba Erasmo que se encargó de cortarle el cabello.
Cuando se fue, los que iban a ver al tal Erasmo para cortarse el pelo, surgía natural la conversación de aquella vez que fue el Beato Álvaro del Portillo y le preguntaban:
“Oye, ¿cuál ha sido tu experiencia de haberle cortado el cabello a aquel sacerdote?”
Él siempre repetía lo mismo:
“Monseñor (porque en aquel entonces era Monseñor del Portillo) me demostró que me quería muchísimo y si Dios me quiere así, yo por Dios estoy dispuesto a hacer lo que me pida”.
Es reflejar en nuestra vida tu rostro, Jesús.
TRANSMITIR EL CARIÑO
Lo decía el Papa Francisco en un Ángelus:
“Quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad. Tanta verdad, tanta belleza y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús; este es el gran tesoro”
(Ángelus, 27 de julio de 2014).
Nuestra fraternidad tiene que ser eso: transmitir el cariño que nos tenemos. De eso se trata: transmitir el amor de Dios, buscar a Jesús, encontrar a Jesús -nos dice el Papa- y llevar ese tesoro a los demás.
Este es el gran tesoro: transmitir el amor de Dios.
El Papa nos ha hablado muchísimo, en su pontificado, también sobre la gran batalla contra lo que él llama: la globalización de la indiferencia.
Que todos padecemos un poquito la indiferencia del mundo actual, que nos lleva con mucha facilidad a dejarnos vencer por la indiferencia. Porque tenemos tantas cosas que hacer, porque la vida va tan rápido que podemos terminar siendo indiferentes a la gente y nos acaban dando lo mismo las cosas y preocupaciones de los demás.
Por ejemplo, entre tanta violencia que vivimos, de pronto ya se nos hace como normal o terminamos siendo indiferentes ante el sufrimiento de tanta gente.
No te digo que nos pasemos la vida llorando de tantos males, porque también hay muchísima gente buena, pero quizá pensando en lo que a nosotros nos toca con la gente que nos rodea en nuestra propia casa, ¿cómo somos?
PAPA FRANCISCO
Esto lo contaba en un libro uno de los biógrafos del Papa Francisco, es un testimonio que daba él de cuando era obispo auxiliar en Buenos Aires:
Saliendo de la catedral, iba con prisa para tomar un tren pues debía dar un retiro espiritual a unas monjas, cuando en ese momento un joven se le acercó y le pidió confesión.
El Papa le dijo que esperara hasta que el cura de servicio se pusiera en el confesionario y siguió su camino, porque llevaba prisa. Pero cuando se alejaba, le dio una enorme vergüenza y se volvió para oírlo en confesión.
Terminaba contando el Papa que, finalmente, llegó a la estación de tren todavía a tiempo de tomarlo, por lo que ni siquiera llegó con retraso.
Dice él mismo que después del retiro se fue a confesar, convencido de que, si no se confesaba, no podía celebrar misa el día siguiente y lo que confesó fue que, durante un momento, se olvidó de su misión.
Pues ahí es donde todos tenemos mucha tela donde cortar en nuestra lucha, porque es bien fácil dejarnos vencer por la indiferencia y de muchas maneras: podemos acabar aislándonos de las personas con las que comemos, con las que vivimos en nuestro entorno social.
VENCER LA INDIFERENCIA
Te pedimos, Jesús, que nos ayudes a vencer esa tentación de la indiferencia.
Por eso yo te animo en este adviento que comienza, a hacer examen con unas palabras de san Josemaría:
“-Hijo, ¿dónde está el Cristo que las almas buscan en ti?: ¿en tu soberbia? ¿en tus deseos de imponerte a los otros? ¿en esas pequeñeces de carácter en las que no te quieres vencer? ¿en esa tozudez?… ¿Está ahí Cristo? –¡¡No!!
–De acuerdo: debes tener personalidad, pero la tuya ha de procurar identificarse con Cristo
(San Josemaría, Surco 468).
Que las cosas de las personas con las que convivimos sean muy nuestras, como lo fue la salud del siervo del centurión del evangelio de hoy, que intercede ante Jesús.
Te lo pedimos, Señor: que sepamos querer mucho a los demás, a los que conviven junto a nosotros y que, cuando seamos indiferentes ante ellos, les pidamos perdón.
Vamos a acudir a la Virgen, que es causa de nuestra alegría.
También estamos viviendo en estos días, hoy en concreto, el segundo día de la novena a la Inmaculada Concepción. Vamos a pedirle a ella, a santa María Inmaculada, que sepamos ser muy felices en nuestra vida, dándonos del todo a los demás, como lo hizo ella en Belén, en Nazaret y, especialmente, en el Calvario.
Gracias Padre hermosa reflexión y un gran consejo ‘hacer agradable la vida a los demás y hacernos la pregunta ‘donde está el Cristo que los demás buscan en ti’
Gracias Padre hermosa reflexión y un gran consejo ‘hacer agradable la vida a los demás y hacernos la pregunta ‘donde está el Cristo que los demás buscan en ti’