ESCUCHA LA MEDITACIÓN

EL CIELO VALE LA PENA

Hoy celebramos la Transfiguración del Señor. Es para los apóstoles y para nosotros un adelanto de ese cielo que vale totalmente la pena.

Hace unos tres años, un amigo sacerdote me regaló un suéter que era de muy buena calidad, de hecho, era de una buena marca, una marca conocida. Resulta que él también se lo habían regalado, pero como no le quedaba la talla, me lo cedió a mí. De color negro, la verdad, muy sencillo, pero eso sí, muy elegante.

Lo decidí guardar para ocasiones especiales, porque yo no suelo tener prendas así de costosas y por eso tenía como una ilusión especial, para usarlo solamente en momentos importantes.

Como ahora mismo me estoy mudando, fui a sacarlo de donde lo tenía guardado para meterlo en la maleta, y para mi sorpresa, el suéter tenía tres grandes agujeros muy visibles: resulta que una polilla se había dado un gran banquete.

Ahora el suéter, pues no tiene fácil reparación, al menos no va a quedar exactamente como antes. Y bueno, mi gozo en un pozo. Lo tenía guardado “por si acaso”, pero al final la providencia decidió que para mí era mejor vivir sin ese suéter.

Perdonen la referencia personal, pero muchas veces Dios juega así con nosotros, para que nos despeguemos, para que soltemos incluso esas cosas que son buenas, nobles, útiles, necesarias, de modo que tengamos el equipaje más ligero para ir a donde haga falta, donde Él quiera llevarnos.

Creo que para eso Jesucristo les concedió a tres de sus discípulos este regalo que celebramos el día de hoy, porque estamos celebrando la fiesta de la Transfiguración del Señor.

MONTE TABOR

En la misa de hoy escuchamos a san Lucas narrar como Jesús se lleva a tres de sus amigos -Pedro, Juan y Santiago- a un singular privilegio. Dice san Lucas, que subió con ellos a lo alto de una montaña para orar.

Acá aprovechamos para agradecer al Señor, porque también, ahora mismo, en estos minutos de oración nos sentimos muy privilegiados, porque nos lleva como a sus amigos, a un momento VIP, un momento para personas muy importantes. Tal vez no a lo alto de una montaña, porque estamos haciendo este rato de oración en lugares muy variados, pero sí que son minutos de exclusividad para Dios, apartados, aunque sea unos instantes de esas tareas cotidianas, para escuchar más fácilmente lo que Dios quiera decirnos.

Continúa san Lucas la descripción del suceso, dice:

“Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.”

(Lc 9, 29-32).

Vamos a intentar ahora imaginar esa escena, como si fuéramos nosotros el “cuarto apóstol”, el que no estaba invitado, pero que igual subió. ¡Qué desconcertante! ¿No? ¡Todo es espectacular, es inesperado! Es nada menos que Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas.

¿Qué quiere decir esto del éxodo que Jesús iba a consumar en Jerusalén? Ahora mismo los apóstoles no lo entienden ni nosotros lo entendemos. Salvo Juan, ninguno lo va a entender ni siquiera en el momento mismo en que todo esto se cumpla en el Gólgota.

ADELANTO DEL CIELO

QUIERO VER EL CIELO

Pero cuando pasa el tiempo y con ayuda del Espíritu Santo en Pentecostés, estas palabras van a cobrar todo su sentido. Es que para esto es que lo ha llevado Jesús al Monte, para que tuvieran una mejor perspectiva de todo lo que les había pasado hasta ahora y de lo que le sucedería después.

Perspectiva, palabra clave, porque la Transfiguración es un adelanto de ese Cielo que tiempo después les va a ayudar a darse cuenta de qué es lo importante y de qué es lo accesorio, aquello de lo que se puede prescindir.

Va a quedar para siempre en ellos el recuerdo de lo sucedido:

“Maestro, qué bueno que estamos aquí. Haremos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.”

(Lc 9, 33).

Pedro aquí no sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron todos de temor al entrar en la nube y una voz desde la nube decía:

“Este es mi Hijo, el elegido, escuchadlo. Y después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. (…)”

(Lc 9, 35-36).

¡Qué bien se está aquí con Dios, con el Hijo predilecto! Mientras tengamos esa certeza de que Dios está con nosotros y nosotros con Él, de continuo las 24 horas del día, la vida adquiere su justa perspectiva (palabra clave en este evangelio de hoy).

Después de Pentecostés, cuando recuerden este suceso en el Tabor, van a tener la certeza de que el cielo existe y de que vale totalmente la pena. Los apóstoles van a vivir después momentos de persecución, de fatigas, de incomprensiones, de penurias; tendrán que renunciar incluso a lo más necesario.

Casi todos, a excepción de Juan, van a sufrir el martirio, pero con la certeza de que el cielo existe y que vale totalmente la pena. Al menos tres de sus apóstoles han tenido un adelanto clarísimo del cielo, ya aquí en la tierra.

ESTAR CON JESÚS

Ahora, ¿no podríamos tú y yo decir lo mismo? Porque lo que le hizo a Pedro decir

“¡Qué bien se está aquí!” (cfr Lc 9, 33),

no fue el buen clima de la montaña o la excelente vista desde allá o las comodidades del lugar, sino el estar con Jesús sin que nada le distrajera.

¿Acaso tú y yo no podemos decir también que tenemos aquí en la tierra momentos así? Con la ayuda de Dios, podemos asegurarnos de que así sea. Por ejemplo, en estos ratos de oración. Tal vez no estemos rezando ahora mismo en la Capilla Sixtina, escuchando de fondo un coro de ángeles, pero estamos contigo, Señor, conversando, escuchándote y eso es un adelanto del cielo.

O también cuando acudimos a la santa Misa. Tal vez, nuestra iglesia habitual no es la Basílica de San Pedro en una ceremonia solemne. Pero, sí que nos hablas por medio de las Escrituras, por medio de esas palabras del sacerdote o cuando te recibimos en cada comunión. Estamos contigo, Señor, y eso es un adelanto del cielo. Un adelanto más que suficiente para seguir porque tenemos la certeza de que el cielo existe y vale la pena.

Por eso, Señor, en esta fiesta de hoy, de la Transfiguración, nos atrevemos a hacerte una petición muy, muy, muy arriesgada. Porque queremos contemplarte ya aquí en la tierra con un adelanto del cielo. Y para eso, no hace falta que nos subas todos los días al Tabor. Nos conformamos incluso, si es tu voluntad, con que nos lleves al Calvario.

Aquí lo atrevido de la petición, porque lo que te pedimos es que nos quites todo aquello que pueda hacer una distracción para verte. Que no haya nada que nos nuble la mirada y que tengamos la seguridad de que está siempre a nuestro lado: en el trabajo, en las obligaciones diarias, en las alegrías y en las penas.

Quítanos, Señor, si hace falta, incluso lo más noble, para que nuestro corazón esté desprendido de todo (incluso un suéter muy costoso) con tal de estar siempre pendientes de Ti.


Citas Utilizadas

Dn 7, 9-10.13-14 y 2P 1 16-19

Sal 96

Lc 9, 28-36

Reflexiones

Te pedimos, Señor, que nos quites todo aquello que pueda hacer una distracción para verte. Que nada nos nuble la mirada y que siempre tengamos la seguridad que Tu estas a nuestro lado.

Predicado por:

P. Rafael

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