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BARRERLO TODO

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños…”. El Evangelio de hoy nos muestra la oración de Jesús al Padre, que revela sus misterios a los pequeños. Francisco de Asís encarna perfectamente esa pequeñez evangélica. No fue un hombre poderoso ni sabio a los ojos del mundo: fue un joven que, tocado por la gracia, entendió que la verdadera riqueza está en Dios y que el camino a la felicidad pasa por el desprendimiento. «Es preciso simplemente no guardar nada de sí mismo. Barrerlo todo, aun esa percepción aguda de nuestra miseria; dejar sitio libre; aceptar el ser pobre; renunciar a todo lo que pesa, aun el peso de nuestras faltas; no ver más que la gloria del Señor y dejarse irradiar por ella. Dios es, eso basta» (San Francisco

CONFIAR EN LA PROVIDENCIA

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y serás revelado a los pequeños. (Mt 11, 25)

El Evangelio de hoy nos muestra la oración de Jesús; una oración al Padre que muestra también cómo revela los misterios a los pequeños. San Francisco de Asís, que celebramos hoy, encarna perfectamente esa pequeñez evangélica.

No fue un hombre poderoso, ni un hombre sabio a los ojos del mundo: fue un joven que, tocado por la gracia, entendió que la verdadera riqueza estaba en Dios, que su camino a la felicidad pasaba por el desprendimiento. Jesús mismo, en este pasaje de hoy, nos invita: Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los alivia. (Mt 11, 28)

La pobreza de san Francisco no fue simplemente de rechazo a las cosas materiales, sino una manera de apoyarse enteramente en Cristo. Se despojó de todo, encontró el descanso en el Señor y se convirtió en un signo vivo de la libertad evangélica.

Esta pobreza franciscana no es una miseria ni desprecio del mundo, sino confianza radical en la Providencia que también nos pide a cada uno de nosotros.

MANSO Y HUMILDE

Es más, nos recuerda que como sacerdotes, como cristianos, no somos dueños sino administradores. No estamos llamados a acumular, sino a vivir ligeros de equipaje, como decía también san Josemaría.

Hoy Jesús vuelve a decirnos: Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón. (Mt 11, 29)

Y esa mansedumbre y esa humildad de Francisco nacieron de la unión con Cristo un Cristo pobre, un Cristo crucificado. Ese Cristo que nació pobre y que murió pobre también en la cruz.

Esa es la fuente de toda la alegría verdadera. En un momento en el que eran grandes los brillos externos, donde el poder político y social en el mundo eclesiástico hacía mucha alharaca, el Señor llamó a SanFrancisco para que su vida pobre fuera un fermento nuevo en aquella sociedad.

Como lo afirma también Dante: Nace un sol al mundo (Divina Comedia, Paraíso, canto XI). Nació San Francisco, un instrumento de Dios para enseñar a todos que la esperanza tiene que estar puesta solamente en Cristo.

San Francisco de Asís nació en Italia en aquel pequeño pueblo, en el seno de una familia acomodada en 1182. Vivió y predicó infatigablemente la pobreza y el amor de Dios a todos los hombres. Fundó esa orden franciscana y también fundó con Santa Clara “Las damas pobres”, también llamadas clarisas, y la tercera orden para seglares. Murió en 1226.

LA POBREZA DE FRANCISCO

Cuando le preguntaba su confidente León, un amigo inseparable de San Francisco, en qué consistía la santidad, qué había que hacer, San Francisco le dijo muy claro:

Es preciso simplemente no guardar nada de sí mismo.Barrerlo todo, aun esa percepción aguda de nuestra miseria; dejar sitio libre, aceptar el ser pobre; renunciar a todo lo que pesa, aún el peso de nuestras faltas; no ver más que la gloria del Señor y dejarse irradiar por ella. Dios es, eso basta. (Eloi Leclerc, Sabiduría de un pobre).

Me gustó esas palabras de San Francisco:“Barrerlo todo, aún esa percepción aguda de nuestra miseria. […] Dios es, eso basta.« Ya está, Dios basta y eso es lo que vale la pena.

Y cuentan que un día San Francisco, rezando en una iglesia llamada San Damián, escuchó unas palabras del Señor que le decía: Ve y repara mi casa en ruinas. San Francisco tomó al pie de la letra esa locución divina, empleó todas sus fuerzas en reparar aquella capilla donde se encontraba y se dedicó a restaurar otros templos.

LA SEÑORA

Pero enseguida comprendió que la pobreza, como expresión de su vida entera, había que también reconstruir en la Iglesia. La Iglesia la llamaba él la señora”, y en esa señora la Iglesia, hacía falta también reconstruir una Iglesia en ruinas que se había dejado ganar por las riquezas, por el mundanismo, por las cosas de este mundo que quitan la paz.

Un día, en febrero de 1209, habiendo oído Francisco las palabras del Evangelio no lleven oro, ni plata […] ni alforja (Mt 10, 9) tuvo ese gesto clamoroso para mostrar al mundo que él prefería a Dios. Se despejó de sus vestidos, de su cinturón de cuero, tomó un vasto sayal, se ciñó con una soga y se puso en camino confiando en la Providencia. Estamos todos en caminocamino.

Ahora se viene la caminata a Luján, que hacemos acá en Argentina, que la verdad que voy a estar predicando un retiro, que se llama precisamente así, Caminocomo el libro de san Josemaría-, porque nuestra vida es un camino; es un camino que no tiene final, sino es a donde queremos llegar.

CRISTO EN LA VIDA

Queremos llegar a Cristo y en este rato de oración también nos preguntamos si mi pobreza me ayuda a llegar a Cristo o si me quedo en otras cosas. ¿Tengo a Cristo en mi vida? ¿Tengo esa seguridad de que Dios también me está mostrando un camino, que no puedo quedarme en otras cosas en medio, que no puedo distraerme?

Fíjate en San Francisco, en esa pobreza del cristiano, nos animaba también a estar desprendidos y confiar en Dios, a barrer todo lo que nos sirve.

Dos aspectos que pueden, a primera vista, parecer contradictorios, decía san Josemaría: una pobreza real que se note, que se toque, hecha de cosas concretas, que sea una profesión de fe en Dios, una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al creador, que desea llenarse del amor de Dios, ese barrer todo lo que no sirve.

Y esa condición secular que también pedía san Josemaría, que exige a todo cristiano, no solamente vivir una pobreza de desprendimiento, sino también vivir una pobreza en lo que nos toca a cada uno, en el desarrollo de nuestra persona, en nuestra vida familiar, en vivir también ese desprendimiento en los gastos o en los gastos también que tenemos en las billeteras virtuales. Aunque poseamos muchos bienes, también hay que estar despegados. Si no, nunca serás apóstol, decía san Josemaría.

LA PEQUEÑEZ QUE NOS ACERCA A DIOS

“No podemos servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6, 24) nos enseñaba el Señor y nos lleva siempre por ese camino de la pequeñez. Me acuerdo una vez de un joven que preguntó a sus padres, a sus tíos y abuelos, cómo habían podido vivir antes sin tecnología, sin internet, sin computadora, sin drones, sin bitcoins, sin celulares, sin redes sociales Entonces el abuelo tomó la palabra y le respondió:

Mirá, querido nieto, igual que tu generación vive hoy sin oración, sin dignidad, sin compasión, sin vergüenza, sin honor, sin respeto, sin personalidad, sin carácter, sin amor propio. Nosotros, las personas nacidas, le decía el abuelo, entre 1930 y 1980, somos los bendecidos.

Nuestra vida es una gran prueba viviente. Y en la práctica, la pobreza que nos toca a cada uno es también a veces estar desprendido de estas cosas materiales que nos atacan a cada uno o que si no lo tengo, no lo soy, o si no lo tengo, qué van a pensar de mí.

Qué bueno que vamos a exigir también en medio de la sociedad actual, ese desprendimiento, como lo hizo también San Francisco. Un desprendimiento que pasa por la pobreza en las cosas reales, un desprendimiento que también nos anima a eso, como el poverello de Asís a comprender también el sentido de las riquezas.

SANTIDAD EXTRAORDINARIA

¿Vos te animás a vivir la pobreza en el mundo de hoy? ¿Te animás a vivir también con esta confianza, como lo hizo también San Francisco, que aceptó a Cristo en su época? Y también nos puede ayudar a nosotros a aceptarlo en lo que hacemos.

Aunque San Francisco fue un santo extraordinariamente popular y que pasó a la posteridad, así también, y ya han pasado casi nueve siglos, uno piensa hoy también, lo escuchaba el otro día en la radio, que como el papa Francisco eligió su nombre y ahora se venía justo la fiesta de San Francisco, en Italia, el Parlamento quería elegir esa fecha para ser un día feriado.

No sé si el papa Francisco estará contento o no, o si San Francisco le gustaría también elegir ese día como feriado, pero lo importante es que sepamos nosotros aprovechar ese día para meditar en la grandeza del desprendimiento.

Como dice el Evangelio hoy: Te doy gracias Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se la has revelado a los pequeños.

Se lo pedimos a Santa María, Madre de los pobres, para que también nos ayude a caminar con esa alegría de San Francisco en medio del mundo, en las realidades cotidianas, seguros también de que podemos barrer todo lo que haya que barrer para encontrar a Cristo en nuestra vida, en nuestro caminar a buscar a Dios Padre.


Citas Utilizadas

Baruc 4, 5-12. 27-29

Sal 68

Lc 10, 17-24

Predicado por:

P. Juan Manuel

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