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Sacerdote. Doctor en Teología. Evangelizador digital. Instagram @p.juancarlosv

4 min

El último sprint hacia la Puerta: ¿Por qué dejar gracia sobre la mesa?

Imagina por un momento que eres un padre de familia en el antiguo Israel. Has tenido años difíciles. Las cosechas fallaron, tuviste que hipotecar tus tierras ancestrales y, lo que es peor, uno de tus hijos tuvo que venderse como siervo para pagar deudas.

La vergüenza y la desesperanza se ciernen sobre tu casa. Pero entonces, escuchas un sonido inconfundible: el shofar, el cuerno de carnero. Es el año 50. Es el Jubileo.

De repente, por decreto divino, la tierra vuelve a ti. Tu hijo regresa libre. Las deudas se borran. No porque hayas trabajado extra, sino porque perteneces a una familia —el Pueblo de Dios— que tiene un Padre que periódicamente resetea la historia para recordarnos que somos libres. Así funcionaba el antiguo Israel.

Pero ahora estamos en diciembre de 2025. Ese sonido del shofar está a punto de apagarse. Como bien sabemos, este 28 de diciembre se terminan las indulgencias en las Iglesias Jubilares en nuestras diócesis y el 6 de enero de 2026 el Papa León cerrará las Puertas Santas en Roma. Se nos acaba el «Jubileo de la Esperanza». Y aquí es donde debo ponerme el sombrero de teólogo y decirles algo con urgencia: no dejen esta gracia sobre la mesa.

Ganar la indulgencia plenaria en estos días finales es tan sencillo que parece un «escándalo» de la misericordia divina.

joven

Llamando a la puerta del Cielo Knocking on Heaven’s Door

A muchos católicos (y a mis amigos protestantes cuando debatimos sobre esto) la palabra «indulgencia» les suena a contabilidad fría o, peor aún, a viejos abusos medievales. Pero si leemos las Escrituras con los lentes de la Alianza, vemos algo muy distinto.

Pensemos en el pecado como clavar un clavo en una hermosa mesa de madera. Cuando vas a confesarte, Dios, en su infinita misericordia, saca el clavo. Estás perdonado. La relación está restaurada. Pero, ¿qué queda en la mesa? Un agujero. Una herida. En teología, llamamos a esto la «pena temporal». El pecado tiene consecuencias: deja huella en nosotros (apegos desordenados) y en el mundo.

San Juan Pablo II, en la Bula Incarnationis Mysterium, explicaba que la indulgencia es la manifestación de la «plenitud de la misericordia del Padre», que no solo perdona la culpa, sino que viene a sanar y cicatrizar ese agujero en la mesa. No es un trámite legal; es medicina divina aplicada a las heridas que el pecado dejó en nuestra alma incluso después de la confesión.

Y aquí entra lo fascinante del «Tesoro de la Iglesia». Como explicaba Pablo VI en su constitución Indulgentiarum Doctrina, no estamos solos. Imaginen una cuenta bancaria familiar infinita, donde los méritos de Cristo, de la Virgen y de todos los santos están depositados. Cuando la Iglesia abre el tesoro de las indulgencias, nos dice: «Hijo, tú no tienes con qué pagar la reparación de esa mesa, pero tu Hermano Mayor, Jesús, ya pagó por ti. Toma lo que necesitas».

En este Jubileo 2025, el Papa Francisco, mediante la Bula Spes non confundit («La esperanza no defrauda»), nos recordó que la indulgencia es una forma de descubrir «una santidad que es comunitaria». No nos salvamos solos. La indulgencia jubilar tiene una característica especial este año: está intrínsecamente ligada a la esperanza. En un mundo cínico, ganar la indulgencia es un acto de rebeldía espiritual; es decir que creemos que el mal no tiene la última palabra y que la reparación es posible.

TU Y YO, confesion, niños a comer, no eres tu pecado, es del cielo

Sanar el mundo – Heal the World

Entonces, ¿cómo aprovechamos estos últimos días? Es más sencillo de lo que nuestra mente complicada quiere creer. La Penitenciaría Apostólica ha simplificado las cosas para que nadie se quede fuera.

Para ganar la indulgencia plenaria (una vez al día, para ti o para un difunto), necesitas lo básico: estar en gracia (Confesión sacramental reciente), comulgar, y orar por las intenciones del Papa. Pero el «corazón» del Jubileo es la peregrinación.

En estos días finales, acércate a tu Catedral o a la Iglesia Jubilar designada en tu ciudad. Asiste a Misa ahí. Al hacerlo, recuerda las palabras de Cristo: «Yo soy la puerta». Es un acto físico que expresa una realidad espiritual: estás pasando del territorio del pecado al territorio de la gracia.

Pero ojo, este año el Papa ha añadido matices preciosos. Si no puedes ir a la puerta, las obras de misericordia y penitencia tienen un valor jubilar extraordinario. Visitar a un enfermo, a un preso, o a un anciano solo, es en sí mismo una peregrinación hacia Cristo presente en el hermano. Incluso, la abstinencia de redes sociales o de consumismo superfluo, si se ofrece con espíritu de penitencia, abre este caudal de gracia.

Para cerrar, aquí les doy tres razones (mi «triduo» de argumentos) para que corran a ganar estas indulgencias antes del 28 de diciembre:

La limpieza profunda del alma: A veces nos sentimos «perdonados pero sucios», con tendencias que nos arrastran. La indulgencia plenaria es un «reset» espiritual. Te deja el alma como el día de tu Bautismo. Benedicto XVI decía que en la Eucaristía entramos en la dinámica de la entrega de Cristo; la indulgencia elimina los obstáculos que nos impiden entregarnos totalmente. ¿Quién no querría empezar el 2026 con el contador a cero?

El mayor acto de caridad posible: Puedes aplicar la indulgencia por un difunto. Piensen en sus abuelos, en ese amigo que falleció, en las almas del Purgatorio que nadie recuerda. Con un acto tan sencillo como cruzar una puerta y orar, puedes abrirles las puertas del Cielo. Es el «superpoder» de los católicos: nuestro amor traspasa la barrera de la muerte.

Ser peregrinos de esperanza: La Bula Spes non confundit nos dice: «Que el Jubileo sea para todos ocasión de reanimar la esperanza». Al hacer este gesto, estás votando con los pies. Estás diciéndole a Dios y al mundo que confías en la promesa de la vida eterna.

No dejen pasar estos días. El shofar está sonando por última vez. La mesa está servida, las deudas están pagadas. Solo tienes que entrar a la fiesta.


Escrito por

P. Juan Carlos

Sacerdote. Doctor en Teología. Evangelizador digital. Instagram @p.juancarlosv

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