ca sabiduría popular afirma que “solo una mujer que ha soportado los dolores del parto, es capaz de comprender el sufrimiento de un hombre con 37,5 de fiebre”.
Creo que este es uno de los motivos por los que Dios quiso tener para sí, una madre aquí en la tierra.
Porque sólo un corazón de madre, sería capaz de soportar tan enteramente el sufrimiento compartido en la Cruz.
En muchos lugares del mundo, el día de ayer fue la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz.
Pero este año por haber caído en domingo se suprime esta fiesta, pero la Iglesia, en su sabiduría maternal, quiere que después de esa fiesta, se celebre como continuación, esta alegría por la salvación en el Gólgota, con la memoria litúrgica de hoy: “Nuestra Señora, Virgen de los Dolores”.
Celebramos hace menos de un mes la solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos.
Ahora, ella está gozando de la bienaventuranza plena junto a Dios por toda la eternidad, una alegría que no le será arrebatada.
SU FORTALEZA AL PIE DE LA CRUZ
¿Qué sentido tiene seguir conmemorando el sufrimiento de nuestra Madre en la Cruz? ¿Por qué la Iglesia mantiene esta conmemoración de los dolores de María? Esto es lo que estamos considerando el día de hoy, y bueno, hay varios motivos, que nos van a ayudar a hacer este rato de oración.
En primer lugar, porque hoy es uno de esos días en los que nos asombramos al contemplar la entereza de nuestra madre, especialmente, por su fortaleza al pie de la cruz.
Recientemente se habla mucho de la “resiliencia”, como esa capacidad de adaptarse a las situaciones más difíciles.
Hay quienes hacen una distinción entre la resiliencia y la virtud de la fortaleza, porque la resiliencia apunta más a la dificultad, pero a la dificultad imprevista, a intentar caer de pie en medio de la tormenta.
En todo caso, si son lo mismo o si una es derivada de la otra, o si son exactamente iguales, da igual… María es maestra tanto de resiliencia como de fortaleza.
Mientras hacemos este rato de oración, nos dedicamos a admirar y a llenarnos de orgullo ante la asombrosa capacidad de nuestra Madre para convertir el dolor en amor.
María no se quedó en su dolor; lo transformó en amor. Ella nos da una lección magistral para que la apliquemos en las muchas ocasiones, especialmente en esas en las que sentimos que no podemos más.
NUESTRA MADRE CAMINA JUNTO A NOSOTROS
Vamos a pedirle que nos enseñe a llevar siempre la cruz con esperanza, sin complejo de víctimas, porque la única y verdadera víctima es Jesucristo.
Una fiesta como hoy nos ayuda a darnos cuenta que también en el dolor nuestra madre siempre camina junto a nosotros.
Y nosotros, al saber que no cargamos solos esta cruz que parece absurda, sino que es Cristo que pasa a nuestro lado, intentaremos llevarla con esperanza, con la fortaleza que nos da el saber, que no estamos solos, que nuestra Madre nos acompaña.
Tambien cuando sientas que nadie te entiende, en lo que estamos pasando, recuerda que María está ahí, lista para escuchar. Ella sabe lo que es sufrir y seguir adelante.
María no es una figura distante, sino una madre que entiende el sufrimiento humano. Por eso, la Iglesia tradicionalmente recomienda meditar los siete dolores de María: (profecía de Simeón, huida a Egipto, el Niño perdido y hallado en el templo, el encuentro con Jesús camino al Calvario, la crucifixión, el descenso de la cruz, la sepultura).
Así, al meditar estos dolores de Maria, aprendemos de ella a ver en todo un plan de Dios, aunque no lo entendamos.
Cuando miramos tantas veces nuestra vida, nos podemos identificar con situaciones parecidas y saber que no somos los primeros ni los únicos en transitar el camino de la Cruz.
Por ejemplo, cuando tenemos la certeza de que algo muy fuerte está por pasar, que parece inevitable, y se asoma la sombra del miedo y la incertidumbre, nuestra Madre ya ha estado allí.
Cuando escuchó la profecía de Simeón en el Templo:
“¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!”
(Lc 2, 35)
NOS ACOMPAÑA EN EL DOLOR
Cuando nos vemos obligados a abandonar nuestra tranquilidad y nuestra comodidad, nuestra seguridad, y nos parezca injusto, ya María lo sufrió en la huida a Egipto.
Y cuando nos separamos de alguien querido, y no sabemos exactamente cuál es el motivo, no sabemos cuánto tiempo, ya María lo sufrió cuando no encontraba a Jesús y después de tres días, lo halló en el Templo.
O cuando sufrimos por querer aliviar el sufrimiento a quien tanto queremos, María lo comprende porque ella vio a su hijo por las calles de Jerusalén con la cruz a cuestas, etc.
No hay dolor que nuestra Madre no comprenda y no hay dolor en el que nuestra madre no pueda acompañarnos.
Además, la memoria litúrgica de hoy nos invita a seguir el ejemplo de María, porque ella no se quedó llorando sola; ella se convirtió en madre de todos nosotros.
A veces cuando uno se siente sufrido, dolido, uno a veces lo que más quiere, es decir: ¡déjenme en paz! Déjenme solo lamiéndome mis heridas.
Pero nuestra madre, incluso en medio de su sufrimiento, su enorme corazón estuvo al servicio de los demás.
Es asombroso cómo acepta ser madre de toda la Iglesia, justo en un momento como ese. ¡Tú y yo tenemos muchísimo que aprender!
¿Cómo puedes tú, con tu dolor, ser luz para alguien más? ¿Cómo mostrar a todas las almas que, aunque tengamos el corazón roto de dolor, no queremos, ni podemos separarnos de Dios, porque Él es nuestra fortaleza?
Pero volviendo a la pregunta inicial, todo esto que nuestra madre sufrió, es real, pero ya todo ha pasado.
EN EL CIELO NO SE SUFRE
Nuestra Madre sufrió lo indecible en el Gólgota junto a Jesús, pero ahora está en el Cielo, y en el Cielo no se sufre.
¿Por qué la Iglesia sigue proponiendo esta memoria de nuestra Señora de los Dolores?
Otra razón; es porque nuestra Madre desde el Cielo sigue “sufriendo” (mal hablando, porque en el Cielo no se puede sufrir) por sus hijos de acá en la tierra.
Aunque más que hablar de sufrimiento, sería más apropiado hablar de preocupación. En el cielo no se puede sufrir, ¡es cierto!
La contemplación eterna de Dios llena tanto al alma de felicidad, que no anhelamos nada más, ni hay algo que nos falle.
Pero esa felicidad plena en el Cielo, como está movida por el amor, no es compatible con la indiferencia.
En varias de las apariciones de la Virgen, ella se presenta por momentos con lágrimas, dolorosa, por ejemplo: Fátima, la Salette, o la Virgen que llora en Civitavecchia, Italia.
Y es la preocupación por sus hijos que se apartan de Dios a causa del pecado, que son la verdadera causa de la crucifixión de Jesús.
PIDAMOS PERDÓN A DIOS
Esas lágrimas son consecuencia de su inmenso amor por nosotros, también en el Cielo.
Sor Lucía de Fátima vio a María profundamente triste y con el rostro lleno de lágrimas. Entonces ella contó lo que dijo la Virgen en 1917, dice:
“Nos ha pedido que recemos, pidamos perdón a Dios y hagamos actos de reparación. No ofendan más a Dios, que ya está muy ofendido”.
En una conmemoración como la de hoy, al mirar a nuestra Madre así, recordaremos que, siendo hijos suyos, no queremos hacerla llorar más.
Le pedimos que nos haga aborrecer nuestros pecados, incluso los pecados veniales, que tanto la hacen sufrir.
Porque ella nos quiere felices y porque con esos pecados nuestros, nuestras debilidades, seguimos crucificando a su Hijo amado.
Es cierto que una madre tiene una gran capacidad para soportar el dolor, pero nosotros como buenos hijos que queremos ser, le pedimos en esta conmemoración, que nos haga ver qué espera ella que cambiemos.
¿Qué quiere que abandonemos, en qué quiere que la ayudemos? Y con su ayuda, lo intentaremos.
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