PROTECCIÓN DEL AGUA BENDITA
El domingo pasado pensé que tendría la mañana libre, pero resulta que me tocó bendecir de improvisto un local comercial que iban a inaugurar al día siguiente.
Ese día yo había previsto salir a tomar un café con un amigo, pero cambio de planes, y así es la vida del sacerdote: no hay que contar mucho con los ratos libres.
Para eso estamos. Eso sí, le dije a la persona que me pidió que bendijera el local, que yo lo haría con mucho gusto, pero después de tomarme este café con ese amigo.
Así lo hicimos. Fuimos al local de al lado, tomamos el café y cuando regresamos había que bendecir algo de agua porque si no, pues no podríamos hacer la ceremonia.
Y en ese momento de la bendición del agua para bendecir el local, me acordé de una historia que me contó un párroco hace algunos años.
Resulta que una feligresa muy piadosa fue a pedirle con el mejor modo posible que por favor le bendijera una botella de agua. El sacerdote con mucho gusto accedió.
Pasaron un par de días, muy pocos la verdad, y regresa la misma señora y le vuelve a hacer la misma petición: “Por favor ¿me puede bendecir esta otra botella de agua?” Y el párroco empieza a sospechar, pero la verdad es que como iba con prisa, no le paro mucho al asunto y lo dejó pasar.
Poco tiempo después vuelve la misma feligresa con otra botella de agua para bendecir y ahí si el sacerdote perdió la paciencia y le dijo:
“Pero señora ¿en qué se gasta usted tanta agua bendita? ¿Usted se baña con agua bendita? ¿Usted se bebe el agua bendita?”
Ella responde con total sencillez: “Padre, es que como el agua bendita protege de las malas influencias, yo con ella lavo el piso de mi casa para que esté bien protegida”.
Es verdad que el agua bendita protege contra el mal, protege contra las influencias negativas, pero no tiene sentido lavar los pisos con agua bendita.
No hace falta. No es que el agua bendita tenga poderes mágicos, sino que sobre todo, protege a las personas más que a los objetos y lugares. Y¿por qué protege?
Porque el agua bendita nos recuerda que hemos sido bautizados, que a través de ese bautismo que recordamos cada vez que nos persignamos con agua bendita, somos hijos de Dios y por tanto contamos con su protección poderosísima de Padre muy bueno.
Cada vez que nos persignamos con agua bendita, nos acordamos de que Dios es nuestro Padre por el bautismo, y no le tenemos miedo a nada ni a nadie, ni siquiera los peores ataques del enemigo. Aquí está la raíz de esa protección que invocamos con el uso del agua bendita.
Porque esto de saberse hijo de Dios da una seguridad impresionante en la vida. Y más tranquilos estaremos en la medida en que, como buenos hijos, vivamos según esta dignidad y queramos lo que quiera nuestro Padre Dios.
LA UNIÓN DEL PADRE Y EL HIJO
En esto Jesucristo nos ha dado una lecciónmagnánima, espectacular, porque Él es el Hijo. Él nos ha demostrado lo que significa tener un mismo querer, un mismo pensar entre el Padre y el Hijo.
Eso es precisamente lo que escuchamos en el Evangelio de hoy, cuando Jesús nos da una lista de lo que muestra esa íntima unión del Padre y el Hijo:
“Mi padre sigue actuando, y yo también actúo. Por esto los judíos procuraban matarlo, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y dijo: En verdad, en verdad les digo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que ve hacer al Padre. Lo que éste hace, eso mismo hace el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace y le mostrará obras mayores que ésta para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre.
El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió […] Igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre”. (Jn 5, 17-27).
Con todas estas afirmaciones lo que Jesús está dando son ejemplos de qué tan unidos están Padre e Hijo. Hay una confianza, una unidad en querer, en voluntad, en pensamiento, en todo, en el obrar.
Y por si no hubiese quedado suficientemente claro con todo esto que ha enlistado, Jesús termina con esta afirmación:
“Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. (Jn 5, 30).
En estas semanas de Pascua, recordamos que este sermón sobre la unidad entre el Padre y el Hijo no son solamente palabras. Cristo nos demostró hace poquísimos días con su Pasión y su Cruz, que de verdad quería lo mismo que quería el Padre.
Que nos amó hasta el extremo como Dios nos ama hasta el extremo. En la oración del huerto podemos apreciar esa voluntad humana de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que se identificó libremente con su voluntad divina, que es la misma del Padre.
Lo que el Padre hace, el Hijo también lo hace, y lo que quiere el Padre, también el Hijo lo quiere.
Nosotros también somos hijos de Dios, por eso recordaba lo del agua bendita y el bautismo. Obviamente no del mismo modo que Jesús, pero somos hijos de Dios.
En la medida en la que nos unamos a Cristo, en la medida en la que sigamos su ejemplo, en cada circunstancia de cada día, viviremos mejor esta dignidad de hijos de Dios.
También nosotros podemos participar de esta vida eterna, de esta seguridad de hijos de Dios que nos da el bautismo.
CÓMO PARTICIPAMOS DE ESE TRABAJO COMO HIJOS DE DIOS
Por eso, ¿qué significa todo esto para nosotros? No vaya a ser que el Evangelio de hoy sea solamente un discurso. ¿Cómo nos afecta en el día a día este sabernos hijos de Dios, hijos amadísimos de Dios? ¿Qué cambia en mi rutina diaria esto que acabamos de escuchar?
“Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo”, dice Jesús. Esto significa que así como Dios no deja nunca de amar y de crear, siempre está activo buscando el bien para nosotros. Eso también es lo que hace Jesús, que es Hijo de Dios. Está en perfecta unidad con el Padre: lo que el Padre hace, el Hijo también lo hace. Es como un equipo que trabaja junto para construir algo maravilloso.
¿Cómo me afecta a mí todo esto? Qué asombroso saber que Jesús nos invita a unirnos a este equipo, nos llama a participar en ese trabajo de amor y de vida que Dios está haciendo en el mundo. ¿Cómo podemos hacer?
IDEAS QUE TE PUEDEN FUNCIONAR
SIN MIEDO A JESÚS
Ahora, cada vez que nos persignemos con agua bendita, vamos a recordar nuestro bautismo, vamos a recordar que somos hijos de Dios.
No podemos tenerle miedo a nada ni a nadie, ni siquiera a Dios, que es nuestro Padre, como solía decir San Josemaría.
Vamos a pedirle a Jesucristo que le busquemos, que le imitemos, que vayamos copiando poco a poco esos rasgos suyos de hijo perfecto de Dios, para así también nosotros participar de esa vida eterna, y ya en esta vida, de la tranquilidad y de la protección que puede tener solamente un hijo de Dios.
Deja una respuesta