< Regresar a Meditaciones

P. Federico

6 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

SECRETOS

No hay secretos. Dios conoce todo lo tuyo y tú también… Y aún así, te quiere.

Hoy te escucho Jesús y tengo que reconocer que tus palabras traen a mi memoria el planteamiento, tal vez un tanto negativo, que solía hacerme antes (hace años) al escucharlas…

¿De qué palabras te hablo? De las siguientes:

No hay cosa escondida que no vaya a saberse, ni secreto que no acabe por hacerse público.

Esto de que no haya secretos, ni nada que no llegue a hacerse público, o que acabe por saberse, me daba vergüenza. 

Todos tenemos nuestra intimidad. Que no es mala. Tenemos pudor: no aireamos nuestra interioridad en público. Es cierto que también tenemos nuestra historia de pecados, cosas vergonzosas.

¡¿Quién no la tiene?! ¡El que es inocente que levante la mano! El que

esté libre de pecado que tire la primera piedra

(cfr. Jn 8,7).

¿Verdad? Ya decía yo que no era el único.

Pero bueno, creo que ahora me entenderás cuando te digo que este pasaje me daba vergüenza. Pensaba en todas aquellas cosas que han ocurrido entre yo y mi miseria, en la privacidad de mi bajeza… ¡Por supuesto que no me gustaría que lo feo se supiera!

Tampoco esos juicios o valoraciones que he hecho y que, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de lo equivocado que estaba. Tú que creías en lo cierto: ¡pues toma que no!

Pero Dios, tú Señor, no te dedica al gobierno del terror. Lo tuyo no es andar amenazando con ventilar lo mío para así reprimirme. Por eso digo que este planteamiento es negativo. No es una intimidación la que quiere hacer el Señor con estas palabras. Dios no se anda con chantajes.

CON JESÚS NO HAY SECRETO

Es cierto que nuestra conciencia se encarga de reprocharnos lo malo de nuestras acciones. Un reproche es válido. 

Muchas veces se necesita (con verdadera necesidad) para corregir el rumbo. Dios se sirve de la conciencia en tantas ocasiones para hacernos ver que aquello que pensábamos que era tan secreto, Él lo conoce. Y, lo que es peor: ¡tú lo conoces! Lo conoces y no quieres voltearlo a ver. Pero hay que mirarlo a la cara y así pedir perdón o decidirnos a cambiar.  

secreto

Yo creo que este es el sentido de las palabras de Jesús.

Todo lo mío lo conoce Dios, lo conozco yo mismo (aunque haya rincones que no me gusten) y, ya puestos, lo conoce mi director espiritual

Ya con eso, no voy a andar haciendo publicidad de mis bajezas, pero, se entere quien se entere: qué importa. Dios es quien me conoce porque a Él no le guardo secretos, ni le escondo cosas…

Hay un relato testimonial que leí hace algunos años y me gustó mucho. Creo que refleja esto que intento decir. El relato original está escrito en inglés, te lo digo por algo muy importante que te aclararé al final.

LAVAR LA CULPA

Heather (que así se llama la protagonista) escribe:

El verano que cumplí dieciocho años empecé a volver tarde a casa por primera vez. Hasta entonces, había estado perdida durante años en medio de la confusión típica de la adolescencia, pero ese verano por fin le estaba dando a mi madre razones para preocuparse. 

Cuando salía del trabajo veraniego que había conseguido, me iba por ahí hasta las tantas de la madrugada con amigos «inapropiados». Yo sabía que aquello molestaba a mi madre, pero también sabía que no le gustaba la confrontación directa. Cuando nuestros caminos se cruzaban, normalmente en la cocina y a las seis y media de la mañana, su «escenificación de madre furiosa» se reducía a lanzarme frías miradas y a cerrar los armarios de un portazo.

Una noche, llegué a casa cuando ya estaban todos durmiendo, fui de puntillas hasta mi cuarto, encendí la lámpara que estaba junto a mi cama y encima de la mesa vi la libreta de notas de mi madre. En la primera página había tres palabras escritas con su letra redonda y grande: «Lavar la culpa».

Aparté la mirada de la hoja y rápidamente me puse mi pijama. ¿Qué quería decirme mi madre con aquello? Lavar la culpa. (…) aquella abstracción críptica me pareció que era muy de su estilo. La mayoría de las madres agitarían una cuchara de madera en actitud beligerante ante una hija adolescente y dirían: «¡O vuelves a casa a las diez en punto o estás castigada sin salir!». Mi madre me enviaría un mensaje a través de una zarza ardiendo antes que sentarse a la mesa de la cocina conmigo y marcarme un toque de queda.

Dejé la libreta exactamente donde estaba y nunca dije ni una sola palabra al respecto. Supongo que pensé que si no la movía de su sitio, no tendría que admitir haberla leído.

A la mañana siguiente mi madre salió demasiado temprano a trabajar y no la vi, pero sus palabras se me habían quedado grabadas. Lavar la culpa. No dejaba de repetírmelas mientras iba a trabajar en mi bici: lavar la culpa, lavar la culpa. 

¿A qué se refería? ¿Qué intentaba decirme mi madre? ¿Por qué no podía ser una madre normal y darme un par de gritos? 

Aquella noche, cuando llegué a casa, la hoja y su cuidada caligrafía seguían en el mismo sitio. Otra vez decidí no tocarla. 

secreto

Cuando me encontré con mi madre en la cocina, no me dijo nada. Supuse que estudiaría mi actitud, así que abrí la nevera y me dediqué a mirar lo que había dentro. Seguro que estaba observando mis reacciones para ver si notaba algún cambio en mí. Nunca me miró a la cara, aunque tampoco parecía que quisiera evitar mi mirada. 

¿Es que se arrepentía de haberme clavado aquel puñal en el corazón y pretendía hacerme ver que nada de aquello había pasado? Si era así, ¿por qué no se había limitado a llevarse la libreta? ¿Es que pensaba, al igual que yo, que si la movía tendría que admitir que había estado allí, mientras que si no la tocaba, ambas podíamos hacer como si nunca hubiese escrito aquello? Ja, ja. ¿Acababa de lanzarme una mirada inquisidora? ¿Intentaba ver la expresión de mi cara? ¿Estaba inspeccionando mi comportamiento, buscando alguna señal de cambio? No. Parecía extrañamente interesada en preparar la cena, extrañamente normal.

A la mañana siguiente me vestí mirando la libreta. Lavar la culpa. Seguí sin tocarla. De nuevo aquellas palabras me acompañaron durante todo el día. De nuevo, mi madre no dijo nada cuando volvimos a encontrarnos en la cocina aquella noche.

Las cosas continuaron así durante una semana. La libreta nunca se movió de aquel sitio. Mi madre nunca dijo nada al respecto. 

Las palabras me acompañaban a todas partes. Todas las noches las veía al regresar a casa. A veces me parecía tener un loro chillón en mi cuarto que repetía ásperamente: «¡Lavaaaar laa culpaaa!». (…)

Durante otra semana no pude despegarme de aquellas palabras. (…). Entonces, un día, (…) volví a casa, subí a mi habitación, miré la libreta y decía: «Lavar la colcha»

(Heather Atwood, cit. en: Creía que mi padre era Dios, Paul Auster).

En inglés, quilt significa «colcha» y guilt, «culpa». La diferencia es una letra: quilt, guilt.  

Tú Señor, muchas veces te sirves de cosas muy normales para llamar a nuestra conciencia. No se trata de tener miedo a que nuestros “secretos” se sepan. Se trata de mirarlos a la cara, pedirte perdón y decidirnos a cambiar.

No hay secreto que pueda guardar sólo para mí mismo. Tú lo sabes todo.

Como dice san Pedro:

Lo sabes todo y sabes que te quiero

Por eso tocas mi interior y me dices: “aún con esto: te quiero”.

Gracias Dios mío. Y ayúdame a que no me esconda. Que sea transparente. Que me sepa conocido y amado por Ti.


Citas Utilizadas

Hebreos 10, 19-25

Salmo 23

Marcos 4, 21-25

 

Reflexiones

Gracias Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero, ayúdame a que no me esconda, a que sea transparente.

 

Predicado por:

P. Federico

¿TE GUSTARÍA RECIBIR NUESTRAS MEDITACIONES?

¡Suscríbete a nuestros canales!

¿QUÉ OPINAS SOBRE LA MEDITACIÓN?

Déjanos un comentario!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.


COMENTARIOS

Regresar al Blog
Únete
¿Quiéres Ayudar?¿Quiéres Ayudar?