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P. Josemaría

6 min

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RETO 50X5

La parábola del siervo y la práctica sencilla de la oración cotidiana se iluminan mutuamente. La oración es el trabajo interior del amor; el servicio es la oración hecha vida. En ambos se cumple el mandato del Evangelio: vivir para Dios, no para uno mismo. y cuando un día lleguemos al final del camino, bastará repetir con serenidad las palabras del siervo fiel: “Señor, he hecho lo que debía hacer”.

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra en seguida y ponte a comer’?

¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú?’ ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación? Así también ustedes. Cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘no somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’”»

(Lc 17, 7-10).

La parábola del siervo que vuelve del campo que acabo de leer y vamos a escuchar en la misa de hoy, nos sitúa ante la verdad profunda de la oración cristiana.

Jesús no elogia al criado por lo que hace, ni lo recompensa con descanso o comida. Le recuerda simplemente que después de cumplir su tarea debe decir: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

En esta frase se encierra el núcleo de la vida espiritual. El orante es aquel que sirve sin buscar recompensa, que ora no para obtener, sino para amar. Hacer oración es, por tanto, vivir en la lógica del servicio gratuito.

No por nada, Jesús en el evangelio del domingo, se enoja tanto al ver en el templo a los vendedores de ovejas y bueyes y palomas, porque dice: se está perdiendo la lógica del don. Aquí en el templo se está haciendo como un intercambio; doy y das.

En cambio, quien va a rezar, quien va a orar, no vive de esa lógica. Quien se arrodilla para hablar con Dios aprende que no es dueño de su tiempo, de su éxito, ni de su propia santidad. Aprende la libertad y la humildad del siervo que cumple.

En la oración, el corazón se despoja del orgullo de haber hecho bastante y se deja transformar por la presencia de Aquel que es el único necesario.

Podemos vivir este evangelio desde la experiencia de lo cotidiano.

Rezar es difícil, requiere silencio, disciplina, constancia. Diez minutos, cinco minutos parecen poco, pero en realidad son una ofrenda heroica cuando se hacen con fidelidad. Es más, la dificultad misma forma parte del servicio, como el criado cansado que, al volver del campo, sigue sirviendo a su Señor.

Pues también tú y yo, cristianos, trabajamos, llegamos a casa quizá cansados o estamos distraídos y nos sentamos ante Dios y le decimos: “Señor, aquí estoy”. Es ahí donde la oración se vuelve pura, porque no nace del gusto, sino del amor.

RETO 50X5

Hoy estamos a cincuenta días de que termine el año. Te quiero proponer el reto 50×5: Cincuenta días, cinco minutos; y tú me dices, “oye, padre, pero esta meditación dura diez minutos”. Bueno, es que no me refiero a esta meditación, sino que después de escuchar esta meditación tú te quedes cinco minutos en silencio. Durante cincuenta días, a partir de hoy hasta el 31 de diciembre.

Y que cada minuto de estos cinco ofrecidos a Dios, sea un pequeño acto de obediencia semejante al del siervo del evangelio.

Puedes escuchar estos diez minutos en el coche, en el camino, corriendo… pero luego cinco minutos sentado mirando un crucifijo en silencio, como para hacer la digestión de lo que acabas de escuchar. Para que sea un tiempo breve en donde aprendas a poner el alma en el orden del amor. No busco consuelo, busco al Señor; no mido la eficacia, me abandono.

Para entrar en esa relación, el alma debe primero reconocer que ha sido amada. Contemplar el crucifijo es descubrir la fuente de toda oración, el amor de Dios que se entrega sin medida. Nadie puede perseverar en la oración si no ha sentido, aunque sea de lejos, el temblor de ese amor que lo ha precedido.

reto

Que, mirando a Cristo en la cruz, nos quedemos sorprendidos, nos quedemos asombrados de tanto amor y desde allí ya orar se convierte en responder. Porque no se trata de multiplicar palabras, sino de estar con Él y de pronunciar simplemente su nombre con simplicidad.

“Jesús, aquí estoy”. Cinco minutos en silencio sin decir nada, mirándote yo a Ti y Tú a mí. Así el alma se ejercita en la presencia; y poco a poco el trabajo, la familia, el cansancio y la alegría se convierten en prolongación de esa misma oración.

La vida entera pasa a ser un sí que se dice desde la cocina, desde el escritorio, desde la cama del hijo enfermo. En ese sentido, la oración no se va a limitar a esos cinco minutos, sino que esos cinco minutos nos van a dar un modo nuevo de vivir. Es un modo de vivir como siervos inútiles.

INTIMIDAD TRINITARIA

Todo lo que hacemos las 24 horas del día lo hacemos por amor a Dios, no por nuestra gloria: La mamá que reza mientras amamanta, el papá que se ofrece en silencio antes de ir al trabajo, el joven que apaga la pantalla para escuchar el corazón. Todos repiten sin decirlo: sólo hago lo que debía hacer.

Este espíritu de servicio es inseparable del descubrimiento de Dios como Padre, del Hijo como hermano y del Espíritu Santo como consejero.

El que reza se introduce poco a poco en la intimidad trinitaria. Ya no le dice Dios, sino descubre que son tres Personas en un solo Dios, pero se dirige al Padre y ora al Padre en la confianza del Hijo; conversa con Cristo, con Jesús, en la amistad del hermano; se deja inspirar por el Espíritu Santo como un discípulo dócil. Y así la oración se hace diálogo de personas; persona a persona, comunión viva, participación en la vida divina.

Y de ahí brota también la dimensión eclesial. Nadie reza solo.

El siervo del evangelio pertenece a una casa, a un amo, a otros siervos. Así, la oración personal encuentra su plenitud en la oración de la Iglesia, en la liturgia, en el rosario que medita la vida de Cristo con María, en la Eucaristía, que es el corazón del día.

Quien aprende a orar en lo secreto lleva esa misma actitud al trabajo, a las fiestas, a las reuniones con los amigos, al servicio a los pobres. Todo se convierte en prolongación de alabanza.

Cuando Jesús dice: «Somos siervos inútiles», no humilla al hombre, le revela la pureza del amor divino.

El siervo que sirve sin reclamar paga es libre porque ya no vive para sí. Del mismo modo, quien ora sin buscar fruto visible, entra en la libertad de los hijos de Dios. Su gozo no está en el resultado, sino en la presencia.

Por eso la oración transforma el tiempo. Los cinco minutos ofrecidos con perseverancia abren la puerta por la que todo el día se ilumina.

reto

Y no se trata de tener tiempo para Dios, porque quizá nunca lo tendremos, sino de descubrir que todo tiempo es de Dios. Entonces el trabajo, la familia, el descanso y hasta la fatiga se vuelven ocasión de encuentro.

El alma que reza en lo pequeño aprende a ver a Cristo en lo cotidiano y amarlo en todo. Finalmente, la oración así entendida, conduce a la alegría del siervo fiel.

Quien cada día se pone ante el Señor, aunque no sienta nada, aunque sólo diga “Jesús, aquí estoy; Jesús, te quiero”, experimenta lentamente que su vida se unifica.

Lo que antes era rutina se vuelve ofrenda, la cruz se vuelve fecunda y cuando al final del día puede repetir con serenidad: he hecho lo que tenía que hacer, no lo dice con resignación, sino con gratitud. “He servido al Amor y en ese servicio he encontrado mi descanso”.

Esta es la paradoja del evangelio: El siervo inútil es en realidad el amigo de Dios. La oración nos introduce en esa verdad. Orar no es demostrar algo a Dios sino dejar que Él nos ame y nos transforme en servidores fieles de su Reino.

Quien persevera en esa humilde fidelidad, cinco minutos, cincuenta días, toda una vida… descubrirá que el Amo del evangelio, al final, se levantará de la mesa y servirá a sus siervos, entonces entenderá que todo servicio era ya comunión y que toda oración era ya comienzo del banquete eterno.

Santa María, sierva del Señor y madre del silencio, enséñanos a orar con humildad y fidelidad, para que toda nuestra vida sea un “hágase” dicho con amor. Que así sea.


Citas Utilizadas

Sab 2, 23 – 3, 9

Sal 33

Lc 17, 7-10

Reflexiones

Jesús, aquí estoy.

Predicado por:

P. Josemaría

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