El sábado anterior, Señor, viví una experiencia muy bonita. Porque celebré las primeras comuniones del colegio. Ese día en que un grupo de niñas te recibía por primera vez en la Eucaristía. Y fue muy hermoso verlas con esa mezcla de ilusión, de nervios, de alegría.
Estoy convencido de que ese día el cielo sonreía, estaba de fiesta. Y pude celebrar precisamente este sábado anterior también el aniversario de mi ordenación sacerdotal hace once años. Ese día en el que yo también viví un momento muy especial. El día en el que, Señor, no pude evitar también esa ilusión, esos nervios, esa alegría y fue muy bonito que me hayas concedido poder celebrar este aniversario precisamente celebrando unas primeras comuniones.
ESE DÍA EL CIELO SONREÍA
Porque ese día yo también te recibí por primera vez hace once años de un modo nuevo, porque ya te había recibido muchos años en la comunión, en la misa participando de la santa misa. Pero esta vez, Tú, Señor, confiaste el misterio de tu cuerpo y de tu sangre para que yo lo celebrara en el altar. Recuerdo mi primera misa, que fue precisamente ese día de la ordenación, como no te pude tener en mis manos para consagrar el pan y el vino, no. Porque eso solamente lo hizo Monseñor Javier Echavarría, el segundo sucesor de san Josemaría. ¡Qué privilegio haber recibido la ordenación de sus manos!
Pero después sí que te pude tocar, en el momento en el que comulgué, y tomé un pedacito, un trozo de ese pan blanco, de ese pan de los ángeles, lo mezclé con tu sangre y pude comulgar. Y mis manos temblaban un poco, no de miedo, sino de asombro. ¿Cómo es posible que Dios se nos entregue así tan pequeño, tan humilde, tan cercano?
¡AHÍ ESTÁS JESÚS!
Y este sábado, esas niñas experimentaron ese asombro. Jesús en la Eucaristía. Señor, y Tú no eres un símbolo, no eres un recuerdo lejano, eres Tú mismo que te haces presente ahí en esa hostia santa, en esa pequeña forma de pan ¡Ahí estás, Jesús, ahí estás!
Ese mismo Jesús que sanó enfermos, que abrazó a los niños también, que murió y resucitó por nosotros. El mismo Jesús. Ahora pequeñito en la hostia viene a ser morada en nuestros corazones. Y así lo hiciste por primera vez ese día, este sábado, en el corazón y en el alma de esas niñas.
Recordaba también como decía san Josemaría cuando lo recibió el fundador del Opus Dei cuando lo recibió por primera vez. Tenía diez añitos, en 1912. Y siempre recordó con fervor ese aniversario, ese día; él decía:
“El Señor quiso venir a hacerse el dueño de mi corazón”.
DUEÑO DE MI CORAZÓN
Señor, ahora yo te pido de verdad eso para mí, para estas niñas, para todas las niñas y niños que en estos días van a recibir la Primera Comunión, el Señor se nos entrega totalmente para vivir en el corazón, en el alma. Así como esas niñas no se van a olvidar nunca de su Primera Comunión, yo tampoco Señor, de mi primera misa.
También recuerdo al día siguiente ya pude celebrar solo en un altar sin público, solamente una persona me ayudaba, fue hermosísimo, de verdad fue algo muy emocionante poder celebrar yo solito la primera misa, al día siguiente de mi ordenación. Ya después tuve una primera misa solemne con mis papás, algunos familiares, amigos que estuvieron en mi primera misa.
Señor, cada Eucaristía es distinta, pero yo te pido que todas tengan algo en común, el asombro. Que permanezca siempre el asombro. Que permanezca siempre la gratitud, Señor, gracias. Y que el amor crezca hacia Ti cada día en la Eucaristía. Señor, concédenos eso a todos los cristianos. Que todos los días celebramos, participamos, asistimos a la Santa Misa.
CAMINAR HACIA ADELANTE
Yo le dije a esas niñas deseo esto para ustedes, le pido al Señor esto precisamente, que la comunión que hoy reciben sea la primera de muchas y que cada vez que reciban a Jesús lo puedan hacer con el corazón abierto, con mucha alegría, con reverencia, con mucha piedad.
Y no nos quedamos mirando hacia atrás, no. Hay que caminar hacia adelante. Estamos festejando todavía el tener un nuevo Papa, el Papa León XIV. Que tan bonito cuando nos dijo, que quería caminar junto a nosotros. Señor, que miremos hacia adelante y no nos quedemos con las emociones, con los sentimientos de alegría, que el Señor a veces los puede permitir, sino, Señor, caminar contigo, dejando que crezcas en nosotros, que transformen nuestras vidas. Tú eres el protagonista de nuestra santidad, de nuestra alma.
Y cuando esas niñas miren hacia atrás y recuerden ese día en el que hicieron su Primera Comunión, pues que también recuerden que ese día comenzó una amistad muy especial, la amistad con Jesús en la Eucaristía. Esa misma amistad, Señor, que comenzó en mi corazón, en mis manos de sacerdote, hace once años.
UN SELLO DE LUZ, FE Y ESPERANZA
Porque todos, todos, niñas, niños, sacerdotes, ancianos, que tan bonito ver cuando un anciano recibe el viático, las últimas veces que comulga ya muy enfermito. Qué bueno que todas volvamos al origen, volvamos al altar, volvamos al amor primero.
Acudimos a nuestra Madre, Santa María, la Virgen. Ella, Jesús, también te recibió cuando recibió el anuncio del Ángel: “Serás la Madre del Mesías. Lo recibirás en tu seno. El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”. Que le pidamos a la Virgen que nos ayude a recordar, más que a recordar, a revivir y a mantener siempre intacto el asombro, la acción de gracias, que el amor crezca en nuestros corazones. Le pedimos a la Virgen que nos acompañe hoy y siempre.
Señor, gracias. Que estos días tan importantes para nuestras vidas, los días en que recibimos los Sacramentos, la Primera Comunión, el Bautismo, la Confirmación y en mi caso, esa Ordenación Sacerdotal, queden grabados en nuestras almas como un sello de luz, de fe y de esperanza.