«Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Ellos respondieron: “unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas”. Él les dijo: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Respondiendo Simón Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo”. Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne, ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo lo que atares sobre la tierra, quedará atado en los Cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos”»
(Mt 16 13-19).
Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Dios elige al que quiere y por las razones que Él tiene, lo vemos constantemente en el Evangelio, Dios va eligiendo.
«Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano y los llevó a ellos solos a un monte alto…»
(Mt 17, 1).
Jesús va eligiendo, elige porque confía en ellos para algo en particular. Así sucede también en los cónclaves cuando eligen Papa. Por eso dicen que el que entra papable, sale cardenal y el Espíritu Santo elige a su Papa. Y en el último cónclave, pues eligieron a Francisco.
Esa noche hizo tres llamadas que parecen demostrar que simplemente él no se esperaba ser elegido Papa. La primera, fue a su dentista de Buenos Aires para cancelar una visita que tenía programada. La segunda, a un vendedor de diarios para agradecerle por sus años de servicio y le decía por el teléfono: “en serio, soy Jorge Bergoglio, te estoy llamando desde Roma” y aquel hombre que no se lo creía…
También llamó a la única hermana que le quedaba, María Elena. Ella misma decía: me dijo “mira, esto se dio así y acepté”. Entonces ella le decía: “pero ¿cómo estás? ¿cómo te sentís? Él se moría de la risa y me dijo: estoy bien, quedate tranquila”. Dice su hermana, “se te veía muy bien en televisión, tenías una expresión radiante, ojalá pudiera darte un abrazo”. Él me dijo: “nos estamos abrazando, estamos juntos, te tengo muy cerca del corazón”.
Comentaba: “no es fácil explicar lo que es hablar con tu hermano y tu hermano es el Papa”, así lo recordaba entre risas y lágrimas.
¿POR QUÉ QUERÍA SER PAPA?
Pues hoy celebramos la Cátedra de San Pedro. Ahí está, en el Ábside de la Basílica de San Pedro en Roma, una representación de esa Cátedra, un trono sostenido por cuatro grandes santos, representando a todos los santos de la Iglesia y el Espíritu Santo la ilumina desde el vitral del fondo de la Basílica. Ahí está el trono y ojo, porque no es una silla apetecible. La responsabilidad es grande, los problemas están a la orden del día, por no mencionar las críticas.
En una ocasión, en una audiencia en la que niños italianos le hacían preguntas al Papa Francisco, una niña le preguntó:
“¿Por qué querías ser Papa?”
Entonces Francisco se rió y le respondió:
“¿Pero tú sabes lo que significa que una persona no se quiera del todo a sí misma? Una persona que desea ser el Papa no se ama a sí misma”.
Y él se reía y el público también; entonces, añadió el Papa:
“y Dios no lo bendice”;
O sea, al que quiere ser Papa, al que desea ser Papa. “No, yo no quería ser Papa”. Pero resulta, que lo es, es Pedro. Y Francisco, como buen Papa, tiene conciencia de ser Pedro.
En la ceremonia de acogida, de apertura de la Jornada Mundial de la Juventud, comentaba:
“Me acuerdo que en Cracovia, algunos me preguntaron si iba a estar en Panamá y les contesté: yo, no sé, pero Pedro seguro va a estar, Pedro va a estar. Hoy me alegra decirles, Pedro está con ustedes para celebrar y renovar la fe y la esperanza.”
Pues está ahí elegido por Dios para ser cabeza y nosotros estamos para ayudarle. Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos los miembros del cuerpo, aún siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.
CADA PAPA TIENE SU ESTILO
Nosotros somos el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia; y cada uno, desde nuestro rincón, podemos ayudar a construir la Iglesia, a fortalecer al Papa, no porque sea un Papa que me cae bien, sino que simplemente es el Papa, es parte del ADN de un cristiano. Pasen los años, pasen los Papas, pase lo que pase,
“sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
“Señor, te pido por el Papa, te pido por la Iglesia muy unida al Papa. Yo quiero querer al Papa y quererle con su forma de ser”.
Entonces Pedro le dijo a Jesús:
“Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías”
(Mt 17, 4).
Aquellas palabras de Pedro que muestran desubicación allá en el monte Tabor. Pero bueno, cada Papa tiene su estilo, cada Papa tiene su personalidad. Pedro tenía el suyo y Francisco también tiene el suyo y nosotros no estamos para juzgarlos, estamos para ayudarles.
Gracias a Dios, gracias Jesús porque te has encargado de conseguirnos un Papa de gran categoría humana y de gran categoría sobrenatural. Pero lo necesita y lo pide: oración. Francisco tiene mucha confianza en la oración.
Gracias por el Papa que nos has dado, pero yo te pido que me enseñes a rezar por él, que no lo deje solo, que me sepa parte de este cuerpo tuyo, en el que hace cabeza el Papa que es el Vice Cristo. No queremos dejarle solo, es Pedro, es el padre común en la Iglesia, es quien hace cabeza, no queremos dejarle solo y no podemos dejarle solo. “Señor, Jesús, que sepan reconocerle, que sepan verle para que sepan obedecerle, que sepan quererle, por esto te pedimos”.
AUDIENCIA CON EL PAPA
Se me venía a la mente, una anécdota que se cuenta de un párroco de un pequeño pueblo italiano que celebraba su 70 aniversario de ordenación sacerdotal y entonces sus feligreses querían regalarle algo que le hiciera una verdadera ilusión.
Le consiguieron una audiencia privada con el Papa, que en ese momento era Pío XII. Con 93 años se pudo trasladar a Roma y visitó la ciudad. Y llegó el día del encuentro, de rodillas, delante del Pontífice, le besó la mano mientras lloraba emocionado como un niño.
El Papa tuvo para él, palabras de afecto, de agradecimiento y, para terminar, este buen sacerdote se atrevió a hacerle una pregunta. Le dijo:
“Perdone que le pregunte esto, pero ¿duerme bien su Santidad?”
Pío XII se quedó extrañado por la pregunta y le respondió que sí. Entonces, el sacerdote sintió la necesidad de explicarle la pregunta.
“Desde pequeños, mi madre nos inculcó que rezáramos un Padre Nuestro antes de acostarnos pidiendo que el Papa durmiera bien y la verdad es que nunca supe de la eficacia de esa oración”.
Pío XII, conmovido, abrazó a aquel sacerdote mientras le animaba a seguir con esa costumbre, con esa buena costumbre.
Al Papa hay que quererle, no importa nuestra edad, no importa quién sea el Papa, hay que quererle. Ojalá que nosotros pudiéramos decir como san Josemaría:
“Gracias Dios mío por el amor al Papa que has puesto en mi corazón”
(Camino 573).
Y por el amor a este Papa, Francisco que lleva la Iglesia sobre sus espaldas, que cumple su tarea de buen pastor, un Papa muy humano y santo. Es el Vicario de Cristo, pero es de carne y hueso y cuenta con nuestras oraciones.
Pues Jesús, mis oraciones especialmente en este día, por el Papa. Todo lo que rece, todo lo que haga, por el Papa. Madre nuestra, santa María, tú que eres Madre de la Iglesia, cuida de tu Iglesia, cuida del Papa.