«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo».
CAMINO DE PAZ
“¡La pace sia con tutti voi!”, le prime parole del nuovo Pontefice. “Fratelli e sorelle carissimi, questo è il primo saluto del Cristo Risorto, il Buon Pastore che ha dato la vita per il gregge di Dio”.
Estas fueron las primeras palabras del Papa León XIV.
Queridísimos, queridos hermanos. Queridas hermanas, queridos hermanos, este es el primer saludo de Cristo resucitado, el Buen Pastor, que ha dado la vida por sus ovejas:
“La paz os dejo, mi paz os doy”.
Bueno, hoy recordamos al Papa Francisco. Pero sobre todo, Señor, te recordamos a Ti en ese primer saludo, en esas primeras palabras Tuyas, cuando te apareciste a los discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy».
Para esto he muerto, para daros la paz.
Me quiero también acordar del Papa Francisco, delante de la imagen de la Inmaculada Concepción en la Plaza España en el año 2022. De cómo lloro delante de la Virgen por no haberle llevado la paz.
Y allí estaba, delante de esa imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción, en la que cada año, el Papa va y le regala una corona enorme de flores que la ponen los bomberos en la mañana.
El Papa va por la tarde y allí, delante de ella, dice una oración, se dirige a ella con mucha confianza. Y en ese año, mientras estaba rezando por la paz en Ucrania, tuvo que detenerse unos segundos, porque estaba llorando.
Dijo en ese momento: “Me hubiera gustado haberles traído el agradecimiento del pueblo ucraniano”. Y en ese momento se detiene y rompe en llanto.
Empieza a respirar. Hay un silencio impresionante y allí está lleno de gente, lleno de fieles, lleno de sacerdotes, de clérigos también. Y rodean al Papa.
Tras un silencio que fue, digamos, no sé si incómodo, pero sí un silencio llamativo, pues en ese momento empezaron a aplaudir al Papa, como para animarlo a continuar.
Y él continuó la oración y dijo: “…El pueblo ucraniano, por la paz que tanto tiempo hemos pedido al Señor”.
En cambio, claro, no podía presentarle a la Virgen la paz, porque no había paz; y todavía no hay aún paz Madre mía.
Y decía: “En cambio, debo presentarles las súplicas de los niños, los ancianos, las madres, los padres y los jóvenes de esta tierra mártir que tanto está sufriendo”.
NOS HABLAS DE PAZ
Pues hoy, Jesús, Tú nos hablas de paz. Y la paz nace en el corazón. Sí, Madre mía, rogamos por la paz de Ucrania… Tantos años, tantas muertes, tantas injusticias. Bueno, imploramos esa paz.
Recordaremos por muchos años, que las primeras palabras del Papa León fueron precisamente: la paz.
«Os doy la paz. La paz os dejo»,
las primeras palabras de Jesús Resucitado. Y si seguimos en el Evangelio de la Misa de hoy, aparecen también, curiosamente, las primeras palabras del Papa san Juan Pablo II.
Si te pregunto en este momento a ti que escuchas, cuáles fueron esas primeras palabras, seguramente recordarás: “No tengáis miedo”.
Realmente no fueron las primeras primeras palabras, porque fueron las palabras pronunciadas en el inicio de su pontificado el 22 de octubre de 1978, pero no fue cuando salió al balcón.
De todas maneras, se conservan en el imaginario colectivo como las primeras palabras de san Juan Pablo II Así, con fuerza: “No tengáis miedo. Abrid más todavía de par en par las puertas a Cristo”.
Y estas son las palabras que le siguen a las palabras Tuyas Jesús de la paz. Porque el Evangelio dice:
«La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo».
E inmediatamente después dice:
«Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde».
¿Eso qué es? No tener miedo… No tengas miedo…
VIVIR SIN MIEDO
Me voy y vuelvo a vuestro lado. Y entonces, aquí Jesús, en la continuidad del Evangelio, quiero fijarme en un tema, ¿por qué la paz y por qué no tener miedo? Y Tú te justificas…
Vamos a ver, no es que te justifiques, pero si estás dando la razón de fondo de por qué das esa paz y por qué nos dices que no tengamos miedo. Y, ¿cómo se alcanza esa paz en el corazón?
Me voy y vuelvo a vuestro lado. Si me amarais, os alegrarías de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.
Se está despidiendo… ¿Te estás despidiendo? Va avanzando el tiempo de la Pascua y, si es verdad, también podemos ir considerando nuestra oración, la despedida de Jesús en cuerpo y alma a los cielos.
Jesús se quiere despedir. Vuelve al Padre. ¿Y por qué? ¿Por qué vuelve al Padre?
Y sigue el Evangelio,
«Es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo».
¿Cuál es la clave de lectura? ¿Cuál es la razón de todo? La obediencia. La obediencia de Jesús a su Padre. Y la obediencia es la fuente de paz y de alegría, y es la fuente de que no tengamos miedo.
Obedecer al Padre. Obedecer a Dios Padre. Por eso, Jesús, tu resurrección gloriosa que contemplamos en este tiempo de Pascua, para nosotros es una garantía y un anticipo también de la gloria que nos espera a nosotros.
Pero para imitarte tenemos que morir a nosotros mismos por la obediencia. La obediencia de Jesús.
Mira lo que dice el autor: “El sacrificio con que hemos sido redimidos no se identifica principalmente con el dolor, sino con la obediencia. El dolor en sí mismo no es redentor, salvo que esté asumido amorosamente en un acto de obediencia y unido por la gracia a la Cruz de Jesús, nuestro Salvador.
No nos redimió porque sufriera. Ni tampoco porque muriese. Sino porque obedeció a su padre. Y obedeciendo sufrió y murió”.
Dicho en otros términos, sufrió obedeciendo y murió obedeciendo. Y así su muerte y su dolor trajeron la redención al mundo. Desde entonces, los cristianos nos unimos a la Cruz a través de esa misma obediencia.
OBEDIENCIA Y AMOR
Es un error pensar que cualquier sufrimiento nos une al Señor, o que podemos llamar Cruz a cualquier tribulación.
Hay dolores que condenan más de lo que salvan. Sólo cuando el dolor es libre y amorosamente asumido en obediencia podemos hablar de cruz y redención en la vida del cristiano.
Esto a mí me gusta especialmente. ¿Por qué? Porque efectivamente, Señor, lo que nos redimió no fue que que hayas derramado hasta la última gota de tu sangre por nosotros, o que hayas sufrido la flagelación y la corona de espinas.
El valor de la pasión es muy grande, Pero lo que nos alcanzó la redención fue la obediencia de Jesús en la cruz. Jesús obedece.
Jesús quiere obedecer y por eso viene a este mundo chiquitín y obedece a José y a María, nuestra Madre. Hemos de amar a Dios. Y para amar a Dios hay que amar su voluntad y tener deseos de responder a esa llamada que Dios nos hace. Eso es obediencia.
Y nosotros podemos también pensar: —Bueno, Señor, pero yo tengo deberes de Estado, tengo deberes con mi profesión, tengo deberes con mi trabajo, con mi familia, en el trato social, pues allí puedo obedecer, pero con esa rectitud de intención, obedeciendo al Padre.
Y tenemos esas dos voluntades: la voluntad de Dios y la voluntad mía, mi voluntad.
Mira lo que dice San Agustín: “Tu voluntad debe ser corregida para identificarse con la voluntad de Dios y no la de Dios torcida para acomodarse a la tuya”.
Pues vamos a meditar hoy sobre la obediencia a Dios y como también todo lo que nos lleva a obedecer en este mundo, que sea orientado también a obedecer a Dios, a cumplir la voluntad de Dios.
Acudimos a nuestra Madre Santa María. La vida del Señor en la Tierra dio comienzo con la obediencia de su Madre:
«He aquí la esclava del Señor».
Ahora cantamos en estos últimos días de Pascua llenos de alegría, los frutos de esa obediencia: “Alégrate, Reina del Cielo. ¡Aleluya! Porque el que mereciste llevar en tu seno ha resucitado según predijo. ¡Aleluya!”
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