La misa de hoy nos presenta uno de los evangelios quizá más conocidos de todos los pasajes de la vida del Señor.
Ha estado Jesús predicando mucho rato, mucho tiempo. Se acerca a la gente, a distintas personas que vienen a escucharlo, a pedirle algún milagro y Jesús atiende a cada persona personalmente, no se detiene en las multitudes simplemente, sino que quiere establecer una relación con cada uno y atiende, escucha y hace milagros, pero uno a uno.
Y eso lo cansa, cansa a Jesús, como quizá tú también te sientes cansado después de mucho trabajo, después de alguna cosa especial que te ha hecho pasar la vida.
Todos, creo que, experimentamos esa misma sensación, entonces entendemos muy bien a Jesús cuando vemos en el Evangelio que está cansado, está muy cansado y se queda dormido en el barco.
Ahí en la proa, quizá con algunas cosas que le hacen un poco más blando el suelo del barco, pero bueno, en medio de ese barco Jesús se acuesta y se duerme.
Tan cansado está que no se da cuenta de que hay una tormenta y que el barco se mueve de un lado para otro, que el barco se empieza a llenar de agua y los apóstoles están asustados; los truenos y los relámpagos y el ruido… y Jesús sigue durmiendo.
Así era el cansancio del Señor, quizá tú también en algún momento has estado cansado, así, de esos que uno se queda dormido y no se entera de nada.
De esas veces que tú estás tan cansado que te quedas dormido y te levantas, así como asustado de que no sabías qué estaba pasando, cuánto tiempo había pasado, etc.
¿ACASO NO TIENEN FE?
Así estaba Jesús. La tormenta hacía un ruido y un movimiento, todo ensordecedor y Jesús no despierta. Los apóstoles se empiezan a asustar. “Oye, aquí puede pasar algo, aquí nos podemos morir”.
Entonces van y despiertan a Jesús: Señor, Señor, ¿no te importa que nos estemos muriendo, que nos vayamos a ahogar? Jesús despierta. Los mira quizá con un poco de tristeza, calma el viento, calma las olas, todo se tranquiliza.
Entonces les dice a los apóstoles:
«¿Por qué están asustados? ¿Acaso no tienen fe?»
(Mc 4, 40)
Uno se puede imaginar el tono de la voz del Señor con un poco de pena, como diciendo: tanto tiempo que llevan conmigo y no se han dado cuenta de que lo que sea que necesiten lo van a tener, que el Señor no va a permitir que les pase nada que no les convenga para su propia felicidad, para su propia santidad. ¿Por qué tienes miedo?
Quizá hoy día Jesús te está diciendo esto en este rato de oración: ¿por qué no tienes fe?
Y uno se puede poner a pensar, uno se puede poner a mirar por dentro o más que mirar por dentro, ver en el propio corazón a la luz de lo que nos dice el Señor, con el Señor de la mano. Porque eso es la oración, no es simplemente una introspección nuestra, como si estuviéramos solos, sino que es un rato en el que estamos conversando con el Señor.
HABLAR CON ÉL
Por eso estos ratos de oración se llaman así: Hablar con Jesús, porque queremos hablar con Él y queremos mirarnos también con Él. Mirar nuestro corazón con la mirada del Señor.
Podemos mirar hacia adentro y vemos, a veces, esas incertidumbres que nos asustan. El futuro incierto a veces o con nuevos desafíos que nos cuesta asumir.
O a veces lo que nos da miedo es el dolor, el sufrimiento. Esas cosas que nos hacen sufrir interior o exteriormente: una enfermedad o alguna contrariedad grande que tenemos en nuestra vida familiar, social, de amistad, etc.
O quizás lo que más nos da miedo es que vuelvan a surgir cosas del pasado, heridas, entonces evitamos enfrentarnos a esas cosas que nos pueden hacer volver a aparecer esas cosas que nos duelen.
Quizá lo que nos asusta es volver a tener un corazón roto, una traición, entonces todas estas cosas nos van dando un poco de miedo.
Y el Señor hoy me dice esas mismas palabras que le está diciendo a los apóstoles:
«¿Por qué tienes miedo? ¿Acaso no tienes fe? ¿Acaso no estoy Yo contigo?»
CONFIAR EN ÉL
El Señor, en este rato de oración, nos está pidiendo que confiemos en Él, que tengamos fe en Él, que Él nos va a ayudar a ser felices, a ser santos.
Que nos va a ayudar a llevar todo dolor, todo sufrimiento, que Él nos va a ayudar a sanar todas las heridas, que Él es la roca firme ante las incertidumbres, que Él es el único que puede llenarnos el corazón, que nunca nos va a traicionar, que nunca nos va a hacer el mal.
Ábrele ahora tu corazón a Jesús. Ábreselo y dile: Jesús, aquí está, estas son las cosas que me dan miedo, las que me asustan. Estas son las cosas que me ponen nervioso. Ábrele el corazón.
Dile lo que te cuesta. Dile eso que te da miedo, que te entristece. Ponlo en sus manos y confía. Jesús me va a ayudar. Jesús me va a escuchar. No hay nada que Él no pueda hacer por mí. Nada.
¡NADA!
San Pablo ya lo decía:
«… ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo temporal, ni lo eterno, nada puede apartarnos del amor de Dios»
(Rom 8, 38-39).
¡Nada! Cuando estamos con el Señor, podemos todo. Él nos va a llevar a sacar adelante todo lo que nos propongamos, todo lo que Él nos propone. Todas esas misiones que son las que nos van a llevar a cada uno de nosotros a ser felices.
El Señor nunca, nunca nos va a dejar solos, nos va a dejar sin lo que necesitamos para ser felices.
Jesús es la luz en nuestros sufrimientos, es la luz en la oscuridad. Él es el que nos va a ayudar a sacar adelante todas esas situaciones que nos asustan. Es el que va a calmar todas las tormentas.
Cuando a veces parezca que el Señor no está, que el Señor como que desaparece de nuestra vida, no es que desaparezca, es que está dormido. Y muchas veces nosotros somos los que no lo hemos tomado demasiado en cuenta y que lo tenemos ahí apartado.
Entonces le pedimos: Señor, Señor, sálvanos. Y en medio de esa oscuridad el Señor enciende su propia luz, la luz de su presencia y también la luz de la presencia de la Virgen Santísima.
VIRGEN DE CANDELARIA
Mañana, 2 de febrero, no lo celebraremos porque es domingo, pero es la fiesta de la Virgen de la Candelaria, la presentación del Señor. Recordamos ese momento de la presentación del Señor en el Templo con esta fiesta de la Virgen.
Candelaria viene de candela, de la vela, que es una luz. Y la Virgen en nuestra vida también es una luz. Ella confía ciegamente en el Señor, sabe que sólo el Señor es el que puede hacerla feliz y el que nos puede hacer felices a nosotros.
Ella tiene fe en el Señor, no tiene miedo, tiene esa confianza ciega en el Señor y por eso da luz. Y es una luz para nosotros y siempre es la luz.
Ella en todas las apariciones siempre viene a dar luz. Viene a ayudar, viene a confortar.
Madre nuestra, ayúdanos a confiar, ayúdanos a ser como tú, una luz en medio del mundo, en medio de la oscuridad, para poder tener nosotros esa seguridad de que siempre estamos con el Señor y para poder ayudar a otros a llegar a Dios.
Madre nuestra, ayúdanos a hacer la voluntad de Dios como tú, aunque a veces nos da un poco de miedo, un poco de vértigo, lanzarnos.
Madre nuestra, ayúdanos a confiar, ayúdanos a lanzarnos, aunque no veamos muy bien el fondo, porque sabemos que ahí, si estamos con el Señor, eso va a ser lo que nos va a llevar a la felicidad.
Deseo recibir sus reflexiones
Deseo recibir sus reflexiones