Nos cuenta el Evangelio que estabas, Señor, con tus discípulos y ellos, admirados de la belleza del Templo, te compartían, seguramente con mucho orgullo, esa obra que tenía una piedra de gran calidad ex votos… debió ser algo imponente.
Claro, los comprendemos; que estuvieran con el Mesías y de alguna manera mostrarle: “Mirá la obra de tu pueblo para Dios”.
Como podría uno acá, si vinieras Jesús, te llevaría a la Basílica de Luján: “Mirá lo que es esto, una iglesia lindísima de estilo neogótico que ayuda a rezar; o alguien que lo llevara a San Pedro, que te mostrara, Jesús: mirá San Pedro, mirá las dimensiones, la maravilla de este templo para Dios. Claro, con un sano entusiasmo.
Y tu reacción, Jesús, habrá sido como un balde de agua fría para los apóstoles, porque les dijiste que de esto
«No va a quedar piedra sobre piedra» (Lc 21, 6).
Que va a ser arrasado, como efectivamente fue y no tanto tiempo después.
ALGO INTERIOR
En el año setenta, el emperador Tito invadió con sus tropas, destruyeron Jerusalén y del Templo quedó sólo ese Muro de los Lamentos.
No sé si es lo que pasará algún día con la Basílica de Luján, San Pedro o tantísimos lugares que nos pueden venir a la cabeza, que son una maravilla de edificios dedicados al culto y a la gloria de Dios.
Quizás con algunos sí, quizá aguanten hasta el fin del mundo. Pero lo que nos puede llevar a pensar es que no debemos de tener tanto nuestro orgullo y nuestra esperanza en las cosas materiales, en edificios, sino en lo que no pasa, en lo que no puede ni el emperador Tito, ni el tiempo, ni nadie, destruir.
Que es esos ladrillos que se han puesto con el amor de Dios en cada acto, en las cosas que hacemos, en nuestro día a día y que es algo interior.
Si bien hay cosas que nos pueden enorgullecer y que son buenas, no se puede enorgullecer, así como un edificio dedicado al culto, un trabajo bien hecho, mi estado de salud, mis destrezas, mis logros…
Pero quizás Vos Jesús, si te mostramos con mucho orgullo: mirá esto, mirá que bien hago estas cosas, qué bien mantengo mi forma física, cuántos títulos tengo… y quizás algo parecido nos podrías decir:
“Todo eso va a ser un poco arrasado por el tiempo, por la decrepitud que viene con la edad avanzada, porque quizá después nadie se acordará de esos logros…” Y nos puede venir bien relativizar un poco y creo que a eso nos invitás, Señor.
AL ATARDECER NOS MEDIRÁN EN EL AMOR
Esos éxitos, que no es que sean malos, pero tampoco han de ser el fundamento de nuestro orgullo, de nuestra seguridad. No es con lo que nos vamos a presentar delante de Dios.
Y si algún día me faltan la salud, el reconocimiento, los bienes materiales (que tenía una casa, que me sentía muy orgulloso, alguna cosa material…) no va a ser el fin del mundo, a menos que yo tuviera ahí puesto todo mi corazón, en el fondo.
No será una catástrofe si mi tesoro y lo que más valoro está puesto en algo más alto que el tiempo no puede destruir.
Ese tesoro es la vida de relación con Vos, Señor; es sabernos hijos de tu Padre. Ese tesoro está en los vínculos que cultivamos con los demás, eso no pasa.
Como dice san Juan De la Cruz:
“Al atardecer nos medirán en el amor”.
Eso es lo que queda.
Y lo otro, si está o no está, si tenemos buena salud, si tenemos iglesias espectaculares, si tenemos un buen trabajo, una buena casa… bendito sea Dios. Y si alguna vez no está…
NUESTO FIN
Me acuerdo de alguien que naufragó en medio del Río de la Plata. El velero se quedó ahí, ya no se pudo recuperar y ¿qué dijo después? “Son pérdidas materiales, la vida se salvó”.
Si las cosas que teníamos ya no las tenemos, seguiremos adelante.
Ojalá que lo que tengamos y lo que nos enorgullezca, nos lleve a agradecer y a dar gloria a Dios; que en una iglesia espectacular entremos no sólo para mirar como turistas, que ni hacen la genuflexión delante del Santísimo, por ignorancia.
Ojalá que eso lleve a que se eleve hacia Dios una alabanza, un agradecimiento. Y que los dones que nos concedés, Señor y que los cultivamos: los talentos, la salud, que nos lleve a agradecer la prosperidad, pero ojalá, Señor, que sepamos ver todo eso siempre como medios, que no está ahí nuestro fin.
Por eso es que continuamente hay que rectificar que nuestro fin sea el amor a Dios y el amor al prójimo.
CONSTRUIR CON MUROS SÓLIDOS
Me acuerdo ahora de una anécdota de un sacerdote del Opus Dei que tuvo un accidente y quedó en silla de ruedas, quedó muy disminuido en sus capacidades físicas, sólo podía mover la cabeza.
Le hicieron una entrevista donde le preguntaban cómo era su nueva vida, cómo se sentía, que si hacía un poco de balance ante esta catástrofe y él dijo algo así (no lo tengo acá literal): que se sentía como un millonario, una persona rica que perdió algunas pesetas; un cambio, un poco de plata, nada muy valioso…
¡Tremendo, porque le había cambiado absolutamente la vida, necesitaba ayuda para todo!
Y en esa respuesta se ve que su tesoro, lo que más valoraba, lo seguía teniendo, que era tener a Dios, tener el amor del prójimo, poder seguir luchando día a día por vivir como un hijo de Dios.
Ayudanos Jesús a construir con muros sólidos; con ladrillos que duren para la eternidad. Eso lo podemos hacer hoy, día a día, buscando la voluntad de tu Padre, cuidando poner amor en lo que nos ocupa cada momento.
Y esos muros de eternidad nadie los podrá derrumbar y si llegan las dificultades, no nos sentiremos desorientados.
Aunque las cosas, obviamente nos afecten, también lo material o las cosas que usamos, pero nos sabremos afirmar en lo importante, no perderemos la paz si está nuestro corazón ahí, en el verdadero tesoro.
Vamos a pedirle también a nuestra Madre, que ella se goza en Dios su Salvador; en Dios tiene su gozo.
Seguramente que la Virgen cuidaba su casa, estaba orgullosa del Templo de Jerusalén, tenía su corazón puesto en tantas cosas, pero su firmeza, su seguridad, su orgullo, en ser hija de Dios y en lo que Dios hace en su vida.
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