Ciertamente nadie sabe exactamente cómo va a ser ese momento, en el que vamos a tener que rendir cuentas ante Nuestro Señor.
¿Será que nos van a poner a ver una película de nuestra vida? ¿Será que nos van a hacer un interrogatorio minuto a minuto de nuestra existencia?
¿Será que tendremos que llenar una planilla y entonces decir verdadero y falso a las cosas que haya allí escritas, sobre las cosas buenas, las cosas malas, nuestros pecados, nuestros actos de misericordia?
UNA AUTOEVALUACIÓN
Bueno, nadie sabe exactamente cómo va a ser ese momento. Y tal vez por eso podemos tomarnos la libertad, de ponernos creativos, de tomarnos esa licencia, de imaginar cómo sería ese escenario.
Imagina, por ejemplo, que Jesús te diera la oportunidad de ser juzgado, a partir de una sola frase, que tú mismo le digas, es decir: “una autoevaluación”.
Aquí en la tierra, uno puede pensar, que esas autoevaluaciones no es que sean muy seguras, porque uno siempre se puede juzgar mejor de lo que uno es.
Pero en aquel momento, intentar engañarse o engañar a Cristo, la verdad es que sería muy peligroso. Puedes decir la verdad y solamente la verdad, nada más que la verdad.
Y entonces, ¿Cómo te definirías tú, por ejemplo, con tan solo ocho palabras? El Señor te va a juzgar en tan solo esas ocho palabras que digas.
¿Cómo recogerías toda una vida de experiencias, en tan solo ocho palabras? Toda una vida de intenciones, de acciones, en una brevísima frase: ¿Quién eres? ¿Qué es lo que Dios vería principalmente en ti?
Bueno, empezamos con fuerza este rato de “Hablar con Jesús”, porque estas preguntas ¡valen totalmente la pena!
Aunque la verdad, es que las respuestas no son especialmente fáciles, ¡recuerda! sería inútil engañarse o intentar engañar a Cristo.
¿Quién eres? ¿Cómo te definirías a ti mismo en tan solo ocho palabras? Y de esas ocho palabras, dependería tu juicio particular.
Claro, la dificultad radica, obviamente, en que no somos seres unidimensionales, entonces meter todo en ocho palabras, sería sumamente complicado.
¡ESA NO ERA VIDA!
Hay muchos aspectos de nuestras vidas que serían difíciles de condensar en tan poquito espacio.
Creo que nadie podría hacerlo, sería Injusto tener que elegir solamente uno de esos aspectos de nuestra vida y tener que obviar el resto, ¡sería demasiado difícil!
Bueno, el Evangelio de hoy, es una muestra de esto, recoge san Marcos, ese episodio de la vida de Jesús.
En el que, llegando a la orilla del mar, que corresponde a esa zona llamada Gerasa, la zona de los geracenos, dice el Evangelio:
“Apenas desembarcó Jesús, le salió a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de un espíritu inmundo.” (Mc 5, 2)
La verdad, es que por lo que cuenta el evangelista, la vida de aquel hombre, ¡no era vida!
“Vivía entre los sepulcros, ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo, muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, nadie tenía fuerza para dominarlo.
Se pasaba el día y la noche entre los sepulcros y en los montes gritando y haciéndose heridas con piedras.” (Mc 5, 3-5)
Claro, en este caso, hacer ese ejercicio con el que empezamos a hacer este rato oración, ¡sería sumamente fácil!
Uno diría ¿Quién es este hombre? La respuesta es fácil: es “un endemoniado”. Para muchos, aquel hombre es sencillamente eso: el endemoniado.
No hacen falta, no ocho, sino solamente dos palabras, para definir a esta pobre alma.
MUCHO MÁS QUE ESO
Este claramente, es el rasgo más claro, el que más sobresale de toda su vida: ¿Quién es este hombre? “Es el endemoniado”, puedes añadirle dos palabras más: el endemoniado de Gerasa.
Pero como cualquier otro ser humano, él es mucho más que eso que lo define muy bien. Continúa san Marcos:
“Viendo de lejos a Jesús, el hombre se echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido no me atormentes». Esto porque Jesús le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.» Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.»
Y le suplicaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.”
(Mc 5, 6-10)
Claro, este diálogo es interesantísimo, escalofriante pero interesantísimo, porque a veces pareciera que habla el hombre, otras veces pareciera que habla el endemoniado o los endemoniados, porque se llaman legión.
Hay una distinción y, de hecho, los mismos demonios reconocen que esta distinción existe.
UNA ETIQUETA INJUSTA
Tanto así que, si no existiera esta diferencia, no tendría ningún sentido la petición que ahora van a hacer los demonios a Jesús, porque continúa san Marcos:
“Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte; los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.»
Y Jesús se lo permitió. Y los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos, y la piara – unos 2000 cerdos se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó”. (Mc 5, 11-13)
Esto es lo interesante también, porque si el hombre aquel fuese exactamente lo mismo que los demonios que lo tenían poseído, entonces quién tendría que haberse lanzado al acantilado era aquel hombre.
Pero, claro, los que se lanzan son los cerdos, hay una distinción entre los cerdos y los endemoniados, quiero decir, obviamente.
La distinción es tal que, aunque lo que defina mejor a aquel hombre, era ese título de: “el endemoniado”, la etiqueta era injusta, no era del todo justa, al menos, porque aquel hombre era mucho más.
Y esto es lo que Jesús ve en aquel hombre, ve un alma al que librar de esa esclavitud, no son lo mismo, no es lo mismo que sus demonios.
Dios que posee una mirada que penetra hasta la médula del alma, Dios que es nuestro creador, que nos conoce muchísimo mejor que nosotros mismos.
También es capaz de ver en nosotros más allá de nuestro pecado o de nuestros pecados.
Él es capaz de distinguir entre nosotros, que somos criaturas suyas, a las que ama con locura, de nuestros pecados, de nuestras miserias, a las que aborrece totalmente.
OPORTUNIDAD DE CAMBIAR
Tanto así, como una madre, que es capaz de distinguir al bebé de sus entrañas, que ama con locura, del pañal sucio, el que quisiera que no estuviese sucio.
La distinción es clarísima, ella no definiría a su hijo: “mi hijo el sucio”, la madre hace la distinción sin ningún problema.
Por eso Jesús es capaz de subir a la cruz, a pesar de la agonía de saber, cómo íbamos a responder tú y yo, y cada uno de los hombres, hasta el final de los tiempos.
Por eso Jesús es capaz de hacer esa distinción, y por eso nos sigue dando la oportunidad de cambiar de vida.
Especialmente en este año, que es “Año Jubilar, Año de Conversión, año de reseteo.
Por eso Dios nos sigue dando hoy en día, un día más de vida, para intentar amarlo, aunque sea un poco más que ayer.
Por eso Dios nos sigue dando el Sacramento de la Penitencia, ese Sacramento en el que nos brinda la oportunidad de separarnos de nuestros pecados, para que no nos definan nunca más.
Jesús tenía razón, obvio: ¡Jesús siempre tiene la razón”, en este caso es notorio, porque lo que Jesús vio en aquel hombre, era totalmente cierto: “él no era sus demonios”.
“Después de este suceso, los habitantes de aquella región de Gerasa, se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado, el que había tenido la Legión, y lo vieron sentado, vestido y en su juicio”. (Mc 5, 15)
Esto es lo que inicialmente había visto Jesús, los demás veían solamente eso: “un endemoniado”, pero Dios veía mucho más allá de esa etiqueta, veía a un hijo suyo que podía vivir mejor.
VIVIR COMO HIJOS SUYOS
Del mismo modo nosotros tenemos que reconocer como humildad que somos pecadores no lo vamos a negar tenemos nuestras miserias nos avergüenzan.
Pero, aun así, Dios nos sigue viendo como hijos suyos, que podríamos vivir mejor, que podíamos vivir como hijos suyos, como Él nos pide.
Nosotros no somos nuestros pecados, a pesar de que tengamos muchos, o que tengamos algún defecto dominante.
Pero mientras tengamos vida en esta tierra, mientras tengamos segundos de vida, tenemos la oportunidad de separarnos de todo pecado.
Con la ayuda de la gracia y de la libre voluntad, para que logremos ser lo que verdaderamente nos define, somos: hijos de Dios, intentando vivir como hijos de Dios.
Eso es lo que Jesucristo quiere ver en nosotros y que con su ayuda vivamos de acuerdo a esta definición: somos hijos de Dios, intentando amar a Dios.
Ojalá aprendamos también a vivir esto con los demás, ojalá tengamos también visión de fe, visión sobrenatural.
Especialmente con aquellas personas a las que principalmente les vemos sus defectos, y no porque nos hayamos equivocado, esos defectos están ahí, puede que tengamos mucha razón en lo que vemos.
Pero siempre hay más, al menos ¡Dios siempre ve más!
Vamos a encomendarnos a san Josemaría, que decía de sí mismo; que era un pecador que ama con locura a Cristo.
Y aquí están las ocho palabras: “Un pecador que ama con locura a Cristo”, bueno que él nos ayude a vivir así: apartándonos de todo lo que nos aparte de Dios y viendo a los demás como lo que son: almas que también son hijos de Dios.
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