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P. Rafael

6 min

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ENAMORADOS HASTA EL EXTREMO

En la fiesta de san Maximiliano Kolbe, recordamos su vida y nos preguntamos: ¿qué espera Dios de mí?

Hoy celebramos la memoria litúrgica de uno de los santos más inspiradores del siglo XX: san Maximiliano Kolbe. Seguramente ya conoces su historia porque es muy famosa, pero me tomo aquí la libertad de recordarla muy brevemente:

Maximiliano fue un sacerdote franciscano de origen polaco, canonizado por su paisano san Juan Pablo II. Estudió teología en Roma, ejerció el magisterio en ciencia eclesiástica. En 1930 sus superiores lo mandan a Japón, donde trabajó como un misionero con una gran generosidad.

Yo estoy convencido de que muchas de las historias que después escucharemos sobre la heroicidad de tantos católicos que sobrevivieron a la terrible bomba atómica de Nagasaki en el ‘45, son fruto de esa generosidad, de esa huella que dejó este gran santo en aquellas tierras.

Maximiliano vivió unos dos-tres años en Japón y después regresó a Alemania, después a su Polonia natal y fue encarcelado por la Gestapo, recluido tristemente en ese campo de concentración de Auschwitz.

Era el año 1941 cuando llegó a ese terrible lugar y a finales de julio de ese año se produjo una fuga -un hombre que era un panadero de Varsovia. Obviamente esto no les gustó a los jefes y como represalia eligieron a diez prisioneros que tendrían que morir de hambre a causa de la fuga y para que sirviera de escarmiento para futuros intentos de escape.

Entre los condenados a morir en ese grupo de diez se encontraba un sargento polaco de nombre Francisco Gajowniczek, padre de familia y suplicaba vivamente que tuvieran compasión de él por su mujer y por sus hijos. Entonces Maximiliano Kolbe entra en escena, se ofrece a morir ocupando el lugar de aquel padre de familia y los jefes del campo aceptaron la sustitución.

MÁRTIR DE LA CARIDAD

El jefe del campo de concentración se limitó a preguntarle cuál era su profesión y Maximiliano con gran paz respondió que era sacerdote católico y así estuvo recluido varios días en un local pequeñísimo de muy pocos metros cuadrados, junto con sus compañeros de suplicio, sufriendo ese terrible tormento del hambre y de la sed.

Conforme iban muriendo los recluidos iban retirando los cadáveres, hasta que al final, la víspera de la Asunción de la Virgen, llegó la orden de rematar a todos los moribundos, que habían quedado solamente cuatro. Les inyectaron ácido fénico y así acabaron con sus sufrimientos.

El Papa Pablo VI lo beatificó en el año 1971 y este fue el Papa que le atribuyó ese título con el que con tanta frecuencia se le llama a San Maximiliano Kolbe, “mártir de la caridad».

Bueno, esto es un brevísimo resumen de su vida. Y cuando escuchamos estos sucesos, es difícil no acordarse de esas palabras del Señor:

«Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos»

(Jn 15, 13),

que es precisamente el pasaje del evangelio que es propio para la memoria de san Maximiliano.

Por una parte, nos volvemos a asombrar porque los santos no hacen otra cosa que intentar pisar las mismas huellas del Maestro. En este caso, Maximiliano sigue los pasos de Jesús, incluso hasta el Gólgota.

ALMAS RADICALMENTE ENAMORADAS

mártir

¿Cómo no sentirnos tú y yo interpelados por esta vida de los santos? Hoy mismo, ¿qué tan cerca estoy yo de esos pasos del Maestro? ¿Qué rasgos, qué actitudes, qué sentimientos todavía marcan una gran distancia entre nosotros y Aquel a quien queremos seguir?

Rara vez Dios pide a sus hijos la prueba del martirio, pero si viene, un hijo de Dios ha de recibirla como un tesoro, porque eso es; pero lo que siempre Dios nos pide a todos es ser confesores de la fe, especialmente en nuestra vida diaria.

Hay que recordar que los mártires no fueron masoquistas o personas que sintieron una atracción irrefrenable por la muerte, sino sobre todo almas radicalmente enamoradas. Creo que esto va muy bien con la definición de un mártir.

¿Qué es un mártir? Es una persona radicalmente enamorada, cuya vida está llena de muchas entregas de amor a Dios.

Y de nuevo, tal vez a ti y a mí Dios no nos vaya a pedir una prueba tan grande como la de san Maximiliano, pero sí que podemos ilusionarnos con su entrega, con su amor tan extremo a Dios, porque es lo que queremos para nosotros.

El mártir no solamente renuncia a su propia vida, fijarse solamente en la renuncia sería un reduccionismo injusto de toda su vida. El mártir, sobre todo, ha elegido a Dios y como hemos considerado otras veces, toda elección implica una renuncia; y el mártir, al elegir a Dios, no tiene mayor problema en renunciar incluso a la propia vida.

MORIR

No sé si te pasa a ti, pero cuando veo la vida de tantos mártires, a mí siempre me parece, claramente, que son vidas muy admirables, pero a veces viene la tentación de que son vidas inimitables; es decir, no tan fáciles de imitar. No nos vemos tan capaces de seguir ahora mismo esos mismos pasos, nos sentimos que somos mucho más limitados.

Pero no olvidemos que también en nuestras vidas sentimos que Dios nos pide tantas veces renuncias y renuncias que no son nada fáciles.

Por eso, vamos a aprovechar el ejemplo de san Maximiliano para preguntarnos: ¿qué significa para ti y para mí “morir” para que nazca una nueva vida en nosotros?

Tal vez no se trate de un sacrificio tan extremo como el de José Maximiliano Kolbe, pero sí de pequeñas entregas diarias.

–       Morir al egoísmo: Para que nazca la amistad verdadera, para que crezca la generosidad, para que nazca el servicio desinteresado a los demás.

–       Morir a la comodidad: Para que así nazca el verdadero esfuerzo, la disciplina, el crecimiento personal, el espíritu de expiación y de desagravio ante los propios pecados o de los demás.

–       Morir al miedo al qué dirán: Para que nazca la autenticidad, la defensa de los propios valores, la valentía de ser lo que Dios espera que seamos.

–       Morir a las distracciones superficiales: Para que así nazca una conexión mucho más profunda, mucho más íntima con Dios, sin ruido de por medio.

Y así, cuando sintamos que Dios nos está pidiendo una muerte de este estilo o una renuncia injusta, inmerecida o que simplemente parece que supera nuestras capacidades, es la hora de cambiar el enfoque.

SEÑOR, YO TE ELIJO A TI

En lugar de fijarnos solamente en lo que tenemos que dejar, en aquello que Dios parece que nos está pidiendo que tenemos que renunciar, vamos a volver la mirada a lo que hay que elegir, a quién es que queremos elegir.

mártir

Te elegimos a Ti, Señor.

–       Cuando la pereza entre en nosotros y el fastidio también, decir: Señor, yo te elijo a Ti.

–       Cuando vengan tentaciones contra la santa pureza: Señor, yo te elijo a Ti.

–       Cuando nos cueste la caridad hacia alguien que nos hace perder fácilmente la paciencia: Señor, yo te elijo a Ti.

–       Cuando sintamos que el corazón está frío, está como una piedra para las cosas de Dios, para las prácticas de piedad: Señor aquí estoy, porque yo te elijo a Ti.

–       Cuando la soberbia y el orgullo nos complique el perdonar, pasar página rápido, querer a todos y cada uno como los ama Dios: Señor, yo te elijo a Ti.

Y para que esto no parezca una entelequia o una idea así difusa, por fortuna contamos con el ejemplo de san Maximiliano y el ejemplo de tantos santos y mártires que la Iglesia nos propone a lo largo del calendario litúrgico.

MARTIRIO COTIDIANO

Todos, todos, son almas enamoradas hasta el extremo, pero aprovecho aquí para decir que no podemos olvidar tampoco a aquellas personas que tal vez no terminen en una lista de santos canonizados en la plaza de san Pedro, pero aun así, son ejemplos muy cercanos de lo que significa el martirio cotidiano por amor a Dios.

San Josemaría, en el Viacrucis, toca este tema. Dice que

“el martirio cotidiano es como aquel del que gasta sus años trabajando un día y otro sin otra mira que el servir a Dios, a la Iglesia y a las almas y que envejece sonriendo y que pasa inadvertido…”.

San Josemaría nos invita también a seguir ese ejemplo porque dice:

“Para mí, el martirio sin espectáculo es más heroico… Ese es el camino tuyo”

(San Josemaría. Víacrucis VII. 4).

Hoy aprovechamos la fiesta para pedirle a san Maximiliano Kolbe que nos inspira a hacer como ese grano de trigo que va a dar muchísimo fruto donde Dios quiera que estemos, porque allí, en esas circunstancias, queremos vivir enamorados de Dios, también incluso hasta el extremo.


Citas Utilizadas

Jos 3, 7-10. 11. 13-17

Sal 113

Mt 18, 21 – 19, 1

Jn 15, 13

San Josemaría. Víacrucis VII. 4

Reflexiones

Señor, yo te elijo a Ti.

Predicado por:

P. Rafael

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