Leyendo el Evangelio que la Iglesia nos propone para la Misa de hoy, me entró la risa porque me acordé de cierta persona con la que compartí casa, el mismo centro del Opus Dei.
Cuando vivíamos con él, resulta que era una sorpresa todas las mañanas, porque llegaba al desayuno contándonos lo que había soñado la noche anterior.
Claro, cada cuento más disparatado que el otro. En los sueños no hay guion, parece una obra maestra de realismo mágico.
Los cuentos, la verdad es que es imposible describirlos porque eran surrealistas, dignos de Alicia en el país de las maravillas.
En cambio, a mí me daba como envidia el asunto, porque Dios, a mí más bien me dio otro don, que era el de resetear la memoria todas las mañanas al levantarme.
NOS ESTAMOS ACERCANDO A LA NAVIDAD
Pues yo no me acuerdo absolutamente de nada de lo que soñé, hasta el punto de que yo tengo serias dudas, de que yo en realidad tenga sueños en la noche.
¿Y por qué te decía esto? Porque el Evangelio de hoy, ahora que nos estamos acercando a la Navidad, estamos en la recta final de este tiempo de Adviento, el correcorre con los preparativos de última hora.
Ahora la Iglesia nos propone la figura de san José, ese, como decía san Josemaría, “maestro de vida interior”.
Concretamente el pasaje que nos propone la Iglesia para el día de hoy, es precisamente del sueño de san José.
El Evangelio que acabamos de escuchar en el día de hoy, nos presenta a José en medio de una encrucijada trascendental en su vida.
Es una encrucijada humana, pero también es espiritual, porque nada más y nada menos que hay cambio de planes.
Su prometida, María, está en cinta antes de que vivan juntos, y san José sabe cuáles son las instrucciones claras, sabe cuáles son los procedimientos que dice la ley que hay que utilizar en estos casos.
Resulta que la ley dice que José tiene derecho al repudio público, eso sí, traería para la santísima Virgen, seguramente la deshonra y muy probablemente graves consecuencias en la sociedad.
JUSTICIA EN EL SENTIDO BÍBLICO
El evangelista nos dice:
«José, su esposo, que era un hombre justo, no quería denunciarla.»
(Mt 1, 19)
Aquí llama la atención, esta es la primera consideración de este relato de oración, porque si José era justo, la justicia sería entonces cumplir la ley, que lo que decía, era que en estos casos, él tiene que repudiar a María, a su prometida.
Pero, ¿cómo es que siendo justo está considerando seriamente el no repudiarla? que sería desobedecer la ley.
El término justicia, esto seguramente ya lo sabes, pero justicia en el sentido bíblico, sobre todo en tantos personajes del Antiguo Testamento, no es tanto aquel que cumple la ley así a rajatabla, sino antes que eso, el justo es aquel hombre que cumple la voluntad de Dios.
Y en eso está ahora mismo san José, está discerniendo cuál es esa voluntad de Dios, como seguramente lo ha hecho tantas veces en su vida.
Por eso, el evangelista no duda en llamarle hombre justo, pues como era justo y no quería denunciarla, pensó despedirla en secreto.
Esta primera reacción de José ya nos habla de ese corazón, que busca hacer lo correcto, pero siempre con la mediación de la misericordia, porque así es como quiere Dios que hagamos las cosas.
No se deja llevar por el impulso, cosa a la que también tendría todo el derecho del mundo, sino que reflexiona, pondera las opciones.
NI UNA SOLA PALABRA
Este es el primer paso del discernimiento, hacer una pausa y buscar en todo momento la voluntad de Dios. ¿Qué es lo que quiere Dios para mí en cada momento?
Aquí nos encontramos con una cosa muy interesante, porque los evangelistas no nos han transmitido ni una sola palabra de José.
Sí tenemos descripciones de sus acciones, de sus reacciones, pero ni una sola palabra de José.
Esto es llamativo porque, san Josemaría llamaba a san José maestro de vida interior.
Y la pregunta es, entonces, ¿cómo es esto posible? ¿Cómo es que alguien que no ha dicho ni una sola palabra, pueda servir a nosotros de maestro de vida interior?
Bueno, tal vez sea esa precisamente la lección que Dios quiere que aprendamos de este maestro de vida interior.
Que para que nuestra oración sea mucho más rica, para ganar en esa finura de sentidos, que nos hacen captar más rápidamente, al vuelo, si se quiere decir así, eso que Dios quiere para nosotros.
Esa facilidad para entender, para descifrar, para reconocer la voz de Dios, pues tendremos que poner más esfuerzo en nuestra oración, para hablar menos y escuchar más.
Si, de san José no tenemos ni una palabra, pero sí sabemos que sabía escuchar la voz de Dios.
CUIDAR EL SILENCIO
La verdad es que hay tremendo consejo, y para eso, bueno, cuidar los silencios, esos silencios en los que tantas veces habla Dios.
Sobre todo, ahora que nos estamos acercando a la Navidad, bueno, al menos en esta parte del mundo, la Navidad suele ser muy ruidosa, muy muy ruidosa.
No solamente por la música, sino también, porque visitas familiares, porque hay muchas gestiones que hacer a última hora para preparar la Navidad, mucho ruido externo…
También la sociedad actual nos va llevando casi que, a pensar que el silencio es pecado mortal.
En las generaciones más recientes, pues sí van sintiendo que el silencio es algo insoportable.
También en la oración, porque en la oración, en ese encuentro íntimo y personal con Dios, el silencio nos obliga a sacar todo lo que sobra, todo el ruido y a quedarnos a solas con Él.
Y eso nos hace sentirnos mirados, nos hace sentirnos interpelados. Pero bueno, precisamente eso es lo que Dios quiere para que crezcamos en vida interior.
Que nos sintamos mirados, apreciados, amados y precisamente por amados, exigidos por Él.
Ahora, siguiente paso: ¿cómo Dios habla? ¿cómo identificar que Dios quiere algo de nosotros?
POR MEDIO DE LOS SUEÑOS
Bueno, hay muchos modos: El que nos propone el Evangelio de hoy, es el de los sueños. Dios, que le habla a través de un ángel a José, en sueños.
Lo va a hacer nuevamente después, cuando le pida que vaya a Egipto con María y con el niño.
Nosotros aquí, cuando terminemos este rato de oración, le vamos a dar gracias a Dios, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones… que son tres modos clarísimos, con los que Dios suele hablar a nuestro corazón.
Cuando nos hace ver que podemos mejorar en algo concreto y sacamos un buen propósito de mejora, cuando nos regala a veces ese afecto en la relación con Él y nos hace sentirnos en paz, en alegría.
Nos hace recuperar la serenidad y nos hace, por lo tanto, sentir que sí, Dios está cerca y nos está escuchando, nos da seguridad.
O cuando nos llega una inspiración, que es como una claridad para un tema que estaba complicado, que no podíamos ver y resulta que, en la oración, cae, termina de caer el níquel.
Pero además está, como vemos en el Evangelio de hoy: “Dios que habla en sueños”.
LAS COSAS ORDINARIAS DE LA VIDA
Se cuenta de un hombre que, dormía plácidamente y en medio de los sueños resulta que ve con claridad una serie de dígitos, un número muy largo.
Y entonces, resulta que le emociona tanto, porque lo ve con tanta claridad que se despierta, y así como puede, medio dormido, medio despierto, en medio de la noche toma papel y lápiz, escribe aquel número y ya se acuesta plácidamente.
A la mañana siguiente, se levanta y lo primero que hace, obviamente, es buscar ese número que Dios le había revelado en sueños.
Cuando ve el papel, le entra la risa, el número que había copiado no era un número para jugárselo en la lotería, era su cédula de identidad.
Bueno, efectivamente, Dios, a veces a algunos les habla en sueños como a san José.
Pero a la mayoría de nosotros, Dios nos habla a través de tantas cosas de la vida ordinaria.
Lo que si espera de nuestra parte, es que tengamos ese corazón bien dispuesto, un corazón preparado, un corazón que busque con insistencia hablar con Dios y escuchar su amabilísima voluntad.
¡HAY QUE PONERLO POR OBRA!
Y bueno, lo siguiente es: ¡manos a la obra! Porque san José también nos enseña con el Evangelio de hoy, que no basta con sencillamente tener claro lo que Dios quiere de nosotros. ¡Hay que ponerlo por obra!
Tiene que ser un querer operativo, eso que Dios quiere para nosotros, aquí tenemos un manual de instrucciones.
Ya sabemos por qué san Josemaría le llamaba “maestro de vida interior”, porque nos enseña, nos da unas claves buenísimas para saber escuchar, interpretar y poner por obra eso que Dios quiere por nosotros.
Que, al contemplar a san José en estos días, le pidamos la gracia del discernimiento, pues si no, nos vamos a estar dando golpes al aire en esta vida.
Le pedimos la gracia de ser justos como él, es decir, gente que ama la voluntad de Dios.
Le pedimos la gracia de abrir este corazón nuestro en la oración, para escuchar esos sueños que Dios tiene para nosotros.
Sobre todo, le pedimos la gracia de actuar en consecuencia con lo que Dios nos está pidiendo, y así nos vamos a preparar verdaderamente para recibir al niño Jesús esta Navidad.

