Íbamos tú y yo acompañando a Jesús, que;
“Recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Y uno le dijo: — Señor, ¿son pocos los que se salvan?»
(Lc 13, 22-23)
¡Vaya si no es una buena pregunta esta! Todos paramos oreja, porque la respuesta nos interesa:
“Él les contestó: — Esfuércense para entrar por la puerta angosta, porque muchos, les digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, se quedarán fuera y empezarán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y les responderá: «No sé de dónde son». Entonces empezarán a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». Y les dirá: «No sé de dónde son; apártense de mí todos los servidores de la iniquidad». Allí habrá llanto y rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que ustedes son arrojados fuera. Y vendrán de oriente y de occidente y del norte y del sur y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.” (Lc 13, 24-30)
¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?
Hay que aceptarlo: “dos mil años después de que la formulara aquel judío, la pregunta sigue abierta”: “¿Son pocos los que se salvan?”
El interrogante se podría haber cerrado entonces, porque que era el mismo Dios el destinatario de la pregunta. Pero, tras escucharla, no dio una respuesta, sino un consejo: “Esfuércense para entrar por la puerta angosta”.
Y, tras el consejo, da una respuesta a la pregunta inversa, o sea, a la de si son pocos los que se condenan: “Muchos intentarán entrar y no podrán”.
Tampoco esta respuesta concluye nada, porque podría ser tomada como una advertencia.
Advertencia, por cierto, muy grave, ya que esos muchos no son precisamente gentiles, sino personas religiosas: “Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas”.
Ya se ve que comulgaban y escuchaban la homilía. ¡Es como para echarse a temblar!
Más bien, como para echarse a amar. Son personas que rezan, pero no renuncian a nada ni entregan la vida. Su piedad es una mística sin ascética, una piedad sin Cruz.
JAMÁS APARTES LOS OJOS DEL CRUCIFIJO
Nadie se salvará sin oración. Pero tampoco se salvará quien no se esfuerce por cruzar esa puerta. Por eso, reza mucho y, mientras reces, jamás apartes los ojos del Crucifijo” (cfr. Evangelio 2025, José-Fernando Rey Ballesteros).

Leyendo el Evangelio también me acordaba de las palabras de un obispo, hablando sobre un premio nobel de literatura un poco singular.
“¿Te acuerdas del Salón de la Fama del Rock, cuando Springsteen presentó a Dylan y dijo que el cajón con el que empieza “Like a Rolling Stone” es como un golpe en la puerta de la mente, que te abre a un nuevo mundo?
Es un tópico decirlo, pero el verdadero papel de Bob Dylan es el de un profeta del Antiguo Testamento. Es bíblico.
Es muchas cosas, por supuesto, pero por encima de todo, y en todos los sentidos, es bíblico.
Tal vez sea el único cantante de toda la música popular capaz de trasladar la visión de la Biblia a nuestra época.
Recibió la influencia de Buddy Holly, Woody Guthrie, Elvis y otros, pero es esa perspectiva bíblica la que le lleva a interesarse por el pecado, el juicio, la vida eterna y Dios.
Una de sus últimas canciones, titulada: “I’m trying to get to Heaven before they close the door” [Estoy intentando llegar al cielo antes de que cierren la puerta] me ha marcado.
Con frecuencia, mientras estoy en la capilla, miro hacia el sagrario y digo: “Estoy intentando llegar al cielo antes de que cierren la puerta”.
ESO ES LO ÚNICO QUE QUIERO
Al final, eso es lo único que quiero: intentar llegar al cielo antes de que cierren la puerta” (Encender fuego en la tierra: Anunciar el Evangelio en un mundo secularizado, Robert Barron).
¿Son muchos o son pocos los que se salvan? No sé. Pero lo que me interesa es salvarme yo (sin que esto sea egoísmo).
Tengo que esforzarme para entrar por la puerta angosta. Tú también. Ojalá y todos nos esforzáramos para entrar por esa puerta. Así serían muchos los que se salvan.
“Siguen pasando los años, y a veces parece que no terminamos de llevar a cabo esa conversión que espera el Señor de todos.
Con el tiempo puede asaltarnos la tentación de tener miedo a que el Señor también pueda cansarse de nuestro retraso: nos ha llamado, ha estado esperando y se ha ido.
Han cerrado las puertas y comenzó la fiesta con aquellos que supieron estar vigilantes, los que aprovecharon bien sus oportunidades.
Hay que acelerar el paso, porque nos vamos quedando rezagados. Con todo, no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia divina.
Sabemos que el Señor no se cansa de esperar, si ve nuestra buena voluntad, si recomenzamos después de cada error.
Nos llenará de esperanza saber que Dios deja siempre abierta la puerta de atrás, para que entren los que llegan algo retrasados.
Los que sí querían ir a la fiesta de las bodas, pero, entre unas cosas y otras, se pusieron en camino un poco tarde, perdieron demasiado tiempo en los preparativos.
PLEGARIA DEL RETRASADO
La liturgia ambrosiana propone para estas circunstancias la «plegaria del retrasado», (la nuestra). Es un texto bastante original de la Semana Santa:
«No cierres tu puerta, Señor, aunque llegue algo tarde. No cierres tu puerta: estoy llamando. Abre, Señor piadoso, a quien te busca llorando. Acógeme en tu banquete…» (Confractorium del Lunes Santo).

Señor, no me dejes en la calle si no llego de los primeros, no te olvides de mí. Me he distraído en cosas circunstanciales, esas que, en el fondo, tienen tan poca importancia.
Me he retrasado, pero estoy tratando de acelerar el paso para recuperar el tiempo perdido, para cambiar de vida y poder llegar a tu fiesta; sé que es algo tarde, pero, quizá, no demasiado. ¡Espera un poco!”
¡Quiero ver a Dios! ¡Quiero verte a Ti!
Te lo digo con palabras de san Agustín:
«¡Oh Señor!, tengo gran necesidad de volver a ti. Ábreme tu puerta, estoy llamando. Enséñame cómo llegar a Ti, pues todo lo que yo tengo es el deseo».
Señálame, Jesús, el camino más corto, el más rápido. Queremos convertirnos del todo. Queremos estar en tu fiesta, en las bodas reales. (…) Queremos estar contigo. (…)
LLEVO MUCHA PRISA
Que no nos pase como a aquel joven que iba a gran velocidad por la ciudad en una potente moto, y tuvo que frenar de golpe ante un anciano que atravesaba la calle; cayeron todos al suelo: la moto, el anciano y el chico.
A ninguno le pasó nada de consideración. Y cuando se levantaron, la persona mayor preguntó: —Muchacho, ¿adónde vas? Y este, con toda sencillez y algo desconcertado, contestó: —No lo sé, pero llevo mucha prisa.
Qué gran cosa sería que, si alguien nos preguntara adónde vamos, pudiéramos contestar con sinceridad: Yo voy al Cielo, con prisa, antes de que cierren las puertas.
Jesús me espera. Tengo el tiempo justo. Es más, no tengo casi tiempo. No puedo detenerme mucho tiempo.” (cfr. El día que cambié mi vida, Francisco Fernández Carvajal).
Quiero salvarme. Quiero entrar por esa puerta. No puedo solo. Por eso acudo a tu Madre, Jesús, a la que, no en vano, llamamos: Puerta del Cielo.



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