Estaba leyendo una anécdota que dice así: “Allá por los años 20, una agencia de noticias norteamericana iniciaba nuevos servicios llamados “Las Memorias”. Comenzarían por las del ex príncipe de la corona alemana.
El hijo del káiser vivía desterrado en una isla de las afueras de la costa holandesa. La Agencia de Nueva York telegrafió a Londres para que su corresponsal se trasladará y adquiriera tales memorias.
El corresponsal comprobó al llegar a Holanda, que la costa estaba cubierta de hielo. Ninguna embarcación podría llegar a la isla en cuestión, donde se encontraba el expríncipe.
Ante las dificultades, el periodista puso un telegrama a la agencia norteamericana que decía textualmente: Veo isla desde costa, pero imposible navegación por denso hielo. Stop. ¿Qué hago?
En Nueva York no se intimidaron por las inclemencias del tiempo y en el acto respondieron con otro Telegrama: Camine.”
Esta anécdota que narra Jesús Urteaga en su libro Cartas a los Hombres, nos habla de las dos actitudes posibles ante las dificultades.
Ante ese hielo, pues lo que decide el corresponsal es que hay una imposibilidad. Sin embargo, los que lo contratan ven que con un poco de esfuerzo se puede superar: “Camine”. No puede llegar la embarcación. Pero si hay hielo, sobre el hielo se puede caminar.
Bueno, esto me sirve para introducir el comentario… La oración que ahora podemos hacer contigo, Jesús, a partir del Evangelio de la Misa de hoy, donde Tú comienzas diciendo:
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: No todo el que me diga, Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre Celestial.” (Mt 7, 21).
Esta frase que distingue entre la gente que te habla, Señor, y la gente que hace tu voluntad, nos tiene que poner sobre aviso, o sea, servirnos de alerta. Porque sí cabe estar tranquilos, porque rezamos. Y podría ser que, tu Señor, no nos sintieras cercanos porque no hacemos.
HACER LA VOLUNTAD DEL SEÑOR
“No todo el que me dice me diga: Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre Celestial.”
(Mt 7, 21).
Leía en el Decenario del Espíritu Santo (que probablemente hemos usado al comienzo del mes, preparando la solemnidad de Pentecostés) su autora, Francisca Javiera del Valle, explica que hay personas que rezan, que frecuentan los sacramentos, que evitan el pecado; pero que, sin embargo, no secundan al Señor en lo que el Señor les pide.
Y es que, como tú dices Jesús: “No todo el que me dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos.” Hay ahí como que un peligro. Está súper bien rezar, pero si esto sirve de, diríamos, camita, para sentirnos tranquilos, sentirnos en paz, sin movernos a dar todo lo que podemos dar, a ayudar al Señor de un modo más eficaz. Cabe, pues, que haya esta llamada de atención de Tu parte, Jesús.
Háznoslo ver ¿no? Parecería que es un posible modo de acomodarnos en una falsa tranquilidad interior, porque nos podemos sentir bien contigo, Jesús, porque estamos rezando.
Pero Tú distingues del que reza y el que cumple la voluntad de mi Padre, que ese sí entrará en el Reino de los Cielos. Por tanto, ¿qué le falta al que dice Señor, Señor?
Francisca Javiera del Valle, autora del libro que he mencionado, dice: lo que les falta es negarse a sí mismos… Dice así: “Por no morir para hacer la voluntad de Dios prefieren vivir rezando y pensando en que Dios está contento con lo que hacen.”
Entonces, creo que todos entendemos, no se trata de ir estresados, de ir tensos. Pero si se trata de que nosotros vayamos sintiendo la exigencia amable de Tu voluntad, Señor.
SER MÁS GENEROSOS
De manera que, ante esa invitación tuya a crecer, a ser más generosos, a ser mejor ayuda para ti, pues efectivamente, que demos el paso de crecer, de ser más generosos, de procurar ayudarte más.
Y entonces no se dará esta separación entre una persona piadosa y una persona que realmente secunda la voluntad de Dios, porque la verdadera piedad, la verdadera oración me lleva después a vivir como Dios me enseña. Como tú, Jesús me has dado ejemplo.
Si fuesa una piedad que no me moviera a este aprendizaje, sino que sirviera para irme adormeciendo -como decimos aquí en el Perú, durmiéndome sobre mis laureles- por lo bien que rezo, por lo bien que cumplo mi plan de vida, mis prácticas de piedad… Bueno, esto no estaría tan bien.
Vamos a caer en la cuenta de que, a Ti, Señor, te es muy valiosa nuestra docilidad y Tú te fijas en cómo son nuestras obras.
Por eso hoy que es fiesta de san Josemaría, me parece traer, ahora, a nuestro rato de oración, esas palabras que escribió en Camino:
“¿Quieres de verdad ser santo? – Cumple el pequeño deber de cada instante: haz lo que debes y está en lo que haces.” (Camino, punto 815).
Esto es muy bonito y fíjate que no se centra tanto en repetir palabras, cuanto en hacer, como dices Tú, Jesús: El que cumple la voluntad de mi Padre….
Pues ejemplo de esto es la Virgen Santísima que hizo la voluntad de Dios y ese es su mayor título. Madre nuestra, ayúdanos a ser buenos hijos de Dios haciendo su voluntad siempre.
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