«He venido a prender fuego la tierra y ¡cuánto deseo que ya esté ardiendo!»
(Lc 12, 49)
La efusión de amor que Jesucristo predicó, prendió en el corazón de tantos jóvenes santos, invadiéndolos de una fecunda despreocupación.
Fecunda, porque sus frutos siguen siendo aún muy abundantes. Despreocupación, porque puso fin a esas zozobras de juventud.
Pongámonos también ahora nosotros en este rato de oración, al abrigo del amor de Cristo, ese fuego de Cristo que llevamos en nuestro corazón y que queremos que también arda.
Estas palabras del Señor, estas palabras del Salvador, bien podemos preguntarnos nosotros ahora: ¿Arde mi corazón? ¿Arde mi alma con el fuego de Cristo?
Jesús advierte con palabras duras:
«¿Piensan que he venido a traer la paz a la tierra? No, vine a traer división»
(Lc 12, 51).
Y en efecto, ese sosiego cristiano, burgués, no es amigo del fuego de Cristo. Me refiero a ese fuego que es un fuego ficticio, a un fuego que no tiene verdadera fuerza, a una religión a medias, a una religión de kiosquito, a una religión de conciencias cómodas.
¿Cómo es mi fuego interior? ¿Busco al Señor examinándome en esa entrega de cada día? ¿Pienso en una paz ficticia o en quedar y hacer fondo rápido, o no preocuparme por grandes cosas?
Hay prácticas de piedad, hay solidaridad, hay honradez, hay virtudes humanas, pero a veces falta calor, falta fuego, falta ardor, falta pasión. Falta, en ocasiones, sólo en ocasiones, Cristo. ¿Cómo es mi fuego?
MIRAR A LO ALTO
Fíjate, Jesús en el evangelio de hoy, sigue y dice:
«Con un bautismo tengo que ser bautizado, y qué angustia sufro hasta que se cumpla»
(Lc 12, 50).
“No estamos hechos para una vida donde todo es firme”,
decía el Papa León XIV. Algo de seguro, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor.
¿Tengo esa ilusión por quedarme en simples sustitutos o busco de verdad también vivir mi religión hasta el final, con ese ardor, con ese fuego de Cristo que ha venido a traer a la tierra? ¿Tengo esa sed en el corazón, una sed que no es enfermedad, una sed que significa que estamos vivos?
Gustamos de Dios. Tenemos hambre de Dios, tenemos sed de Dios. Nos ha tocado, nos ha abrazado en su paz. Por eso nos animaba el Papa León XIV a mirar más allá, a mirar a lo alto.
Nos recordaba el ejemplo de Piergiorgio Frassati y Carlo Acutis, que ambos serán canonizados en el mes de septiembre. Falta muy poquito para ser canonizados. Dos futuros santos actuales, ejemplo de los jóvenes.
El Papa presidirá esa ceremonia y nos animaba, no solamente a buscar la santidad en el compromiso de la fe y en querer también descubrir a Cristo en las realidades de cada día, sino también buscar esa altura de la santidad.
«¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, he venido a traer división».
«NOS HICISTE SEÑOR PARA TI»
Desea, hoy más que nunca, Jesús, que nuestro combustible sea el mismo Señor, que las calorías para esta sociedad anoréxica, sean también una ocasión de buscar a Jesús, no en un naufragio de un ateísmo sin sentido. No, el Señor quiere que también arda nuestro corazón.
No basta una existencia cómoda, así es un amor cualquiera. No, el Señor nos pide un amor sin medida. Un amor que sabe también descubrir a Dios en lo que hace. Un amor como ha descubierto Frassati o Acutis o también el mismo san Agustín.
Resumiendo esas conversaciones que tenía san Agustín en el libro «Confesiones»:
“Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”
(San Agustín. Confesiones 1,1).
¿Cómo es mi descanso? ¿Tengo ese realismo por encontrar a Dios, me quedo perplejo a veces por tonterías o busco de verdad a Dios en un perfeccionismo rígido, en un perfeccionismo que no tiene sentido?
¡No! Busquemos la santidad en las cosas ordinarias, busquemos también a Dios despreocupados con esa facilidad que tiene también la santidad, busquemos al Señor en el ir más allá. Que ese clamor de oración suba también al Cielo como subió en el caso de María santísima.
SANTOS COMO PIERGIORGIO FRASSATI
Hemos celebrado recientemente la fiesta de la Asunción de María. ¿Queremos con santa María, al igual que los santos, mirar al Cielo? ¿Tenemos ese clamor que nos hace despreocuparnos también de tonterías? ¿Buscamos también lo que Dios me está regalando? ¿Siento esa fecunda despreocupación, por no quedarme atado a unas tonterías que no tienen sentido?
Dios, escuchamos también lo que nos quieras decir ahora en este rato oración, para descubrir en nuestra vida ordinaria cómo podemos también gozar más de Dios. Cómo yo puedo hacerme cargo de que Dios tiene mucho para decirme.
Hoy pensaba también en ese ejemplo de tantos santos que no han hecho cosas extraordinarias, pero desde meterse en internet como Carlo Acutis o Piergiorgio Frassati, que animaba también en esa lucha deportiva de buscar la altura en las montañas, nos animan a nosotros a no quedarnos en tonterías.
No sé si has subido a alguna montaña recientemente, pero te animo también a tener un horizonte, una meta, o lo mismo que también tenía Carlo Acutis: buscar en el mundo de las redes, sanarlas, buscar también ahí descubrir a Cristo.
¿Cómo es mi búsqueda de Dios?
¿TENEMOS FUEGO EN EL CORAZÓN?
Estuve leyendo recientemente ese libro totalmente que recuerda a muchos santos jóvenes que han hecho también de su vida algo muy normal y a la vez algo muy grande.
Me acordaba de Marcelinho, un joven brasilero de Florianópolis, abogado, que, a lo largo de su vida, en sus estudios y después en su vida espiritual, al conocer el Opus Dei y al participar también de algunos retiros de Emaús, encuentra a Cristo y lo quiere llevar a los demás.
Está despreocupado de esas tonterías y busca esa fecundidad que Dios también viene a traernos con ese fuego en el corazón.
¿Tenemos nosotros ese fuego en el corazón? ¿Queremos también llevar a toda la tierra ese mismo fuego? ¿Tenemos ese deseo ardiente?
La verdad que a veces nos quedamos en un fuego que es muy pequeño y en la medida que también uno tenga esa ilusión de quemar a otros, descubrirá que puede hacerte también muchísimo más. Que ese fuego no es simplemente para calentar las manitos o simplemente pasar un buen rato, sino para quemar, para llevar a todas partes ese amor del Señor que también nos anima.
Sigue el evangelio de hoy y es un poco más todavía penetrante, porque dice:
«Desde ahora estarán divididos. Cinco en una casa, tres contra dos; y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra»
(Lc 12, 52-53).
Son palabras muy fuertes, son palabras que también nos duele el corazón. Pero es el Señor el que nos ha llamado, es el Señor el que nos ha hecho para Él, para que nuestro corazón esté inquieto hasta que descanse en Él.
¿Tenemos en nuestra familia ese amor de Dios? ¿Buscamos llevar a Cristo a todas partes?
EL SEÑOR VIENE A TRAER ESE FUEGO QUE QUITA EL HIELO
Es Dios el que nos ha iluminado el corazón, el que nos ha encendido el corazón, el que nos ha llenado el corazón. Es el amor de Cristo que también nosotros queremos mostrar a todas partes y que no es simplemente una efusión cualquiera, sino que Cristo iluminó tanto jóvenes santos como Piergiorgio Frassati, Carlo Acutis, san Agustín o Marcelo -Marcelinho como le dicen en Brasil.
¿Cómo es tu amor al Señor? ¿Quiero de verdad amar a Dios sobre todas las cosas? ¿Quiero prender fuego en todas las realidades en las que yo estoy viviendo?
Recomiendo también en este tiempo, acá en el hemisferio sur, es un tiempo más frío. De hecho, el otro día había una helada tremenda, había caído por un día muy despejado y había caído mucho hielo, se había transformado el césped en hielo, casi parecía nevado Y me recordaba a estas palabras de
«fuego he venido a traer a la tierra».
Con el pasar de las horas, el sol dejó atrás ese hielo y desapareció. El Señor viene a traer ese fuego que quita el hielo, que quiere también quemar tu vida, que quiere también quemar tu corazón. ¿Tengo esa ilusión por transmitir a otros ese fuego?
Vamos a pedirle también todos juntos, a estos grandes santos que supieron mirar al Cielo, como nos anima el Papa León XIV, a buscar con alegría como la Virgen que también desde el Cielo está ilusionada con que nosotros tengamos ese corazón encendido, ese corazón que queme, que brille en todas partes.
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