La primera lectura de este lunes de la tercera semana de Adviento, ya nos vamos acercando, Señor, a tu venida, a tu llegada. Dice:
“Oráculo de Balaan. hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos. Oráculo del que escucha las palabras de Dios, del que contempla visiones del poderoso, en éxtasis con los ojos abiertos. ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como jardines junto al río, como aloes que plantó el Señor, como cedros junto a la corriente. El agua fluye de sus cubos y con el agua se multiplica su simiente.”
(Num 24, 3-6)
Nos describe este oráculo, esta visión: un vergel, un oasis, una abundancia.
Me hizo recordar que hace poco alguien comentaba, que había estado en un país de África, en donde había mucha sequía y el agua era tan valorada que a él le aconsejaron moverse por la sombra y no agitarse, no transpirar para no perder agua.
Y él comentaba que venía de un lugar donde se podía parar delante de un río que no se veía la otra orilla.
Una cantidad de agua dulce enorme el río de la plata, aunque no es muy profundo, pero es así, no se ve la otra orilla.
FALTA DE FE
Y esto nos habla ahora, Señor, en la inminencia de tu venida, de lo generosa que es la gracia y la salvación que Vos nos traes.
Quizá a veces nos acostumbramos o quizá no dimensionamos o no aprovechamos tanto.
¿Por qué? Puede ser porque nos falta fe. Ya estamos como acostumbrados a esos cubos, no de agua, sino de gracia, de santidad que vos querés traer.
En el Evangelio de este día nos cuenta que te preguntaban los fariseos,
¿Con qué autoridad haces estas cosas? (Mt 21, 23)
Y en esta ocasión Vos no les contestaste directamente, sino que les respondiste con una pregunta:
El bautismo de Juan ¿de dónde venía?, ¿del Cielo o de los hombres? Ellos calculando dijeron: «Si decimos: “del Cielo”, nos preguntará: ¿por qué ustedes no creyeron?» Y si decimos: que “de los hombres”, tememos a la gente, porque todos tienen a Juan por profeta. Y entonces dijeron: «No sabemos.» Y Él, Jesús, les dijiste: “Yo tampoco les digo con qué autoridad hago esto”. (Mt 21, 25-27)
Quería quedarme en estas palabras: ¿De dónde viene? ¿Del cielo o de los hombres?
UNIRSE CON DIOS
No lo querían reconocer, que Juan Bautista había sido enviado por Dios. Pero ahora a nosotros nos podrías preguntar, Jesús, ¿de dónde viene la gracia, que puedes recibir en los sacramentos?
¿De dónde viene que puedas hablar conmigo en la oración, conocerme en el Evangelio? ¿de dónde viene ese querer conectar, unirse con Dios?
Bueno, viene del Cielo, no es algo de los hombres, no es una cosa más, no es algo que podamos nosotros dominar del todo o producir a nuestro arbitrio.
En realidad, la gracia y la salvación, la unión con Dios, la santificación, ¿de dónde viene? Viene de Dios.
Es como una obra nueva, una nueva creación el que podamos, Señor, santificarnos y que podamos entablar con Vos una relación como hijos del Padre, animados por el Espíritu Santo.
Y decía antes, quizás nos acostumbramos, ¿no? Ahí está, ¿no? La Misa, los sacramentos, la reconciliación… Ahí está la posibilidad de rezar, de ser dóciles a la gracia.
Pero quizás nos lo tomamos como algo que es parte del paisaje, quizá no vamos a esa catarata, esa generosa fuente de santificación, que traes Señor, con tu Reino.
Sino que vamos, en vez de ir con un recipiente muy grande, a llevarme todo lo que pueda, voy un poco a cuentagotas, voy lo mínimo o por ahí, no voy.
Porque tengo tantas cosas que estoy a las corridas, y no encuentro el momento de detenerme, de rezar, de dirigir más todo lo que hago hacia Dios.
No encuentro el tiempo o no tengo ganas de acercarme a los sacramentos para buscar ahí tu ayuda, Señor.
ES DE DIOS
Y ante este panorama tan alentador: “que es del Cielo, es de Dios”, nos viene la propuesta de “la santidad”, no es algo de los hombres, no es un camino más.
Me acuerdo de un amigo que, en la universidad, yo lo animaba un poco a que se tomara en serio su vida cristiana y él me decía: -No, vos tenés eso ahora que te interesa, pero ahora a mí me interesa el deporte, el golf…
En realidad, está muy bien tener intereses, que a uno le guste el deporte, que uno tenga sus pasiones, sus aficiones…
Pero esa vida, Señor, que Vos nos ofrecés, que querés ir regalándonos y que son como esa fuente del trato con Vos, de los sacramentos y es algo que está destinado a crecer en nosotros.

Tendremos nuestros momentos, es verdad, con más luces, con más sequedad, que nos parece que nos cuesta, que nos parece que vamos mejor, pero en realidad siempre está destinado a crecer.
Nunca nos va a faltar la gracia para que en la vida interior podamos seguir creciendo, vamos a decir, nunca basta.
Y ahora, en este tiempo en el que nos preparamos, Jesús, para recibirte en la Navidad, que seamos un poquito más ambiciosos ante este tiempo fuerte.
Que nos maravillemos, que no nos acostumbremos a que viene el cielo, es de Dios esta venida del Salvador, esta invitación de la iglesia a recibirlo a una nueva conversión.
ACTO DE FE
¿Y cómo lo vamos a hacer? En primer lugar, haciendo un acto de fe. Un acto de fe en que Dios viene a buscarme, Dios se acerca.
Que no me acostumbre, que no lo viva como balconeando, como decía el Papa Francisco, como alguien que es un testigo nomás y no se deja involucrar.
Venid ahora, Señor, y tenés unas gracias concretas para regalarme, para dar unos pasos hacia Vos, para ir a buscar esas gracias que estoy necesitando.
Primero, creer. ¿Es del Cielo o no es del Cielo? Sí, es del Cielo esta llamada de la iglesia, esta posibilidad de volver a recibirte.
Después, procurando concretar con un poquito de generosidad y de ambición, sabiendo que no nos das, Señor, a la medida de nuestros merecimientos, de una medida humana, mezquina.
Como salía en la primera lectura de hoy, nos das así generosamente con abundancia, a cubos llenos, a baldazos, esa gracia que necesitamos.
Cuanto más la busquemos, es como un círculo virtuoso, que se alimenta, porque uno experimenta esa alegría, ese agradecimiento y más agradece, más confía, más se hace capaz también de recibir.
Vamos a pedirle a nuestra madre, que ella con su ejemplo y con su intercesión nos ayude a aprovechar este tiempo de gracia.
Ella que confiaba en el obrar de Dios, ella que afirma, que Dios hizo en mí cosas grandes, porque se fijó en la pequeñez de su servidora.
Madre nuestra, que también nosotros confiemos en ese obrar de Dios y que vayamos con mucha ambición a las fuentes de la gracia, para que el Señor una vez más nos visite.
¡Que el Cielo venga a nuestra vida y que en esta Navidad podamos recibir a tu Hijo!



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