El beato Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei, contó una anécdota que tiene lugar allá por los años 50, específicamente tres días antes de la Navidad del año ‘59.
Cuenta el beato Álvaro del Portillo que en ese día san Josemaría se encontraba un poco más taciturno, más callado, más preocupado y entra en una oficina de Villa Tevere (la sede central del Opus Dei en Roma) y uno de los que están en esa oficina se da cuenta de que nuestro Padre está así, especialmente cansado, muy silencioso, completamente inmerso en Dios.
Sí, probablemente había algo que le estaba afectando especialmente a san Josemaría. Esta persona se da cuenta y decide alegrarle el día.
Trae una imagen hecha en madera que venía envuelta en un paquete. Se sentó allí junto a san Josemaría muy lentamente, por supuesto hecho a propósito para fomentar la curiosidad de san Josemaría, empieza a abrir ese paquete, era una copia en madera de una imagen del Niño Jesús que originalmente está en Madrid.
El original, que uno puede ir a ver, lo tienen en el patronato de santa Isabel, las hermanas Agustinas Recoletas, era una imagen que le había traído muchas alegrías a san Josemaría allá por los años ’30.
Imagínense la alegría de san Josemaría cuando más de veinte años después se encuentra que le están regalando a él una copia en madera, un poco más grande que el original, de ese Niño que tanta alegría le había dado.
Apenas san Josemaría vio que se trataba de ese Niño, lo tomó en sus brazos, lo apretó contra su pecho y poco después, visiblemente emocionado, salió de la habitación.
DESPRENDIMIENTO
Cuenta el beato Álvaro esta anécdota y dice que tiempo más tarde san Josemaría le dijo: “Álvaro, he pensado regalar este Niño Jesús al Colegio Romano de la Santa Cruz (esto es en Roma también), será la primera piedra de su sede definitiva”, que todavía estaba por construir.
Esa imagen del Niño Jesús que tanto quería san Josemaría, ahora san Josemaría lo está regalando para que sea la primera piedra de esa sede nueva del Colegio Romano de la Santa Cruz.
Por una parte, el acto de desprendimiento de san Josemaría, porque tenía todo el derecho a quedárselo, era un regalo que le habían hecho a él y que seguramente le daba muchísimo consuelo. Pero, sobre todo, qué bonito que san Josemaría haga que este Niño Jesús sea, simbólicamente, la primera piedra de esa nueva institución.
Cuento esta anécdota porque el evangelio de hoy tiene algo que ver con esto. En aquel tiempo el Señor está hablando con sus discípulos y habla de qué pasa cuando alguien escucha sus palabras y cuando, en cambio, no las obedece,
«El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca»
(Mt 7, 24-25).
¿Entiendes por qué te cuento esta anécdota de san Josemaría? Porque, así como él quiso que ese Niño Jesús fuese la primera roca, la primera piedra de ese nuevo edificio y de esa nueva institución, el Colegio Romano de la Santa Cruz, donde se formarían tantos hijos suyos a lo largo de los siglos, algunos de ellos serían sacerdotes.
VEINTE DÍAS PARA NAVIDAD

Pues ahora nosotros podemos también decir que ojalá que el Niño Jesús sea también nuestra roca, que sea la primera piedra sobre la cual nosotros podemos edificar, que sea también ese sustento, ese fundamento en el que nosotros podamos construir toda nuestra vida.
«El que escucha estas palabras mías es como quien construye sobre roca»,
dice el Señor y construir sobre roca es poner a Dios al centro de nuestra existencia, de nuestras acciones, de nuestras intenciones, de nuestros afectos, de nuestros pensamientos.
La Iglesia quiere que recordemos, que meditemos este evangelio el día de hoy porque apenas estamos empezando el tiempo de Adviento, faltan exactamente veinte días para que llegue la Navidad.
Y este inicio del Adviento, que es también el inicio del calendario litúrgico (ahora empieza el ciclo A del año par del calendario litúrgico), es también un reseteo para todos nosotros. Ese deseo de recomenzar, de poner orden en nuestra vida, teniendo siempre a la vista esa llegada de esa visita que está ya casi, casi aquí, dentro de apenas veinte días.
Especialmente en este tiempo de Adviento, por lo tanto, en que básicamente estamos esperando esa visita y “qué pena con la visita -como se dice habitualmente- cuando nos sorprende con la casa desordenada”.
QUÉ PENA CON LA VISITA
Por eso, este tiempo de Adviento es una ocasión de oro para poner orden, esperando esa visita que, como decimos, va a llegar dentro de apenas veinte días.
Poner orden, que entre otras cosas puede ser: poner orden exterior y poner también orden interior. Porque, por ejemplo, podemos tomar ese tiempo de Adviento como un tiempo de lucha en el que nuestro propósito sea el orden exterior y no porque pretendamos ahora ser suizos en veinte días.
Ser suizo es buenísimo, personas como que les sale más natural el orden, pero a ti y a mí no nos interesa tanto ese orden así al milímetro. Lo que nos interesa con el orden es ver absolutamente en todo una oportunidad de decirle al Señor: “Señor, qué pena con la visita”. Obviamente con la visita no nos referimos a alguien que se va a dar cuenta de si somos muy ordenados o desordenados.
Cuando decimos: qué pena con la visita, claramente Señor nos referimos a Ti. Es ese decir Señor capaz da igual que deje los zapatos aquí o que los deje donde van, pero qué pena con la visita Señor, voy a poner los zapatos donde van por amor a Ti.
O esta camisa o esta ropa, esta prenda la puedo dejar ahí sobre la cama porque total que dentro de un rato vengo y la pongo donde va. Pero qué pena con la visita Señor. Aquí yo puedo dar también una oportunidad de oro de decirte: Señor por amor a Ti voy y lo coloco donde va.
Y el orden exterior, como decíamos, no es solamente el darnos una palmada en la espalda para que la gente vea qué ordenados somos, sino más bien una oportunidad de decirte absolutamente en todo: “Señor, por amor a Ti”.
EXAMEN DE CONCIENCIA

Pero además creo que es más importante que el orden exterior (que es importante) el orden interior, porque el Señor quiere llegar a nuestras almas en esta Navidad y ahí podemos decir también con mucho más sentido: qué pena con la visita.
Pues vamos que el Adviento es ocasión para sacar lo que estorba, para lo que ocupa espacio innecesariamente y sobre todo, de nuevo, lo que nos daría vergüenza que el Señor se encontrara.
Vamos a hacer en este tiempo Adviento un buen examen de conciencia. Qué te parece si ponemos especial delicadeza pidiendo luces al Señor: “Señor, que yo me vea como me ves Tú” y así podemos acudir a sacarle mucho más provecho al sacramento de la reconciliación.
Tiempo de Adviento, mira, fuera lo que sobra, hay que abrir espacio a la visita.
Decía san Josemaría:
“El orden dará armonía a tu vida y te traerá la perseverancia. El orden proporcionará paz a tu corazón y gravedad a tu compostura”
(San Josemaría, Forja 806).
Eso es lo que queremos obviamente, que haya orden, que haya espacio libre para el Señor.
PONER ORDEN
En los momentos de tormenta, cuando venga el aturdimiento, el desconcierto: orden en las ideas; ideas claras y sencillas. Saber que el Señor siempre al centro, el Señor nuestra roca, el Señor nuestro fundamento, en Él ponemos nuestra confianza.
Como suelen decir las abuelas, que las tormentas se pasan con una mano agarrada de Dios y la otra mano de nuestra santísima Madre, la Virgen María.
Vamos a encomendarnos entonces también a nuestra Madre en este tiempo de Adviento que apenas empieza. Faltan veinte días. Imagínense la barriga enorme, la panza enorme que nuestra Madre ya tiene en estos momentos. Estamos esperando con la alegría que ella también tiene en su corazón.
Vamos a pedirle que, así como espera ella, esperemos también nosotros y con su ayuda vamos a poner orden absolutamente en todo. Dios al centro de toda nuestra existencia.



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