«Jesús propuso a la gente otra parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero, cuando crece, es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto. De tal manera, que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas”. Después les dijo esta otra parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa”»
(Mt 13, 31-33).
“Jesús, te escucho y se me viene una especie de lema a la cabeza que resume un poco lo que dices (al menos así lo entiendo yo), te lo digo: Siembra pequeño y sueña grande”. A mí me sirve y espero que a ti que escuchas también, porque no te olvides: todo lo grande empieza pequeño, también el Reino de los Cielos en las almas.
Nos gustaría ser perfectos y ya se nos antoja superar nuestros defectos, quitarnos de encima esa desconfianza o ese letargo, esa modorra, para reaccionar, pero ¡se nos antoja para ayer! y no estaría nada mal ser santos con un chasquido de dedos… ¡de una vez! Pero la santidad no aparece como el conejo que el mago saca del sombrero. La santidad, la mejoría, los pasos interiores, esa fe, esa reciedumbre, esa coherencia, ese ser de una sola pieza, se siembra pequeño.
“En realidad”,
añades Tú Jesús, como para remarcar la idea,
“esta es la más pequeña de las semillas”.
SABER PEDIR CONSEJO
No comamos ansias, pero tampoco nos equivoquemos de camino. Hay que proponerse cosas y saber pedir consejo. Aprovechar la dirección espiritual -si la tenemos- y, entonces, vamos a ir paso a paso. “Las cosas en palacio, van despacio”, como dice el dicho y tu alma es templo del Espíritu Santo, es Palacio de Dios que la inhabita.
Pues las cosas van despacio, pero bien hechas. “Despacio y buena letra”. “Siembra pequeño y sueña grande”.
A ver, me explico un poco más. No podemos esperar rezar tres rosarios, cuando no tenemos o no estamos acostumbrados a rezar un misterio siquiera. O no tendría mucho sentido proponernos hacer una hora de oración mental, cuando me cuesta hacer diez minutos, estos diez minutos contigo Jesús que, a veces, se me pueden hacer largos… ¡y sólo son diez!
Para ser sacrificado, mortificado, no necesito pasar un día a pan y agua cuando no sé ponerle una cucharadita menos de azúcar al café. “Siembra pequeño y sueña grande”. Nos gustaría ser rezadores, ser sacrificados, ser mejores… pero, paso a paso. “Ayúdame a encontrar eso Señor, que para mí sea pequeño y eficaz”.
COSAS QUE ME FACILITAN
La piedad, oraciones que me gustan, imágenes que me despiertan un cariño especial; cosas que tal vez ya he rezado antes y que me gustaban, pero las dejé un poco olvidadas y ahora me sería fácil retomar. O pequeñas mortificaciones que estén al alcance de la mano y así, una a una, sembrar pequeño y soñar grande. Ya llegará el momento de ir sumando cosas o puliendo lo que ya hago.
También que aprenda a no despreciar el valor de una mirada a una imagen de la Virgen o de una sonrisa cuando cuesta. El valor de un Ave María lanzada al aire o del esfuerzo por no distraerme en la oración. El valor del trabajo que ya hago. El valor de muchas, muchas semillas pequeñas que tengo. Y el valor de los pasos pequeños que vamos dando o que nos vamos planteando.
Se trata de hacer crecer el Reino de los Cielos en mí. Es algo importante, pero qué crucial es, sobre todo, la constancia y la insistencia; no tanto la prisa, sino eso: constancia, insistencia, perseverancia. La semilla crece y hay que dejar que crezca. No es cuestión de un día para otro. No me puedo frustrar ante el primer fallo. No me puedo desanimar ante mi primer tropiezo o, incluso, al palpar mi inconstancia; hay que volver a la carga e insistir. El demonio es necio para tentar, pues nosotros tenemos que ser más necios para luchar. ¡No se vale frustrarse! Es curioso, porque para eso también tenemos prisa, pero no se vale frustrarse.
JESÚS NO SE FRUSTRA
“Que lo aprenda Jesús, porque Tú no te frustras conmigo, no te cansas. Es más, te gozas mis esfuerzos y sonríes ante mis pequeños avances, por muy pequeños que sean. Te agrada verme luchar. Sueñas con el arbusto, pero sabes que llegará a su tiempo”. Pero yo, yo veo la semilla, empieza a crecer la planta y ya quiero tirar de sus primeras ramitas para que crezca más rápido y con eso no hago más que echarle a perder.
Fíjate que recuerdo cómo uno de los encargados de la casa donde vivía en Roma, era la limpieza de plazas y calles. Barrer y lavar si hacía falta. Y había una plaza en especial, que tenía varios árboles de estos que botan todas sus hojas en otoño. Ahí estaba el que le tocaba barrer. Recogía cualquier cantidad de hojas en una zona, pasaba a la siguiente y cuando la tenía terminada, se daba cuenta de que la primera zona que había limpiado ya estaba cubierta de nuevas hojas. Y así, se pasaba de una zona a otra, hasta que, después de un rato, perdió la paciencia y empezó a darle patadas a los árboles, -no por querer tirarlos, sino para que de una vez por todas se cayeran todas las hojas (así pensaba).
Bueno, paciencia, paciencia, insistencia, que es una pequeña semilla, ya crecerá. Esos golpes no funcionan con la naturaleza y tampoco con las almas.
PRISA
Dicen que Felipe II, haciendo cabeza en ese gran imperio suyo, les decía a sus ayudantes de cámara:
“Vísteme despacio que tengo prisa”.
Tenemos prisa por mejorar, por crecer en fe, por saber abandonarnos en las manos de Dios; por limar nuestras asperezas. Pues vístete despacio el alma. Sólo a base de ir formulando propósitos, a base de comenzar y recomenzar, así, aunque me parezca pequeño o poca cosa, estaré vigilante, podré avanzar. No pensar que por formular unos propósitos ya están hechos. No basta desear la santidad, las virtudes, la mejoría, para que vengan a nuestras manos de inmediato, hay que luchar por mantenernos fieles en lo que nos proponemos. ¡Pues no! Paciencia, insistencia… Hoy es lunes y mañana martes y el bendito martes no sabe nada de lo que te has propuesto, pero tú y Jesús sí y sueñan juntos.
Los hombres tenemos prisa, la velocidad es señal de eficacia, pero Dios desconoce la prisa. Paciencia: animosa capacidad de comenzar y recomenzar cada día. El Reino de los Cielos es una carrera de larga distancia. En eso estamos, paso a paso llegaremos lejos… la más grande de las hortalizas.
Madre mía, ayúdame a sembrar, a sembrar pequeño, pero soñando grande. Pero eso siempre, siempre sembrando y siempre creciendo, aunque sea de a pocos, hasta que las aves del cielo aniden en nuestras ramas. Porque, como decía san Josemaría: “Las almas, como el buen vino, mejoran con el tiempo”.
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