Cuenta el Evangelio de este viernes, que Jesús atravesaba unos sembrados. Era un día sábado, sus discípulos tenían hambre y comenzaron a arrancar y comer espigas.
Esta primera idea de que los discípulos tienen hambre nos hace ver que el Señor no tenía todas las cosas previstas, el momento de desayunar, de almorzar y tal. Que había momentos en los que tal vez sus discípulos tenían hambre porque habían tal vez desayunado hace mucho tiempo, no por un desorden, sino porque muchas veces el trabajo apostólico te lleva a pasar de una cosa a otra y a tener menos posibilidades de atención propia.
Pero sigamos.
«Al ver esto, los fariseos le dijeron: “Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado”».
Pero Él les respondió con un pasaje de las Escrituras:
«¿No han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la casa de Dios y comieron los panes de ofrenda que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino sólo los sacerdotes?»
Es como que el Señor les hace caer en sentido común. No es la regla más que la persona y lo dice poniendo otro ejemplo.
«Y ¿no han leído también en la ley que los sacerdotes en el tiempo violan el descanso del sábado sin incurrir en falta? Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el sábado».
Y luego les da ese mensaje tan profundo de
«Yo quiero misericordia y no sacrificios. Si siguieran esto, no condenarían a los inocentes»
(Mt 12, 7).
SAN AGUSTÍN
Señor, perdón, porque muchas veces tenemos esta tendencia natural a condenar a los inocentes o a ver por lo menos con dureza las cosas de los demás. Que nos tengamos esa misericordia.
San Agustín nos dice que,
“Señor, Tú que nos has colmado de todo, danos la paz, la paz del reposo, la paz del Sabbat, el Sabbat que no tiene noche (que es el descanso), porque en este orden de cosas tan bellos que Tú has creado y que son muy buenas, pasará cuando haya terminado el término de su destinación”.
Continúa san Agustín hablando de que terminando este tiempo ya encontraremos la paz y todas esas cosas que ahora nos cuestan o que nos parecen más fuertes o que nos parecen reprobables, en otras personas, desaparecerán.
Muchas de estas cosas no son tan buscadas, no son tampoco -digamos- decisiones completamente libres, sino que han sido cosas que se han venido dando en el tiempo.
HACER LAS COSAS CON MUCHA CARIDAD
Hablaba hace unos días con una señora que me contaba que su hermano tenía tendencias homosexuales y que desde muy temprano se había dado cuenta que pasaba algo con su hermano.
Efectivamente, es una cosa que algunas personas han experimentado y uno puede decir, bueno, pero esto, ellos son culpables, no son culpables… ¡No, por favor!
Más que buscar culpabilidad aquí, lo que hay que intentar es hacer lo que el Catecismo de la Iglesia nos pide. Que tengamos, por ejemplo, muchísima apertura y comprensión para aceptar y recibir a todos, separando lo que es el pecado del pecador.
Por supuesto que esas personas están llamadas a vivir en castidad, al igual que todos los que, por ejemplo, se divorcian por a, b, z… no culpabilidad y tal, pero están llamados también a vivir en castidad.
Hay muchas cosas que la Iglesia como madre se preocupa, pero no podemos cargar de una culpabilidad si no tenemos idea de lo que pasa y por fuera no se puede entender muchas cosas.
Por eso, Señor, que tengamos esa claridad de que vale la pena siempre hacer las cosas con mucha caridad. Tú que siempre estás en nuestros corazones, Señor, ayúdanos a vivir esta caridad de no ser duro, de no portarnos como estos fariseos, que lo que querían es que se cumpla la ley a rajatabla.
RASGAR LOS CORAZONES
No sabemos si los discípulos estaban haciendo una cosa por capricho, porque eso no lo dice. En principio no, porque es gente buena, pero sí que estaban incurriendo en una falta, una falta pequeña para ellos tal vez, pero para los fariseos no, era una falta importante y por eso se lo recriminan al Señor.
Pero el Señor nos deja claro cuál tiene que ser nuestra postura y nuestro acercamiento ante estas cosas que parecen quebrantar la ley. Nos dice:
«Yo quiero misericordia y no sacrificios. No condenarían a los inocentes si supieran o hubieran comprendido esto».
«Yo quiero misericordia y no sacrificios».
Señor, que tengamos esa fuerza para tener siempre claro lo que Tú quieres de nosotros. Que será seguramente que seamos muy misericordiosos con los demás.
El profeta Joel nos dice que nos convirtamos al Señor de corazón; o sea, de verdad y para eso recomienda que rasguemos los corazones.
Es curioso porque se refiere al corazón, no a los vestidos; los vestidos son los que normalmente se rasgan, pero él habla del corazón. Parece que el profeta le da más importancia a lo de dentro que a lo de fuera; a lo que pasa en nuestro interior que a lo que se ve desde el exterior. Y justamente en esto consiste la conversión: en transformar nuestro interior.
Las cosas para que queden bien limpias, hay que fregotearlas bien por dentro y no sólo por fuera. Y como la conversión es algo difícil, vamos a pedírselo al Señor:
«Lava del todo mi delito»,
le solemos decir con el Salmo número 50.
TENER UN CORAZÓN PURO
Señor, que no permita que dentro de mí crezcan esos pensamientos que me distancian de los demás, que juzgan a los demás; que siempre encuentre estas formas de salvar la intención, como nos recomendaba san Josemaría.
Que tengamos siempre claro que el único que juzgas serás Tú al final de la historia y que es importante también, porque a veces uno puede ser muy duro porque quiere ser justo, pero esa justicia no es tan sana, porque la única justicia es la que hará el Señor al final del tiempo.
Con lo cual hay que luchar contra ese pensamiento interior o ese juicio interior que nos lleva a ser duros con los demás, demasiado duros.
Podríamos decir que hay un punto de vanidad siempre en esa dureza. Es una cosa que hace comparaciones: “porque casi siempre se porta mal; en cambio, yo sí soy bueno; en cambio, yo sí me esfuerzo, en cambio, yo soy un sufridor…” Es que a veces se nos va la mano.
Señor, ayúdame a tener este corazón puro. Como dice también el Salmo número 50:
«Señor, que quiera oír tu enseñanza, que las alabanzas no me separen de Ti, crea en mí un corazón puro».
Que no deje que crezcan y crezcan esos malos pensamientos, no de ámbito sensual, esos malos pensamientos de pensar mal de los demás, de pensar que los demás quieren sacar ventaja de su posición o hacer cosas que no están bien.
SER MISERICORDIOSOS
Señor, que no permita que en mi interior crezcan, que bullan [cuando se dice: la leche bulle o la leche crece. Cuando uno empieza a calentar leche, (bueno, ahora todo es tan descremado y pasteurizado que ya no pasa nada), pero yo me acuerdo cuando era pequeño que cuando se ponía a calentar leche, la leche subía a una velocidad…].
A veces así, a esa velocidad, suben esos sentimientos de dureza en contra de los demás, de juzgamiento, de esas cosas negativas, esos que digo ahora, malos pensamientos, pero no permitamos que eso ocurra.
Seamos claros que el Señor nos pide que seamos misericordiosos y nos dice concretamente:
«Yo quiero misericordia y no sacrificios, porque si no, no condenarían a los inocentes».
Señor, te pedimos que nos ayudes a tener esa visión clara de que Tú quieres que seamos misericordiosos y de que no vale la pena juzgar a los demás, sino rezar por ellos y que seas Tú el que les vaya dando esas oportunidades para cambiar y para hacer las cosas que necesitan para salvarse.
Ponemos estas intenciones en manos de nuestra Madre la Virgen.
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