Llegamos al final de este año litúrgico, mañana inauguramos el nuevo, con el primer domingo de Adviento, en el que nos empezaremos a preparar para tu venida, Señor, para la Navidad.
Y en esta última semana, nos marca la liturgia, por un lado, esa fiesta de Cristo Rey que hemos celebrado el domingo pasado, y por otro; todo el anuncio del final de los tiempos.
Hoy escuchamos, se lee en la primera lectura de la Misa, una visión del profeta Daniel en el que ve distintos reinos perversos que atormentarán la tierra, que harán sufrir a los cristianos.
Habla de los santos, pero al final vendrá un reinado entregado al pueblo de los santos del Altísimo.
Primero nos advierte una persecución desde enemigos de Dios, podemos decir, y después vendrá ese reinado.
Y en el Evangelio, en cambio, Jesús, Vos, nos advertís no de enemigos exteriores de un mundo pagano, anticristiano, sino que nos prevenís acerca de un enemigo que está en nosotros, de nosotros mismos.
Cuídense de ustedes mismos, nos decís. Y uno se podría preguntar, pero bueno, ¿Acaso yo me voy a jugar en contra? ¿Me voy a atacar? ¿Me voy a buscar hacer el mal?
LAS INQUIETUDES DE LA VIDA
Y puede ser que sí, en realidad tenemos experiencia en esto, que a veces somos nosotros mismos los primeros contra los que tenemos que luchar.
Y nos lo decís Vos, Jesús, en dos aspectos:
“Cuídense de juergas y borracheras y cuídense de las inquietudes de la vida, para que no se embote su corazón.” (Lc 21, 34)
Para que nuestro corazón esté en donde tiene que estar, para que esté lleno de lo bueno, de tu amor, Señor, de los demás, ¡tenemos que vigilar!
Por un lado, que es lo más fácil de ver: juergas y borracheras. No quedarnos en lo que satisface de manera más superficial, lo que da gusto, pero quizá de espaldas a Dios y de espaldas al prójimo.
Ese peligro que todos tenemos. Que ya lo decía san Pablo a los romanos: se quedaron en la creación y no llegaron al creador.
Se quedaron en el gusto por las cosas creadas y no fueron a quien es el verdadero fin. Y es algo que a nosotros nos puede pasar.
Jesús, ahora que estamos haciendo oración, puedo pensar en ¿qué cosa me podría embotar un poco el corazón? Aunque no ande borracho, de fiesta en fiesta.
LO QUE VALE LA PENA
¿Cómo podría ser un poco más sobrio o templado en el modo de disfrutar? Si es que alguna vez me embotan un poco el corazón.
Qué cosas no las disfruto, digamos, con Vos, con los demás, me falta un poco de rectitud, no sé, me ponen más superficial.
Y también esto otro que nos decís, Señor, y que podría ser también, aunque no de una manera tan evidente, algo que nos separa de Vos.
Y por eso nos invitas a tener cuidado, a estar despiertos en todo momento, a vigilar, que es: las inquietudes de la vida.
Las inquietudes de la vida que, bueno, a todos más o menos, nos toca en algunos momentos, quizá con mayor intensidad.
Inquietudes por dificultades en el trabajo, por que no alcanza para pagar no sé qué, por un tema de salud, por una cuestión familiar…
O porque uno se la pasa por ahí corriendo de acá para allá, para ganar plata efectivamente, hacer lo que tiene que hacer, pero quizá también allí sin dejarle espacio a Dios o a los demás.
Porque uno no tiene un segundo, está con las inquietudes de la vida y puede ser que, como entretenido, pero puede ser también que no esté dedicando todas esas fuerzas y energías a lo que vale la pena.
Como dice san Agustín:
“Corres bien, pero fuera del camino.”
NOS PUEDE FALTAR PAZ
Sos muy bueno en todo lo que haces, pero no estás yendo hacia la verdadera meta. Y en esto también podemos hacer un poco de examen; ¿si nos detenemos ante Dios y ante los demás?
O si estamos siempre corriendo, si nos falta a veces paz para rezar, para tratar a los demás, porque estamos con alguna preocupación que nos absorbe y que en realidad, estar preocupado no es la solución.
Pero bueno, sí que es difícil dejar de pensar en uno mismo o en esa dificultad que uno tiene para detenerse ante los demás, para rezar.
Eso también puede venirnos muy bien, Señor, esta advertencia tuya para que no se nos embote el corazón.
“Tengan cuidado, estén despiertos en todo tiempo.” (Mt 13, 33)
Y nos decís también:
“Manténgase en pie ante el Hijo del Hombre.” (Lc 21, 36)
Esto a mí me recordaba las ceremonias de ordenación, cuando uno se ordena diácono o sacerdote, están sentados los candidatos se los llama nombre por nombre, si es que es más de uno.
UN POQUITO DE SACRIFICIO
Cuando me ordenaron a mí, que éramos muchos de distintos países, nos poníamos de pie y decíamos: ¡Acá estoy, presente!
Y Vos, Señor, acá nos invitás a estar de pie ante el Hijo del Hombre, en lugar de estar con el corazón embotado, estar con tantas preocupaciones, podamos tener esa presencia de Dios, ese estar en las cosas con Vos.
Eso puede requerir a veces negarnos un poco ante las cosas placenteras. Mira, algo que nos ayuda a estar con el Señor, es poner un poquito de mortificación.
Disfrutar de tantos dones de Dios, pero a la vez, que haya un poquito de sacrificio, un poquito de Cruz, un poco de pensar en los demás.
No busquemos gozar de las cosas sin Dios, las podemos compartir con Él, y ante las inquietudes pensaba algo que nos ayuda a veces; es el desprendimiento. ¿Desprendimiento de qué? Tomarnos un poco de tiempo para frenarnos ante los demás, para darle tiempo a Dios, para rezar.
¿Cómo nos ayuda eso, Señor? A uno le parece: -No, no puedo, no tengo tiempo, tengo mil cosas…
¡Quizás es cuando más necesito frenar! Darme cuenta que hay un orden o es ese desprendimiento y abandono ante esas inquietudes.
Pensando que ahora no puedo arreglarlo, ¡pero no lo arregla que yo esté más nervioso!, que esté pensando en cómo voy a solucionar esto…
DE PIE EN TU PRESENCIA
Si estoy, por ejemplo, no sé, en familia almorzando, habrá que abandonarse, ¿no? Ahora no lo voy a arreglar, pues cuando pueda hacer algo lo haremos.
Pienso que podemos, Jesús, hacer un poquito de examen y vigilar que nos viene bien también, para este tiempo que comenzamos de preparación para la Navidad, de gracia para una nueva conversión.
Vigilar en el corazón, y procurar vivir de tu mano, Señor, tenerte más presente durante el día.
Nos puede servir como un despertador este Evangelio, para situaciones en que veo que me dejo llevar demasiado por los gustos o por situaciones de inquietud, ambas que me pueden desenfocar un poco del Señor, embotar un poco el corazón.
Y bueno, con estos medios, procurando vigilar, estando, Señor, de pie en tu presencia, podremos ser efectivamente herederos de tu Reino. Nos encontrarás cuando vengas, ¡bien preparados!