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DE PESCADOR A APÓSTOL

Santiago era pescador, hombre de pueblo, con un carácter tremendo.  Jesús le llamó y con su vocación también concedió gracias a sus padres. Santiago le siguió y dejó que Jesús fuera purificandole en el camino.

Con tu permiso Señor, vamos a hacer este rato de oración dirigiéndonos al apóstol Santiago, que hoy celebramos su fiesta.

“Eres un pescador en el mar de Galilea, como tu padre, Zebedeo y tu hermano pequeño, Juan. Perteneces a una familia conocida en Jerusalén, en la capital, donde también tienen una casa.

Eres de pueblo, de Betsaida, de la misma aldea que Pedro, Andrés y Felipe. Tu posición es desahogada, cómoda. Tienes barcas, redes, velas, sedales… y jornaleros que te ayudan en las faenas de pesca en las aguas del lago.

Eres discípulo de Juan Bautista. ¡Buena labor la de este hombre! Después de formarlos ha llevado a tu hermano y a tu amigo Andrés ante Jesús, del que hace grandes elogios para que se vayan con Él. Andrés ha llamado a su hermano Pedro diciéndole que ha encontrado al Mesías. ¿Juan ha hecho lo mismo contigo? Muy probablemente. Es lógico. Siempre el apostolado comienza por el más próximo. Cuando uno quiere de veras una cosa, si la hace suya y está feliz con ella, hace partícipes de este gozo a los que más ama.

Pasan las jornadas y estás, como todos los días, trabajando, con olor a arenas limpias, descalzo, canturreando, mientras limpias la barca… cuando de pronto se ha presentado el Mesías andando por la orilla.

Una mirada, una sonrisa y una invitación: ¡Dejen todo eso y vamos. Los necesito a los dos! (Cfr. Mc 1, 19-20). Tú indicaste al viejo Zebedeo: Ha llegado el momento; dile algo a nuestra madre.

Aquel día no salieron las embarcaciones a las aguas del mar de Genesaret. Zebedeo se fue lentamente hacia su casa para decir a Salomé, su mujer, que Jesús se había llevado a los dos hijos, pero que no llorara. Y es que con la vocación de los hijos, hay gracia también para los padres. Aceptaron el sacrificio de la separación de lo más valioso que tenían en el hogar.

Jesús te ha llamado así como eres: impulsivo, arrollador, impetuoso, fogoso, violento. Yo te pondría como ejemplo de temperamento colérico: alto, fuerte, charlatán, ocurrente, poco disciplinado, rebelde, indomable, impaciente y pendenciero. No sé si como alabanza o reprensión, pero Jesús los llamó familiarmente a los dos hermanos:

«hijos del Trueno»

(Mc 3, 17). 

No tienes nada de timorato. 

Santiago !

Cuenta Clemente de Alejandría un detalle de tu muerte que ilustra la dureza de tu carácter. Narra que, cuando eras llevado al tribunal, tu acusador –los Apócrifos le llama Josías– se te acercó para pedirte que le perdonaras. Y dice: «Santiago lo pensó». Pero añade que después le abrazaste saludándole: la paz sea contigo. Y el denunciante y tú recibieron juntos la palma del martirio (Cfr. O. HOPHAN, Los Apóstoles).

Eres un privilegiado. Entre millones de almas te ha llamado Dios para formar parte del grupo de Doce; y entre éstos, tú, con Pedro y Juan, serán testigos exclusivos de grandes hechos: la Transfiguración, la resurrección de la hija de Jairo y el dolor, el tremendo dolor de Cristo en el Huerto. Y como colofón, serás el protomártir (el primero) entre los apóstoles.

El Señor quiere, entre los suyos, gente con coraje y corazón, leales y generosos, con visión sobrenatural y grandeza de alma; hombres que lleven a cabo grandes empresas que Él quiere confiarles.

«Las naturalezas apocadas, que jamás se alzan de su vida aburguesada, que se contentan con vivir en su barquichuela, que nunca se sienten llamados por el fuego y las estrellas del cielo, no podrán ser tampoco, en el Reino de los Cielos, los primeros. 

El Señor no ha querido derribar la valiente naturaleza de Santiago, ni ha esterilizado sus impulsos, sino que, por el contrario, la ha fomentado. Indudablemente, tanto Santiago como su hermano Juan tienen sus impurezas mezcladas a la nobleza de su carácter. 

Su noble ambición se convierte a veces en arribismo; su elevación de miras, en petulancia. Pero, ¿quién desprecia el oro porque tenga alguna arena y quién derriba un árbol porque se le haya pegado algo de muérdago? Todo el trabajo está en saber discernir y separar lo noble de lo innoble, lo puro de lo impuro»

(Los defectos de los santos, Jesús Urteaga).

Y fue lo que hizo Jesús contigo.

Pero detengámonos en la escena del evangelio de hoy que dice: 

«Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró ante Él para hacerle una petición. Él le preguntó: —¿Qué quieres?

Ella le dijo: —Di que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

Jesús respondió: —No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo he de beber? —Podemos le dijeron.

Él añadió: —Beberán mi cáliz; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo, sino que es para quienes está dispuesto por mi Padre.

Al oír esto, los diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús les llamó y les dijo: —Saben que los que gobiernan las naciones las oprimen y los poderosos las avasallan. No tiene que ser así entre ustedes; al contrario: quien entre ustedes quiera llegar a ser grande, que sea su servidor; y quién entre ustedes quiera ser el primero, que sea su esclavo. De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos»

(Mt 20, 20-28).

¡SÍ, PODEMOS!

Podemos

No saben lo que piden, les ha dicho Jesús. Le hace esta réplica:

«¿Pueden beber el cáliz que Yo voy a beber?»

Y ante la metáfora que hace mención a la Pasión cercana, tú y tu hermano contestan con audacia y grandeza de ánimo: ¡Sí, podemos!

Nos han dejado una jaculatoria impresionante, que encierra amor, entereza y una gran confianza en el poder del Señor, Tú sabes que te ayudará Jesús. Tú sabes que sin Él no puedes decir puedo. Tú sabes que con Él lo consigues todo.

Le seguirás hasta el final, hasta la cruz del martirio. Le servirás de verdad. Estás dispuesto ya desde ahora a morir por Él y lo harás el año 44, sin siquiera tiempo para predicar, sin apenas horas para hacer milagros.

Da toda la impresión de que al Señor no le importa tanto los años que pasamos aquí en la tierra, lo que más le importa es que los llenemos de contenido. Que hagamos fructificar el talento del tiempo por el amor.

Decía san Josemaría: 

También a nosotros nos llama y nos pregunta, como a Santiago y a Juan: (…) ¿Estáis dispuestos a beber el cáliz –este cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre– que yo voy a beber? Possumus! (Mt XX, 22); ¡Sí, estamos dispuestos! es la respuesta de Juan y de Santiago. 

Vosotros y yo, ¿estamos seriamente dispuestos a cumplir, en todo, la voluntad de nuestro Padre Dios? ¿Hemos dado al Señor nuestro corazón entero o seguimos apegados a nosotros mismos, a nuestros intereses, a nuestra comodidad, a nuestro amor propio? ¿Hay algo que no responde a nuestra condición de cristianos y que hace que no queramos purificarnos? Hoy se nos presenta la ocasión de rectificar.

Es necesario empezar por convencerse de que Jesús nos dirige personalmente estas preguntas. Es Él quien las hace, no yo. (…) Estoy siguiendo mi oración en voz alta y vosotros, cada uno de nosotros, por dentro, está confesando al Señor: Señor, ¡qué poco valgo, qué cobarde he sido tantas veces! ¡Cuántos errores!: en esta ocasión y en aquélla y aquí y allá.

Y podemos exclamar aún: menos mal, Señor, que me has sostenido con tu mano, porque me veo capaz de todas las infamias. No me sueltes, no me dejes, trátame siempre como a un niño. Que sea yo fuerte, valiente, entero. Pero ayúdame como a una criatura inexperta; llévame de tu mano, Señor y haz que tu Madre esté también a mi lado y me proteja. Y así, possumus! podremos, seremos capaces de tenerte a Ti por modelo» como Santiago

(San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa).

Hagámoslo de la mano de nuestra Madre santa María.

Ahora que hemos terminado: estoy en peregrinación al Jubileo de los jóvenes con un grupo alegre y entusiasta. Te encomiendo junto a la tumba de san Pedro, de san Pablo, también de san Josemaría. Concelebraré al menos una Misa con el Papa León y ahí te tendré presente. 

No dejes de rezar por nosotros y por todos los jóvenes que se reúnen estos días con el santo Padre.


Citas Utilizadas

2 Corintios 4, 7-15

Salmo 125

Mateo 20, 20-28

Los defectos de los santos, Jesús Urteaga

 O. HOPHAN, Los Apóstoles

Mc 1, 19-20

Mc 3, 17

Es Cristo que pasa, San Josemaría

Mt 20, 20-28

Reflexiones

Señor, Contigo ¡ Sí Podemos!

 

Predicado por:

P. Federico

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