Hoy es la fiesta de los santos Cosme y Damián, dos hermanos cirujanos y farmacéuticos que destacaron por servir a los enfermos. Murieron en el año 300; fueron decapitados durante la persecución del emperador Dioclesiano y dicen que jamás daban inicio a una cirugía sin elevar a Dios fervorosas oraciones. Ellos confiaban en su ciencia, pero conscientes de las limitaciones que tenía la medicina en aquella época, invocaban con insistentes oraciones al Señor. Vivieron en la actual Siria y fueron enterrados muy cerca de Alepo, que es la segunda ciudad de ese país -después de Damasco, la capital.
Hubo mucha devoción a ellos desde los primeros siglos y numerosas iglesias están bajo su patrocinio. La gente llegaba a poner a sus enfermos sobre las tumbas de Cosme y Damián, especialmente los que ya no tenían recursos para acudir a un médico y no fueron pocos los que se levantaron curados.
Jesús, ¡cómo actúas a través de tus santos! ¡Qué cerca están de Ti los que te quieren! (Estos dos están cerca de Jesús de una forma especial, hasta en la misa, porque sus nombres son mencionados en la Plegaria Eucarística más antigua que se utiliza para celebrar la Misa). ¡Qué cerca están de Ti Jesús los que te quieren! Yo quiero estar así de cerca; no te alejes de mí y no permitas que me aleje de Ti.
Cosme y Damián eran médicos -desempeñaban su profesión- y eran cristianos piadosos, santos. Podríamos decir que eran médicos de alma y cuerpo. Es cierto que a los médicos muchas veces no se les hace justicia -como decía uno: “si las cosas salen mal, la culpa es del médico y si salen bien, es gracias a Dios o gracias a la Virgencita”. Es bueno darle gracias a Dios y a la Virgen, pero no hay que ser injustos: “Honra a quien honra merece”. Hay tantos buenos médicos. Hoy podemos darle gracias a Dios también por ellos.
Pero otra cosa, recemos por todas esas personas que sufren enfermedades. Acompañémosles con nuestra oración y con nuestro consuelo; en lo que podamos.
Seguro que se te viene a la mente algún conocido, algún amigo, algún pariente. Jesús, te pido por él, te pido por ella. Y te pido por esos pobres enfermos de los que nadie se acuerda, que tal vez sufren su enfermedad en soledad. Jesús, desde la distancia, te pido que yo con mis oraciones les haga compañía. Que no se sientan solos, que noten tu presencia.
Pero es cierto, es bueno rezar por la salud, pero pongamos igual o mayor empeño en rezar por la salud de las almas. ¿Cómo me preocupo por las almas? ¿Cómo rezo por la salud de las almas? Es algo que le podemos pedir a los santos Cosme y Damián, porque ellos buscaban el bien de las almas, de aquellos con los que coincidían. Se lo podemos pedir: la salud de las almas.
¿CON QUIÉN ME ENCUENTRO?
El Evangelio de hoy dice que a Herodes le habían llegado rumores acerca de Jesús, pero que él mismo no terminaba de aclararse acerca de quién era este personaje. Herodes decía:
«¿Quién es este del que oigo decir semejantes cosas?»
(Lc 9, 9)
Y trataba de verlo, así dice el Evangelio. Pero ¡Ay Herodes! ¡Ay Herodes! Él no es capaz de reconocer al Mesías. Él tiene curiosidad, pero es una curiosidad enfermiza porque no está abierta al misterio. Y no es el único personaje del Evangelio que ve a Jesús con ojos puramente humanos.
Pensemos en aquellos diez leprosos que fueron curados: Jesús los manda a presentarse ante los sacerdotes para que puedan atestiguar la curación ¡y se curan en el camino!
Pero resulta que sólo uno de ellos vuelve a darle gracias. Éste sabe que aquel Hombre que le ha curado es especial, es distinto, ya no es que lo intuya o lo sospeche, es que lo palpa en su propio cuerpo: este Hombre, este Jesús de Nazaret, es un enviado de Dios. ¡Tiene que serlo! Este leproso curado se encontró con el Mesías. Los otros nueve se encontraron simplemente con un buen médico. ¡Qué distinto! ¡Qué distinta la reacción!
Yo ¿con quién me encuentro, Jesús, cuando me encuentro contigo? ¿Con quién me encuentro? ¿Y cómo se refleja eso en lo que te pido y en lo que te digo? No vaya a ser que en Ti, a veces, nosotros sólo busquemos un buen médico, cuando necesitamos un salvador”. Jesús es más que un médico y nosotros necesitamos más salud que la del cuerpo, necesitamos la del alma.
HERMANA MARÍA GUADALUPE RODRIGO
Hace pocos años vi una entrevista a la hermana María Guadalupe Rodrigo. Una religiosa que había elegido ir a Siria para descansar, que era lo que le habían pedido sus superiores. Y, estando ahí en Alepo, donde están enterrados Cosme y Damián, comenzó esa guerra interna de Siria que tanto daño ha causado. Una guerra que no ha dejado de ser persecución contra los cristianos. Hoy sigue la persecución, como en tiempos de Cosme y Damián.
Y ya que estamos hablando de médicos y de la salud del alma y del cuerpo te quería contar uno de los testimonios que comparte esta religiosa. Ella cuenta que en la situación en la que viven, pues, se encuentran con relatos impactantes todos los días. Entre la feligresía que atienden se escuchan todo tipo de cosas y te cito lo que ella dice:
“Se escuchan historias impresionantes. Como el de esta señora que se llama Amal. En árabe significa “esperanza” su nombre. Lo tiene muy bien puesto su nombre. Ella tenía cuatro hijos y uno de esos hijos había hecho una operación en el hospital, (…) una intervención quirúrgica muy sencilla, muy cortita. Estaba esperando con su madre a que le dieran el alta, a que llegara el doctor para darle el alta.
En eso, cae un proyectil cerca del edificio y tiembla todo el hospital y entonces él le dice a su madre que vaya a buscar ayuda para que lo cambien de habitación porque está muy cerca de la calle. La ventana daba a la vereda, no. Sale la mujer a buscar ayuda y en eso cae un segundo proyectil ya más cerca. Y cuando la mujer se vuelve por el estruendo, se vuelve sobre sus pasos, se encuentra con su hijo despedazado en la explosión.
Ella lo llora muchísimo… Su hijo se llamaba Naum… Lo llora muchísimo. Pero ella cuenta, ella dice: ‘mi hijo ya estaba preparado para el Cielo, yo lo veía preparado para el Cielo. Y ahora la Virgen lo cuida allá mejor de lo que lo puedo cuidar yo. Es ella su Madre en definitiva…’
Ella cuenta que siempre cuando estaba con miedo, que se intranquilizaba de que le cayera un proyectil en su casa, en barrio cristiano, este hijo Naum, le decía, siempre citando el Evangelio, le decía: ‘Mamá no tengas miedo de los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma’. Y decía ella ‘esto me tranquilizaba y ahora mucho más’… Es eso lo que viven y se los da solamente la fe”.
Jesús dame esa fe. Esa fe de Naum, esa fe de Amal. Y dame salud del alma, que tiene que ver por supuesto con esta fe. Y te pido, a través de tu Madre, la salud del alma para todos los míos.
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