JESÚS NOS PASA MUY CERCA
«Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer encorvada desde hacía dieciocho años»…
¡Dieciocho años mirando al suelo, incapaz de enderezarse!
Y ese día, al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y al instante se enderezó y glorificaba a Dios».
Dieciocho años se demoró esta mujer en encontrarse con Jesús. Es verdad Jesús no había pasado antes por su pueblo, pero tú y yo no podemos decir lo mismo. A nosotros Jesús nos pasa muy cerca.
¿Y qué haces Tú, Señor, al ver a esa mujer encorvada? No le ves la joroba, le ves el corazón. Y en el corazón descubres, un deseo muy grande de ese encuentro Contigo.
Se quería encontrar Contigo y no la dejas pasar de largo. La llamas, la liberas, la enderezas. Así actúas siempre Tú Señor. El Señor no se conforma con vernos doblados por dentro, sino que quiere enderezarnos.
Y eso mismo sigue haciendo hoy. Especialmente en el Sacramento de la Penitencia en ese encuentro sencillo, humano. Cristo nos mira con ternura, pronuncia nuestro nombre, y nos dice. «Quedas libre de tu enfermedad».
Bueno, un encuentro humano y sobrenatural, pero también humano porque nos debemos acercar a la Confesión.
ACERCARNOS A LA PENITENCIA
La confesión no es un invento de la Iglesia para hacernos sentir culpables o qué sé yo… Es un regalo Tuyo, Señor, para hacernos sentir amados.
Para poder enderezarnos, tenemos que acercarnos al Sacramento de la Penitencia.
Pero Señor, podemos encontrar excusas… Y ese es el tema de la meditación, las excusas que podemos encontrar para confesarnos.
Voy a ser muy delicado, quiero serlo, porque los sacerdotes tenemos que ser muy delicados con la confesión. No podemos andar por ahí diciendo ‘no, es que la confesión’… ¡No nada de eso!
Pero si quiero, y en Tu presencia, he preparado esto también pidiéndole luces al Espíritu Santo.
DISCULPAS PARA NO HACERLO
¿Qué disculpas podemos sacar para confesarlos? Porque yo también puedo tomar esa decisión, yo también me confieso… Pero bueno, primero no tengo pecados. Puede ser una disculpa y una excusa clásica.
Es lo que decía en algún momento el Papa Francisco, ¿pero qué pecado voy a tener yo, si vivo solo y no tengo televisión? Y el pecado no está afuera, el pecado está dentro.
Alguna vez le escuché a un sacerdote en una plática, si alguna vez te parece que no tienes pecados, prueba un método infalible. Pregúntale a tu familia: ¿qué pecados ven en ti?… Pero eso sí, siéntate respira hondo, y sobre todo, no busques justificaciones… porque también te tendrías que arrepentir de eso.
Bueno, no vamos a hacer eso nunca. No vamos a preguntarle por ahora a la gente, oiga, ¿qué pecados ven en mí? (…) Pero sería un ejercicio interesante.
Segunda excusa, no tengo pecados mortales… ¡Ah claro, solo veniales! Entonces, ¿para qué me voy a confesar, si no he matado a nadie? Entonces, no te duches si no estás cubierto de pantano y de barro… No te cepilles los dientes, si no te has comido un pastel de chocolate entero…
La confesión es como la higiene del alma. No sólo es para los pecados grandes, sino también para mantener limpio el corazón. Y porque quien no cuida lo pequeño, termina cayendo en lo grande.
Jesús, cuando nos confesamos con frecuencia, el alma se vuelve más delicada, más sensible a tu amor.
SIN INTERMEDIARIOS
Otra excusa. Hay mucha gente esperando, hay mucha fila. Esa sí es una disculpa buena. Me acuerdo cuando hice la fila para recibir la primera dosis de la vacuna del Covid, ¡siete horas!
Cuánta gente por ahí hace unas colas infinitas, casi de toda una noche, para un concierto. Pero eso sí, cinco minutitos para el perdón eterno, ¡no, mucha fila! ¡Mucha cola! ¡Mejor no me confieso!… Más adelante quizá, cuando no haya cola.
¡Ay Señor, el perdón cuesta sangre, la Sangre de Cristo! Y a veces nosotros queremos ese perdón sin fila, sin turno y con aire acondicionado.
Señor, otra disculpa, otra excusa: yo me confieso directamente con Dios. No quiero ningún intermediario, quiero Señor Contigo directamente.
Y me parece maravilloso que podamos hablar Contigo todo lo que queramos, incluso todos los días y pedirte perdón cada que nos equivoquemos, ¡muy bien!
Pero Señor, Tú fuiste muy claro:
«A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados».
Él quiso, que es un perdón y llegar a través de hombres de carne y hueso, ¡sí! Porque también nuestros pecados, los cometemos con carne y hueso. No se puede pecar con el cuerpo y pedir perdón solo con el pensamiento, ¡no!
Además seamos muy sinceros, Señor, necesitamos escuchar: «Yo te absuelvo de tus pecados». Necesitamos escuchar eso, que no lo sustituye ningún diálogo interior, ningún pensamiento interno.
Así lo que hiciste Tú, y te damos gracias Señor. Porque en los sacramentos está la muestra palpable y sensible, directa y real de Tu amor, de Tu creación.
MÁS EXCUSAS…
Otra excusa, el domingo me confieso. Pero, ¿y si es lunes o martes? Si me parto el brazo, pero no, mejor espero hasta el domingo… Y quizá el domingo ya te tienen que cortar el brazo.
Cuando el alma está herida por un pecado grave, hay que ir al médico del alma, rápido. No esperar hasta el domingo.
Otra excusa, no estoy arrepentido del todo, quiero estar arrepentido del todo para poder confesarme. Por lo menos eres sincero, pero aún así, díselo al sacerdote: —Padre he hecho esto, pero no me nace el arrepentimiento. Te aseguró que Dios sabrá qué hacer con esa pequeña sinceridad. El simple hecho de acercarte ya es un paso muy grande hacia el perdón.
Y el Señor, Tú Jesús, te encargas del resto. Te filtras por cualquier hendidura, por cualquier fisura que tengamos de deseos de arrepentimiento, de sinceridad, de pedirte perdón. Por ahí te metes. Así el alma también se va volviendo más sensible.
Otra excusa, para qué confesarme si sé que voy a volver a pecar. Pues precisamente por eso la confesión no es para los perfectos, sino para los que seguimos cayendo. Y si no te confiesas porque volverás a pecar, entonces tampoco te lavas las manos, ni laves los platos, ni ordenes tu cuarto… ¿para qué, si todo volverá a suceder, a desorganizarse?
La gracia es como como el jabón del alma que limpia, fortalece y aunque volvamos a caer. Señor, un alma caerá más bajo si se aleja del perdón. Porque se va enfriando, se va anestesiando.
EL PERDÓN LO DA JESÚS
Es que el sacerdote es antipático, es serio, es como bravo… ¡Ay Señor perdónanos y perdonemos a los sacerdotes! Puedes darle la chance de que tengan un dolor de cabeza, que les dolió una muela, o que no hayan dormido bien… Perdonemos cuando están allí un poquito serios.
Pero claro, el perdón no te lo da la simpatía. El perdón lo da Cristo en el sacramento. Y Cristo se sirve de ese sacerdote -aunque sea antipático, calvito, viejito o joven. No podemos tener como condición, que un confesor sea perfecto.
El confesor perfecto es Jesucristo. Y basta con que sea un hombre de Dios que haya recibido la ordenación sacerdotal y que tenga licencia para confesar, para que nos acerquemos con mucha confianza.
Me da vergüenza confesar, esa disculpa es buena. ¡Dios mío, tremenda! Me da vergüenza. Perfecto, muy bien. Eso significa que todavía tienes pudor, que reconoces el mal. Pero no dejes que la vergüenza te impida buscar la salud del alma. Nadie muere de vergüenza, pero muchos se pueden pudrir por callar.
Pudrirse por callar, qué pena. ¡No te preocupes, no vas a sorprender al sacerdote! Lo único que podrá causar en el sacerdote, es alegría y agradecimiento al Señor, porque es un milagro cada confesión. Es un milagro y ha vuelto a la casa ese hijo que había malgastado toda su herencia.
EL SACRAMENTO DE LA ALEGRÍA
Señor, esta sí es la última excusa para que nos vayamos y sigamos meditando a lo largo del día. La Iglesia dice que basta una vez al año. Eso es verdad, los mandamientos de la Iglesia dicen que por lo menos una vez al año.
Pero vuelvo al ejemplo de la ducha. Hay que ducharse al menos una vez al año. Podemos hacerlo pero, y los que nos rodean, ¿no se dan cuenta que no me he duchado en un año el alma?
Así el alma como el cuerpo, necesita limpieza frecuente, confesarse Señor, quizá una vez cada veinte días o cada mes, es un regalo, no es una obligación. Y eso nos hace vivir ligeros, libres, limpios y felices.
Señor, preparando esta meditación la verdad que me he reído un montón. Nos hemos reído un montón.
La mujer del Evangelio estuvo de dieciocho años encorvada. Tu y yo no tenemos que esperar tanto. Jesús nos espera cada día en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Confesión para decirnos con ternura:
«quedas libre de tu enfermedad».
Y cuando salgamos del confesionario salir erguidos, derechos con el corazón liviano como esa mujer que volvió a mirar al Cielo, porque el perdón no es un trámite, es un abrazo, es el encuentro con Jesucristo, es el sacramento de la alegría.

