¿Alguna vez te has sentido atrapado? Como si algo te tuviera amarrado y no pudieras moverte con libertad. No me refiero a cadenas de hierro ni estar en una cárcel. Hablo de esa sensación interior de estar secuestrado por algo: el miedo, egoísmo, la flojera, la presión de los demás, la impureza… Todos sabemos lo que es estar prisioneros por dentro.
Hoy celebramos una fiesta: la fiesta de Nuestra Señora de la Merced. Una fiesta que nos puede ayudar a ser rescatados.
“Merced” tiene varios significados, puede ser un premio, una merced, un regalo. Pero también significa: favor, misericordia, perdón. Y aquí está la clave: la Virgen es Nuestra Señora de la Merced porque es la Madre de la Misericordia, porque nos ha dado el mayor regalo que podríamos soñar: a su Hijo, Jesús.
“Jesús, gracias porque vienes a liberarme. Tú eres mi mayor merced, mi mayor regalo. No vengo solo hoy a hablar de Ti, sino vengo a hablar contigo. Aquí estás, Jesús, en el Sagrario más cercano. Me conecto contigo y aquí estoy yo.”
Hace 800 años un joven de Barcelona llamado Pedro Nolasco tuvo un sueño muy concreto: rescatar a los cristianos que habían sido capturados y vendidos como esclavos. Se juntó con otros comerciantes, puso su dinero, organizó expediciones, buscó limosnas… hasta que ya no pudo más.
Cuando todo parecía perdido, rezó y la Virgen se le apareció. Fue en el año de 1218, María le pidió que fundara una orden para redimir a los cautivos. Así nació la Orden de la Merced.
Los mercedarios, no sólo hacían votos de castidad, pobreza y obediencia clásicos de todas las órdenes religiosas, sino un cuarto voto: Dar la vida para liberar esclavos, incluso llegando a quedarse en lugar de ellos cuando no había dinero para pagar su rescate.
JESÚS NOS RESCATÓ DE LA ESCLAVITUD DEL PECADO
Yo pienso, Jesús, Tú fuiste el primer mercedario, porque en la Cruz ocupaste mi lugar. Yo merecía estar ahí por mis pecados, pero fuiste Tú quien te dejaste clavar. Me rescataste de la esclavitud más dura: la del pecado.
“Jesús, gracias; nunca lo voy a merecer, pero quiero vivir agradecido. No quiero que tu sacrificio se desperdicie en mí.”
Ahora volvamos al presente. Hoy también vivimos secuestrados, no tanto con cadenas visibles, sino con ideologías, ataduras interiores. El egoísmo, por ejemplo, es una de esas ataduras. Queremos ser generosos, pero nuestros caprichitos nos jalan más fuerte: La coquita, la musiquita, la flojera.
De pronto, lo que parecía un simple gusto termina dominándome. En lugar de volar hacia Dios, me quedo encerrado en mí mismo. “Jesús, lo quiero reconocer más claramente, soy, muchas veces, esclavo de mis caprichos, de mi flojera, de mi comodidad, de mi sensualidad.
Y me da pena, porque sé que Tú me ofreces algo mucho más grande. Ayúdame. Ayúdame a ponerle nombre a mis cadenas. Quiero, en este rato de oración contigo, revisar mi corazón. ¿Qué cosas me tienen atrapado en mi día a día? ¿Qué pequeños caprichitos me quitan la libertad de amar más a Dios y a los demás?
¿Estoy luchando en serio contra ellos o me justifico diciendo: “Es que así soy yo” o que “así son todos”? Pero no sólo es el egoísmo. Muchas veces vivimos también secuestrados por el miedo: el miedo al fracaso, el miedo a equivocarnos… y entonces mejor no hago nada, no arriesgo, no decido.
Porque es más cómodo quedarme quieto que lanzarme a hacer algo grande para Dios.
JESÚS EN TI CONFÍO
“Pero Tú, Jesús, me dices otra cosa: me dices y me pides que me lance sin miedo, aunque me equivoque; que no viva con miedo, porque contigo nunca hay fracaso.
Tú tampoco tuviste todo claro cuando comenzó tu misión. Tus apóstoles mucho menos y, sin embargo, se fiaron de Ti. Jesús, en Ti confío.”
Por eso quiero revisar mi corazón de nuevo.
¿Y qué decisiones no me atrevo a tomar por miedo a fallar? ¿Prefiero la comodidad de no arriesgar antes que dar un paso y confiar en Jesús? ¿Estoy dispuesto a sufrir un poco con tal de ser libre para amar?
“Jesús, yo quiero decirte hoy: prefiero equivocarme intentando seguir tu voluntad que quedarme paralizado sin hacer nada. Dame valentía para lanzarme contigo.”
Aquí quiero contarte de un hombre de nuestro tiempo, Charlie Kirk, que murió asesinado hace unos días. Él no fue un radical, como algunos dicen; al contrario, era un enamorado de Jesucristo, de su esposa y de sus hijitos. Lo que lo distinguía era que no tenía miedo, no tuvo miedo de hablar de Dios frente a quienes no pensaban como él.
No tuvo miedo de defender la verdad del evangelio, aun sabiendo que podía ser ofendido, rechazado e incluso asesinado. Y así fue… dio su vida por amor a Cristo y por amor a los suyos.
Pienso, si Charlie, con una vida familiar, con sus hijos pequeños, con tantas razones para buscar una vida cómoda, fue capaz de vivir sin miedo, ¿por qué yo voy a seguir atado al miedo, al qué dirán, al miedo a equivocarme?
“Jesús, yo quiero un corazón así: libre, valiente, capaz de dar la cara por Ti sin miedo a nada.”
Hay algo que está muy metido en nuestra cultura: pensar que la libertad consiste en hacer solo lo que me nace, lo que me sale espontáneamente. Claro, cuando algo de Dios cuesta, exige disciplina, pienso que no es auténtico, no es para mí y me engaño.
SER LIBRES
Pero la verdad es otra: Todos llevamos dentro heridas del pecado y, por eso, muchas veces lo bueno cuesta; pero la libertad no es hacer lo que me da la gana. La libertad es poder elegir lo que me hace verdaderamente feliz, y elegirlo porque me da la gana, aunque cueste.
“Jesús, enséñame a ser libre de verdad, a no vivir secuestrado por lo que siento en un momento, sino, decidir por lo que sé que me lleva a Ti.”
Quiero terminar, Jesús, con un propósito concreto: voy a identificar una cadena, una esclavitud que me atrapa -ya sea mi sensualidad, mi flojera, mi miedo a entregarme a ti con más generosidad o mi egoísmo- y voy a luchar contra ella, contigo.
No quiero seguir secuestrado. Quiero ser libre para amarte y servir.
Virgen de la Merced, Madre mía, intercede por mí. Tú que inspiraste a Pedro Nolasco, también a Charlie Kirk -que, era un cristiano protestante, habló tan bonito, se ve que se estaba acercando a ti a través del amor a su mujer, que era católica-.
Ayúdame también, Madre mía a romper mis cadenas; que no viva secuestrado por el miedo ni por el egoísmo. Enséñame a confiar en tu Hijo y a decir con todo el corazón: Jesús en ti confío.
Deja una respuesta