Estamos en pleno discurso del Pan de Vida en el Evangelio. Tú, Jesús, pronuncias esas palabras que nos introducen, por primera vez, en el misterio de la Eucaristía. Son como el prólogo de la Última Cena y de todas nuestras misas. Pero resulta que el prólogo está siendo difícil de entender, difícil de digerir…
Quienes le escuchaban
«le dijeron: — ¿Y qué signo haces Tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas Tú? Nuestros padres comieron en el desierto el maná, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo.
Les respondió Jesús: — En verdad, en verdad les digo que Moisés no les dio el pan del cielo, sino que mi Padre les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que ha bajado del cielo y da la vida al mundo.
— Señor, danos siempre de este pan— le dijeron ellos.
Jesús les respondió: — Yo soy el pan de vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí no tendrá nunca sed»
(Jn 6, 30-35).
A mí se me viene a la mente eslogan de “Obey your thirst”: Obedece a tu sed, que es el eslogan de la bebida Sprite, que revivió, en el 2024, su icónico eslogan «Obedece a tu sed» con una campaña que rinde homenaje a la iniciativa original de 1994 que estableció el espíritu de la marca.
No estaría mal hacerle caso hoy a ese eslogan: obedece a tu sed y obedece a tu hambre…
Obedece: la sed quiere ser saciada. Pero todo lo que le podamos dar no la sacia completamente, tampoco una Sprite: después de un tiempo volvemos a tener sed. Como dice san Josemaría:
“Esto de aquí es un continuo acabarse: aún no empieza el placer y ya se termina”
(Camino 753).
La sed sigue pidiendo algo más. ¿Qué es ese algo? ¿Será que puede ser saciada? Físicamente no. Espiritualmente sí:
«el que cree en Mí no tendrá nunca sed».
Bastaría acercarse y, con todo respeto lo digo, abrir la boca. Es más, así lo dice un salmo:
«Abre bien tu boca y Yo la llenaré»
(Sal 81,11).
MES BLANCO
Estando en el mes de mayo junto a santa María nuestra Madre, le podemos pedir que haga con nosotros esos malabares que hacen las mamás para que el niño pequeño coma una cucharadita más: “abra la boca”, “aquí viene el avión” y hacen ruidos con tal de que el otro abra la boca y coma “un poco más”.
Pensaba en esto porque hay mucha gente que se propone en este mes, en honor a María, comulgar a diario: el mes blanco le llaman, refiriéndose a todas esas hostias que se reciben y a la limpieza del alma al recibirlas.
Por supuesto que es una costumbre piadosa, no es que sea una obligación. Pero qué bien nos hace comulgar con frecuencia. Abrir la boca y dejar que Dios nos la llene.
¡Lo necesitamos! Porque Jesús nos quiere cerca de Él para poder ser testigos suyos. Y no hay mayor cercanía que la Eucaristía.
Como comenta un famoso judío converso al catolicismo:
“Hay que hablar de Dios, pero también hay que comer al Verbo hecho carne. Ahí se realiza el contacto físico y misterioso, el encuentro personal con Cristo, con su palabra cuando se proclama el Evangelio, con su cuerpo cuando se consume la hostia (…). Nos han enseñado a no hablar con la boca llena.
Con la Eucaristía se nos llena la boca y es cuando mejor hablamos. Entonces, Dios deja de ser un concepto, una enseñanza, un estado místico rarísimo: es presencia personal que nos toca todos los días, de manera tan simple como el pan cotidiano y que nos toca con un privilegio que nos acerca al más pobre, puesto que somos unos invitados lo mismo que Él. En ese momento (cuando comulgamos), nos callamos. En ese momento, somos amordazados por el beso universal de su carne. Y por eso somos los más elocuentes”
(Cómo hablar de Dios hoy, Fabrice Hadjadj).
O sea que de ahí sale cualquier cosa buena que podamos decir y hacer.
COMER EL PAN DE VIDA
Si queremos tener Vida, hay que comer el Pan de Vida. Si queremos vivificar nuestra vida hay que acudir a llenarnos la boca y el alma del único alimento que nos puede saciar y que nos lleva a hablar coherentemente. Porque en este caso sí que se cumple aquello de que “eres lo que comes” (you are what you eat).
Desear que la misa sea el centro de mi vida, que sea mi pasión dominante…. Lo demás: quien sabe… Lo demás se apoya en que viva bien (muy bien) mi misa… ¡y ni siquiera! Porque tu misa, Jesús, es eficaz en sí misma. Actúa a través de mí (y a pesar de mí) porque no es mía… es tuya.
Está ese testimonio de otro converso, un famoso intelectual francés de apellido Frossard. Recién convertido compartía su alegría con un compañero de trabajo. Otro de sus colegas se sorprendía de sus conversaciones y les pedía que le explicaran de qué iba todo eso. Pero le daban largas. Y aquel insistía.
“Como protestara con vehemencia de su buena voluntad, le dimos como consigna que, si quería verdaderamente la fe, fuese a buscarla a la iglesia de Saint-Nicolas-des-Champs, en donde no dejaría de encontrarla. Le bastaría, para ello, con asistir todas las mañanas, durante un mes, a la misa de seis: nosotros salíamos fiadores del resultado. Recuerdo que éramos muy jóvenes y no necesito precisar que de nada dudábamos. Nuestro compañero siguió escrupulosamente nuestras instrucciones. Todas las mañanas iba a misa. «¿Y bien?»; le preguntábamos cuando llegaba al periódico. «Nada», contestaba afligido.
Nada al cabo de quince días, nada al cabo de tres semanas. Comenzábamos a estar sordamente inquietos. Cuando el mes transcurrió día tras día, estábamos sobre ascuas.
¿Había encontrado, por fin, la fe imprudentemente prometida? No, nos dijo con una horrible mueca. Le era forzoso reconocer que no creía, a pesar de nuestras seguridades, de nuestra seguridad. Estábamos consternados.
Pero qué sorpresa fue la nuestra al enterarnos, al día siguiente, de que nuestro energúmeno —así llamaban antaño al aprendiz de cristiano— había ido una vez más a la iglesia. No tenía fe, pero no podía pasarse sin la misa, de tal manera y tan bien que terminó por ser cristiano de la forma menos corriente que existe: por codicia y por testarudez. A su hora y no a la nuestra. Su obstinación le valió una fe maravillosa de frescura y la costumbre de proceder por intimaciones a lo divino”
(Dios existe. Yo me lo encontré, André Frossard).
Abre la boca y recibirás el Pan de Vida que te transformará. Incluso a pesar tuyo, porque tu hambre y tu sed serán saciadas por encima de lo que puedas soñar. Y esa será la mejor guía de tu vida.
Mañana inicia el cónclave… ¿cómo crees que comienza…?
Los cardenales se reúnen en la Capilla Paulina y asisten a la misa del cardenal decano. Reciben la Comunión de manos del cardenal decano y escuchan una alocución latina sobre sus obligaciones de seleccionar a la persona más digna para la Sede de Pedro. Después de la misa, se retiran por unos momentos y luego se reúnen en la Capilla Sixtina, donde tiene lugar la votación. Cada cardenal deposita su voto en el cáliz del altar y al mismo tiempo presta el juramento prescrito. Así comienza, con la misa. Es Dios que les dice: “abre la boca”.
Pues nosotros los encomendamos a ellos y hacemos el mismo propósito de nosotros también abrir la boca y saciarnos con ese Pan de Vida para que llene a toda la Iglesia empezando por nosotros.
Se lo pedimos también a nuestra Madre, que es la la Madre de la Iglesia, la Reina de los apóstoles.
Pero qué bien nos hace comulgar con frecuencia. Abrir la boca y dejar que Dios nos la llene.
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