Hoy nos propone la Iglesia recordar el nacimiento de Juan el Bautista. Es un hombre fundamental en la vida de nuestro Señor Jesucristo, un hombre fundamental en nuestra fe, porque Dios va cumpliendo sus promesas de las maneras más inesperadas, pero va cumpliendo sus promesas.
Eso pasa también en tu vida y en la mía, que de repente nos encontramos con algo que nunca hubiéramos soñado, que al principio parece que viene de un problema grande y después se convierte en una bendición de Dios.
Juan nace de un matrimonio anciano que, sin duda, había anhelado siempre el don imposible de un hijo. Esa es su familia. La esposa, sabemos que es descendiente de Aarón, se llama Isabel y se dedica a sus labores del hogar.
También sabemos que Isabel es estéril, como tantas mujeres que habían dado vida a grandes héroes de Israel. Su esterilidad subraya, como también en el pasado, la presencia poderosa de Dios que cambia el rumbo de la historia cuando quiere. Así que Isabel vive la alegría de una maternidad inesperada y el nacimiento de un niño que es causa de sorpresa para todos.
El nacimiento del niño está rodeado por un halo de misterio. Su padre, dice el Evangelio, está un día en el Templo ejerciendo el servicio sacerdotal, tal como le correspondía a su turno y entra en el santuario para ofrecer el incienso y se encuentra con el ángel del Señor.
LA PROMESA SE CUMPLE
Entra para cumplir el rito y se encuentra con el mismísimo Dios de las promesas. El temor y el gozo se suelen, en el breve diálogo inicial, mostrar con fuerza y el Señor le anuncia ese nacimiento de este hijo al que el sacerdote habría de poner el nombre de Juan.
En ese instante, Zacarías no puede creer lo que oye por su edad y por la de su esposa, que son un inconveniente que parece insuperable, pero el ángel le anuncia que se quedará mudo; o sea, que no podrá hablar, que ese será el signo de la veracidad de sus palabras y también, por así decir, un castigo transitorio por la increencia de Zacarías. Sobre todo, una señal de que la promesa se habrá de cumplir a su tiempo.
Y efectivamente, la promesa se cumple. Pocos días después, los esposos se dan cuenta de que Isabel espera a un niño. Es más, esa nueva vida es también señal para su pariente María, que en la distancia recibe, seis meses después, a otro mensajero, a san Gabriel, que también le sorprende con su propia maternidad.
María se pone en camino para visitar a su prima santa Isabel y recorre las montañas de Judea, haciendo suyos los caminos por los que en otro tiempo había pasado el Arca de la Alianza del Señor. Y, al encuentro de esas dos madres, el hijo de Isabel salta de gozo en el seno de su madre.
Sin duda el evangelista ha querido preanunciar la que ha de ser su misión: Él habrá de reconocer la presencia del Mesías que llega a su pueblo, trayendo la salvación, la paz y la alegría a todos.
Y eso es lo que le dirá después san Juan Bautista a Jesús:
«Ese es el Cordero de Dios»
(Jn 1, 29),
señalándole, porque ya lo había hecho antes de nacer, en el vientre de su madre, santa Isabel.
LUCERNARIO DE LAS VÍSPERAS DE LA FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA
El otro día estaba revisando unos textos de la liturgia bizantina, no es que yo haya estado buscando eso directamente, sino que se sugería como textos para esta fiesta. Me gustó mucho, se llama «Lucernario de las vísperas de la fiesta de san Juan Bautista».
Es un himno que, en la liturgia bizantina, se reza el día anterior a que comience esta fiesta. Te lo voy a leer porque me parece que nos puede dar luces para este punto que quiero llegar.
“En este día nace el gran precursor,
nacido del seno estéril de Isabel.
Es el más grande entre los profetas;
nadie más surgió como él,
porque es la lámpara que precede a la claridad suprema
y la voz que precede al Verbo.
Conduce a Cristo a la Iglesia, su novia
y prepara para el Señor un pueblo escogido,
purificándole por el agua con vistas al Espíritu”.
Haciendo referencia a que san Juan será el que bautiza en agua, pero vendrá Jesús que bautiza en el Espíritu.
¡Qué bonito! “Nacido del seno estéril de Isabel, el más grande de los profetas”.
Señor, Tú cuántas veces nos haces que encontremos también las cosas más grandes en las cosas más pequeñas; en esos detalles pequeñísimos de cariño de los unos a los otros, que Tú te manifiestas en esa caridad de quedarte en la Eucaristía.
Acabamos de pasar el Corpus Christi y encontramos ese servicio tuyo: que te quedas para nosotros. ¿Cómo no enamorarnos con eso, Señor?
¿Cómo no enamorarnos en tu plan de salvación para cada uno, para tus cosas que nos has dado y que vamos descubriendo y que a veces nos parece que son cosas terribles, pero después nos damos cuenta de que son una bendición todavía más grande de la que nosotros habríamos jamás pensado o soñado?
Lo único que nos pides es que tengamos fe en Ti, que creamos realmente con el corazón que Tú quieres estar junto con nosotros y que nos acompañas a pasar esos tragos un poco más amargos o ese trabajo que a veces resulta un poco más cansino o ese sentimiento que a veces puede crecer dentro de nosotros de cansancio o de inestabilidad.
Pero continuemos con este poema de la liturgia bizantina sobre san Juan Bautista. Dice:
“De Zacarías nace esta joven planta,
el más bello entre los hijos del desierto,
el heraldo del arrepentimiento,
el que purifica por el agua a los que se extraviaban,
el precursor del anuncio de la resurrección
de entre los muertos
y que intercede por nuestras almas.
Desde el seno de tu madre, bienaventurado Juan,
fuiste el profeta y el precursor de Cristo:
te estremeciste de alegría
viendo a la Reina acercarse a la sierva,
teniendo ante ti al que el Padre engendra sin madre desde toda la eternidad,
tú que naciste de una mujer estéril y anciana,
según la promesa del Señor.
Ruégale que tenga misericordia de nuestras almas. Amén”.
¡Qué precioso! Y es que el Señor nos da esta oportunidad de ver también, en la vida de san Juan Bautista, nuestra propia vida esa posibilidad de hacernos más sobrenaturales, porque el Señor también nos visita y nos visita a través de cada comunión que hacemos y está en nuestro interior.
Cuando comulgamos, no solamente tenemos a Dios Hijo, a Jesús, sino que también está Dios Padre y Dios Espíritu Santo. Y también, por supuesto, de una forma especial en cada misa a la que asistimos, también se encuentra santa María, la Virgen Madre, que hoy también habrá tenido esa alegría de ver el nacimiento de san Juan.
Porque dice el evangelista san Lucas que se quedó tres meses con su prima santa Isabel. Eso quiere decir que se quedó desde el mes sexto hasta que nació. Después, seguramente aparecieron más personas y ya no hizo falta la presencia y el servicio de la Virgen María.
Nacimiento de san Juan Bautista…
EL SEÑOR SABE MÁS QUE NOSOTROS
Nosotros le pedimos al Señor, te pedimos Señor a Ti, que nos ayudes a darnos cuenta de que nosotros también tenemos un rol en este plan de salvación, que tenemos que ir viendo cómo hacer el mayor bien posible a nuestro alrededor, especialmente con los que más lo necesitan.
Y darnos cuenta de que todo lo que nos sucede es parte de ese plan divino que nos lleva a perfeccionarnos, que nos lleva a conocer más a Dios, más profundamente en Él. A tener esa convicción profunda de que el Señor sabe más que nosotros y de que está esperando que nosotros creamos realmente en Él.
De la misma forma que santa Isabel y Zacarías creyeron después en ese milagro tan importante del nacimiento de su hijo que sería el precursor, el que daría el primer visto -por así decir-, que señalaría al Mesías.
Y que tantos, a lo largo de los siglos, hemos también visto en su papel profético esa necesidad de ser nosotros también unos buenos guías, de aceptar también el rol que tenemos cada uno de nosotros, de encontrar cuál es nuestra vocación y seguirla con fidelidad.
Vamos a poner estas intenciones en manos de nuestra Madre la Virgen María.
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