Nos vamos al Evangelio y recordamos esa jornada agotadora para Jesús en la que ha estado predicando a la multitud. Tanta gente lo fue a ver, que tuvo que hablar desde la barca de uno de sus discípulos.
Desde allí les relató varias parábolas: la parábola del sembrador, la lámpara encendida, la del grano de mostaza… y una vez que despide a la multitud, parte con sus apóstoles hacia la orilla oriental del lago de Tiberíades. Quizá a bordo de esa misma barca en la que ya estaba predicando.
Al principio de la travesía sopla una brisa suave. Jesús está cansado. No parece ser el mejor momento para descansar, pero está ahí, en el cabezal, en la popa y se deja vencer por el sueño.
Se abandona al sueño el Señor, seguramente porque tiene plena confianza en las manos expertas de sus apóstoles para atravesar esas aguas, para navegarlas.
Y poco a poco esa brisa se va transformando en un viento más fuerte y aumenta la tensión de los que van en la barca.
Asistimos al relato de una nueva parábola. Esta vez no es una parábola hecha de palabras, sino que es una parábola que se vive en directo, porque se desata una gran tempestad, una tormenta que amenaza con hundir la barca mientras el Señor sigue descansando.
Por la situación geográfica de esa zona del lago no era infrecuente, porque estaba bordeado por montañas en el norte y se encuentra en una depresión de 200 metros bajo el nivel del mar.
Pasaba que, cuando caía la tarde, el viento golpeaba con gran fuerza desde el Oeste, agitando las aguas.
Nos imaginamos que esa barca no era especialmente fuerte, era un bote de pescadores. Por eso muchos Padres de la Iglesia han visto en esa barca o en esa barquichuela, barquito sacudido por las olas y el viento, una imagen de la Iglesia.
LA BARCA DE LA IGLESIA ES DEL SEÑOR
El mismo Benedicto XVI, en un rezo del Ángelus, decía que el mar de Tiberíades simbolizaba la vida presente y la inestabilidad del mundo visible.
La tempestad indicaba toda clase de tribulaciones y dificultades que oprimen al hombre y la barca, en cambio, representaba a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los apóstoles.
El mismo Papa Benedicto confesaba haber pasado junto con días de sol, de tranquilidad, de una brisa suave, también otros momentos con vientos tempestuosos.
“Pero siempre supe que en esta barca estaba el Señor. Y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda. Es Él quien la conduce, ciertamente, a través de los hombres que ha elegido, pues así lo ha querido”.
Esa barca de la Iglesia que está guiada por Cristo, pero que está en manos de los apóstoles, está en manos, en primer lugar, del Papa.
Nosotros queremos apoyar al Papa. Recordamos con agradecimiento y con oración al Papa Francisco y también rezamos especialmente al dueño de la barca, al Patrón de la barca, a Dios por el Papa que vendrá a guiar la Iglesia dentro de pocos días.
Y esta certeza de que, por la fe, la Iglesia la guía el Señor en manos de Pedro nos lleva a involucrarnos, a no mirar la tempestad desde la orilla como si fuera algo ajeno a nosotros.
No se trata de que la tripulación sean otros y a nosotros nos llevan como en un crucero, sino que también cada uno de nosotros es un pescador, un compañero de faena de Pedro y de los apóstoles y somos responsables de ayudar a quienes vienen a bordo, desde nuestro lugar, sosteniendo especialmente al Papa.
UNIDOS AL AMOR AL SANTO PADRE
Esa misma petición la hizo el primer día, el día de su elección, el Papa Francisco y lo recordamos también. Decía:
“Ahora quisiera darles la bendición, pero… primero les pido un favor: antes de que el obispo bendiga al pueblo, les pido que recen al Señor para que me bendiga: les pido la oración del pueblo que pide la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración de ustedes por mí”
(13 de marzo de 2013).
Bueno, pues también ahora es un momento tan importante para rezar desde ya por quien va a ser elegido por el Espíritu Santo para guiar la barca de la Iglesia.
Queremos estar muy unidos al amor al Santo Padre, que
“es el fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de los fieles”,
en palabras del Concilio Vaticano II.
Y queremos también que nuestro amor al Papa vaya madurando a lo largo del tiempo. Al inicio, quizá se alimenta de un entusiasmo más bien humano que, con el tiempo, queremos que vaya siendo más teológico, más consciente de sus razones, de su importancia, de su carácter sobrenatural.
Se lo pedimos a Jesús, el dueño de la barca: “Ayúdame a querer al Papa, ayúdame a estar unido a sus intenciones, a su persona, ayúdame a defenderlo ante cualquier ataque, ayúdame a quererlo desde el fondo de mi corazón”.
LO QUE LE HACEMOS AL PAPA SE LO HACEMOS A CRISTO
Tantos santos, todos los santos, han tenido un amor profundo al Papa.
Uno de los grandes ejemplos históricos es santa Catalina de Siena, que amó con obras y de verdad a la Iglesia de Dios y al Romano Pontífice. Ella decía, en el siglo XIV, había escrito en una de sus cartas refiriéndose al Papa:
“Lo que le hacemos a él se lo hacemos al Cristo del Cielo, sea reverencia, sea vituperio”.
Esa convicción sobre la figura del Romano Pontífice en la época en que ella vivió, en ese siglo, había sufrido, sufría complicadas tormentas, le permitía a santa Catalina hacerse cargo de la inmensa responsabilidad que pesa sobre los hombros de los Papas y la llevó a cultivar una intensa oración de intercesión por ellos.
Esa misma actitud es la que nosotros queremos siempre tener: amar verdaderamente al Papa, defenderlo.
Podríamos decir que la barca de la Iglesia tiene un sistema de orientación con tres fuentes:
1. Primero está Cristo, que, aunque a veces duerma, está presente en cada parte y en cada tripulante de esa barca.
2. Después está la Virgen María como estrella, Estrella de la mañana, que permanece iluminándonos, aunque las olas sean grandes.
3. Y después está Pedro al mando del timón por mandato del mismo Jesús.
San Josemaría escribía: “Cristo. María. El Papa. ¿No acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica?”
Pidamos entonces a la Virgen que nos ayude a rezar mucho, a estar muy unidos al próximo Papa y con la cabeza en Roma para que esta barca de la Iglesia siga navegando, con brisas suaves o con tormentas, dándonos toda la riqueza del amor de Dios.