Imaginémonos, junto a Jesús y sus discípulos y la gente que está alrededor. Y tú Señor, hablas, nos muestras con parábolas el amor de Dios, curas a un enfermo, curas a otro enfermo. Se acercan unos niños, los bendices. Y vemos que eres muy amable, que nos quieres, percibimos el amor de Dios solo estando junto a ti y ya.
Porque elevas el alma, nos haces mirar al cielo, y nos darnos cuenta de lo valiosa que es nuestra vida. De lo amados que somos por Dios, no somos alguien más, uno de tantos millones de personas, sino que somos uno para Dios, Dios nos mira a cada uno de nosotros. Y eso lo percibimos estando contigo.
Y estando contigo como que uno da lo mejor de sí. Se esfuerza por ser mejor. No habla con malas palabras o vulgaridades, como que no checa estar junto a ti Señor y ser vulgar. Porque, como decía Dante, escuchaba hace poco. Dante Alighieri, este gran autor que te define, Señor, como: «“El Señor de toda cortesía” Jesús es el Señor de toda cortesía, porque es totalmente amable y cariñoso con todos».
ASEGURARSE LA FELICIDAD
Y por eso pienso que san Josemaría también afirmaba:
“Tratar a Cristo es necesariamente amar a Cristo. Y amar a Cristo es asegurarse la felicidad”
(En diálogo con el Señor. No 5).
La gente que está junto a ti Señor, está contenta, está feliz, tiene esperanza porque tú les abres horizontes.
Y de repente, estando ahí junto a ti, aparece una persona de muy mal aspecto que grita cosas que no se entienden y las que se entienden son muy feas; y violenta, que golpea y que nadie lo puede tener. ¿Y por qué? ¿Por qué está así? Si tú estás ahí, Señor, si tú a todos nos animas a ser mejores, si estando contigo todo es paz. ¿Por qué de repente aparece una persona que no tiene paz y que está así como enojada, como endemoniada?
Pues precisamente eso, es una persona endemoniada. Y tú Señor, liberas a ese pobre hombre de la influencia del demonio. Y vuelve a reinar la calma y la armonía y todo sigue muy feliz. Y después de un rato llegan otras personas. Que habían venido de Jerusalén. Y decían acerca de Jesús:
“Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”
(Mc 3, 23-30).
Eso es lo que leemos en el Evangelio. Unas personas que te descalifican. Que dicen: Jesús, si expulsa los demonios, es por el poder del gran demonio.
NO TE CONOCEN
No te aceptan, no te reconocen. Sino que te ponen en duda ante los demás. Si tuviéramos una fe muy fuerte, pues inmediatamente rechazaríamos esas insinuaciones, diríamos: Estos hombres están equivocados, no conocen realmente a Jesús.
Pero si tuviéramos una fe medio débil, medio vacilante y fuéramos personas como de ciencia que queremos demostrarlo todo y no fiarnos porque nos pueden engañar, pues podríamos alejarnos de ti. Qué grande el daño que generan esas palabras. Porque son palabras de sospecha. Palabras que nos hacen perder la confianza, que nos hacen perder la inocencia, la sencillez.
Y me venía a la mente, a veces esas experiencias que podemos tener de perder esa confianza y esa sencillez. Tenemos algún amigo, conocemos a una persona que nos cae bien, y de repente llega otra persona que habla mal de ese primer sujeto. Dice algún defecto que a lo mejor nosotros no habíamos percibido pero ya escuchando esa persona decimos: Ah, sí es verdad, es así… Y ya como que nos empieza a caer mal. Y eso es un gran daño que hace esa persona que habla mal.
CUANDO NO PUEDAS ALABAR, CÁLLATE
Sí, esa otra persona que habla mal no tiene razón sino que se está inventando el defecto, pues quizá nos damos cuenta decimos: No, no, realmente este hombre está hablando mal porque quiere otra cosa. Pero no se da cuenta que esa persona, no tiene ese efecto, que no es tan mala como él dice.
No se si te ha pasado eso. A mí sí me ha pasado y es feo como perder esa naturalidad y esa espontaneidad, esa sencillez. Y cuando ves a esa otra persona, ya te cuesta no ver ese defecto o tratarla bien como antes la tratabas. Pues Señor, perdónanos, cuando hemos hablado mal. Cuando hemos hablado mal de las otras personas y cuando hemos hecho que la gente pierda la sencillez con esos comentarios.
Por eso animaba también san Josemaría:
“No hagas crítica negativa: cuando no puedas alabar, cállate”
(San Josemaría. Camino 443).
Crítica positiva, pues hazla a la persona cuando le puedas ayudar y decir los defectos y quizá los efectos que pueden tener sus reacciones y ayudarle a ser mejor.
AHORA RECOGE LAS PLUMAS…
Me acuerdo, la otra vez estaba con unos jóvenes, unos adolescentes que estaban platicando de lo que habían platicado la noche anterior y decían estar en una convivencia: estuvimos haciendo crítica positiva de nuestros amigos, de nuestros amigos ausentes. Eso no es una crítica positiva. La crítica positiva hay que buscar ayudar al otro.
Recuerdo también alguna vez escuché, que san Alfonso María de Ligorio, que era un gran confesor y un gran moralista. En una ocasión le dijo a una señora: «De penitencia, bueno usted señora, que ha hablado mal y ha difamado a alguna persona, pues de penitencia va a ir a su casa, va a agarrar una gallina y me la va a traer. Pero cada paso le va quitando una pluma a la gallina y la va tirando a ahí a la calle.
Y ya llegó la señora con la gallina desplumada y le dijo el santo: Ahora vuelve a su casa y recoja todas las plumas. Y ella: ¡cómo, imposible! Se las llevó el viento, ya no las voy a poder recoger. Pues así es cuando uno habla mal de otro, esa crítica se la lleva el viento y quién sabe hasta dónde llegue y cuánto daño haga».
¿POR QUÉ HABLAN MAL?
Señor, perdóname si alguna vez he hablado mal. Perdóname cuando haya hablado mal y ayúdame ahora en el futuro a ser más cuidadoso con lo que digo.
Y volvemos a estos Escribas que vinieron de Jerusalén y hablaron mal de Jesús. Y nos llama la atención y decimos ¿Por qué hablan mal? ¿Por qué? Si estando con Jesús todo es armonía, todo es felicidad, todo es paz, todo es entusiasmo, porque es el Hijo de Dios hecho Hombre, que nos salva de nuestros pecados y nos da esperanza ¿Por qué estos hombres dicen esas cosas tan raras?
Hace rato decíamos que un hombre se comportó muy raro frente a Jesús porque estaba poseído. Esos hombres que dicen esas cosas raras de Jesús. Esas cosas, quizá es por el pecado que oscurece su corazón. El pecado que no les facilita, que les impide aceptar a Jesús como el Señor. Ellos querían ser los señores.
LA SOBERBIA
Es el principal pecado, es la soberbia. El querer ser el centro y no reconocer que no somos el centro. El centro es Dios. El centro eres tú Señor y tú nos engrandeces, tú nos das vida divina. Y si te negamos, pues nos quedamos sin esa vida divina, qué triste. Estos hombres te tienen envidia, te tienen odio, no te reconocen.
Señor, ayúdame a mí a aceptarte, hacer humilde de verdad para ubicarme, darme cuenta que tú eres Dios y yo soy criatura pero criatura que ha sido elevada a ser hijo de Dios.
Acudimos a nuestra Madre, que Ella es toda humilde para que nos ayude a aceptar a Jesús y nos ayude también a entusiasmarnos con su amistad, con su presencia y que nos ayuda también hablar muy bien de Él con nuestras palabras y también con nuestras obras.
Deja una respuesta