Una de esas, la más honda de todas, es esto que llamamos paternidad.
Es que ser papá, es convertirse de forma inmediata en embajador de Dios en la tierra.
Muchas de las crisis que vemos en la actualidad son producto de papás que no se tomaron ese rol en serio.
No hablo de un rol biológico ni de una función social. Hablo de ese misterio cotidiano que te cambia la espalda, la agenda y el corazón. Porque ser padre es, al mismo tiempo, como cargar el universo entero… y descubrir que el universo cabe en los brazos de un recién nacido.
El inicio de una misión
El día que nacieron cada una de mis hijas fue, paradójicamente, el día en que volví a nacer yo.
Y una de esas contracciones empezaron el día de la madre, la persona a la que debo cuidar con toda mi alma, toda mi fuerza y sobre todo con toda mi paciencia para que ese camino sea una ruta express y no con baches que lastiman y pinchan llantas al avanzar.
Después de clases, proyectos y llamadas, llegué a casa agotado. Pero sabía que ese día se merecía un esfuerzo final: sacar a pasear a nuestra hija mayor con un gelato en mano y prepararla para el cambio que estaba a punto de experimentar.
A las 20:55, mi esposa Teresa, la mujer que me hace padre una y otra vez, me miró con una claroscuro de ternura, miedo y decisión y me dijo: “Empezaron las contracciones.”
Ese instante… fue como si el reloj se pusiera en marcha para algo más que un parto.
Era el inicio de una misión. No sólo íbamos al hospital.
Íbamos a cruzar el umbral de lo humano a lo eterno, a presenciar el milagro de ver cómo esa alma que se formó a ese nueve meses salía a la luz la vida terrena desplegándose ante nuestros ojos.
Y yo, con el rosario en la mano y los nervios en la garganta, empecé a rezar. Tres contracciones cada diez Avemarías: ese era mi algoritmo espiritual. Acabé el primer misterio. Era hora de subir al auto.
Entre el miedo y la fe
Dejé a mi esposa en el hospital y me dijeron que espere la llamada. La madrugada fue un poema de contrastes: el silencio de las calles por el toque de queda del CoVid y el bullicio interno de mi corazón. El frío en el auto y el fuego en mis entrañas. La distancia de no poder entrar aún al hospital y la cercanía de saber que estábamos por ser testigos de algo sagrado.
A las 8:35 a.m., el mensaje llegó: “La bebé no baja.”
Corrí al hospital. Las horas siguientes fueron una maratón emocional: intentaron reposicionarla, esperaron… pero nada. Su cabeza, orgullosa y terca, claramente heredada, no se alineaba.
Finalmente, a las 10:00, se tomó la decisión: cesárea. Por su bien. Por el bien de Tessi.
Y entonces vino ese momento brutal y hermoso en el que la vida te quiebra y te fortalece al mismo tiempo. Sentado en una banca, esperando que me llamaran al quirófano, sentí que era como un suplente esperando entrar a la final del Mundial. El gol más importante estaba por jugarse. Y yo, temblando, sólo podía decirle a Dios: “No me falles ahora.”
El nacimiento del amor encarnado
A las 11:19 a.m., del 11 de mayo de 2021, tras 40 semanas y 14 horas de trabajo de parto, nuestra hija nació.
4 kilos de pura vida. Radiante. Llena de luz.
Y con su llegada, se selló una trilogía celestial:
11 de mayo: su nacimiento
12 de mayo: nuestro aniversario de bodas
13 de mayo: el centenario de Nuestra Señora de Fátima, el día de nuestro compromiso
¿Coincidencia? No lo creo. Dios no improvisa. Dioscidencia les llamo yo.
Cada fecha se volvió sacramento. Y cada noche sin dormir, una oración sin palabras.
¿Qué significa ser padre?
No es fácil hablar de paternidad sin caer en clichés. Pero hay una verdad sencilla: ser padre no es tener todas las respuestas, sino estar presente con todas tus preguntas.
¿Estoy listo?
¿Lo haré bien?
¿Sabré amar como se debe?
¿Podré proteger a mi familia en un mundo que parece romperse por todos lados?
Preguntas que arden. Pero también preguntas que santifican.
Porque un padre no es un héroe invulnerable. Es un hombre común que se arrodilla ante el misterio, que reza con las manos temblorosas y que ama con un corazón roto… y por eso, fuerte. Y sabe que ese es el secreto de la oración. La entrega, esa de saber que Dios sabe más y que todo es para la gloria de Dios mientras Dios nos pide apoyo para ser esa luz, esa sal que tanto falta le hace a la tierra.
Tres cosas aprendidas entre pañales y oraciones
1. La paternidad es escuela de humildad.
Nada como cambiar un pañal a las 3 a.m. para recordarte que no estás en control. Y sin embargo, en ese caos, Dios habla.
2. La paternidad es taller de fe.
Tener hijos te obliga a creer en el mañana, incluso cuando el hoy te supera. Es sembrar esperanza con cada historia leída en la noche, con cada beso dado en la frente, con cada tropiezo sabiendo que siempre hay una esperanza en el mañana, pero solo si se es generoso en el presente.
3. La paternidad es gimnasio del amor.
Un amor que no se mide en emociones que todos los tienen, sino en sacrificios que sin duda a veces cuestan. Que se construye con silencios, abrazos, disculpas y decisiones. Sip la decisión de también saber pedirle perdón a tus hijos cuando te equivocas puede ser de las mejores lecciones que les puedes dar.
No estás solo, hermano
Sé que hay muchos padres leyendo esto que sienten que no dan la talla. Que están cansados. Que a veces dudan de sí mismos. Me pasa todos los días.
Déjame decirte algo que aprendí mientras esperaba en ese quirófano y al abrirme con mis verdaderos amigos:
Dios no busca padres perfectos. Busca padres disponibles. Padres que traten.
No nos pide que nunca fallemos. Nos pide que nunca abandonemos.
No quiere ídolos de piedra. Quiere hombres de carne que sepan llorar, reír, pedir perdón y volver a intentarlo.
Y sobre todo nos pide que seamos la alegría del hogar para poder apoyar a mamá cuando se cansa, que tomemos la iniciativa de sacar a pasear a los hijos sin celular para que mamá descanse, vaya al gimnasio o se desahogue con sus amigas para darle ese apoyo que quizás tú no estás en capacidad de dar, no porque no quieras, sino porque tú realidad biológica te lo impide. Y eso es independiente de la situación marital en la que te encuentres.
¿Y si volvemos a soñar en grande?
Vivimos tiempos en que la figura del padre está golpeada, ridiculizada o ausente. Nos dicen que estamos pasados de moda, que la autoridad paterna es opresiva, y lamentablemente por culpa de pocos la masculinidad se ha estereotipada como tóxica.
Pero… ¿y si fuera al revés?
¿Y si justamente hoy el mundo necesita padres valientes, tiernos, espirituales?
Hombres que no le teman a decir “te amo” ni a decir “esto no está bien”.
Hombres que abracen fuerte y que corrijan con misericordia.
Hombres que sean puente entre el Cielo y la tierra, embajadores de Dios en la tierra.
¿Y si hoy fuera el día en que tú y yo, padres de carne y hueso, levantamos la frente y decimos: “Con la gracia de Dios, voy a estar presente”?
El futuro se construye en casa
Tus hijos no necesitan un padre perfecto. Necesitan un padre que luche cada día por ser mejor, que dedique tiempo, que escuche, que siembre y nutra la relación desde que son pequeños y no que se empiece a preocupar cuando la nena viene con un noviecito a los 9 años o cuando el niño tiene problemas en la escuela.
No te preocupes si no sabes todas las respuestas. Tus hijos no buscan un sabio. Buscan un papá que los escuche, que los abrace, que los mire con amor.
Porque al final, la mejor herencia no es una cuenta bancaria llena… sino un corazón lleno de recuerdos, de anécdotas, de risas compartidas, de momentos, de paseos. O solo pregúntate: ¿Qué es lo que más recuerdas de papá?
Y créeme: los hijos no recuerdan si su papá era importante en la empresa. Recuerdan si era importante en casa.
Hoy, en este Día del Padre, quiero darte las gracias a ti, papá que luchas, que lloras en silencio, que rezas por tus hijos sin que nadie te vea, y que actúas y le das a la familia el tiempo prioritario que se merece en la agenda.
Gracias por no rendirte.
Gracias por seguir creyendo que vale la pena.
Gracias por poner el alma, aunque nadie te aplauda.
Gracias por la casa que llena de fotos sin ti porque todos saben que fuiste el que tomó la foto.
Y sobre todo: gracias por estar.
Que San José, el padre que enseñó a Dios a caminar, interceda por ti, por mi y por nosotros, porque no estamos solos en este camino.
Porque si él pudo criar al Hijo de Dios… tú también puedes criar SANTOS en tu hogar.
Y eso es ser papá, el darlo todo sabiendo que el todo tendrá sentido en la eternidad.
¡Confianza!
Un abrazo muy sentido. Se les quiere y gracias por todo lo que dan. Sepan que son importantes y así Recen por mí por favor.
Termino con las mismas palabras con las que empecé, porque ser padre es, al mismo tiempo, como cargar el universo entero… y descubrir que el universo cabe en los brazos de un recién nacido. Un hijo que, antes de entender tus palabras, aprenderá del peso de tus gestos. Que descubrirá el mundo mirándote.
Y que, si Dios te da la gracia, llegará a creer en Él… porque primero creyó en ti.
Y esa amigo mío, es la misión más hermosa, y más urgente, que se nos ha confiado porque Dios también nos tiene fé.
¡Feliz Día del Padre!
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