Ser cristiano es haber encontrado a una Persona: Jesucristo. Como afirmó Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida” 1. Este encuentro transforma la existencia y funda una relación viva, personal e íntima, que puede describirse como amistad.
En consecuencia, la amistad con Jesús no es una experiencia privada ni aislada. Al contrario, quien entra en comunión con Él es llamado a vivir el mandamiento del Amor2. Esta amistad se experimenta en la vida compartida con los demás. Por eso, el Papa Francisco insistió en el “caminar juntos”, pues el camino cristiano no se recorre en solitario ni aislados3. La comunión es la expresión del misterio cristiano y solo así somos salvados, en el Cuerpo de Cristo: la Iglesia.
¿cómo cultivar esta amistad con Cristo y con los hermanos?
Ahora bien, ¿cómo cultivar esta amistad con Cristo y con los hermanos? Si la salvación pasa por esta relación de amor, es vital aprender a vivirla en lo cotidiano. Por ello, se mencionarán tres actitudes fundamentales de la amistad cristiana, cuyo fin último es la comunión con la Trinidad.
La primera actitud es el reconocimiento de la vocación. Los miembros del Cuerpo de Cristo, por el Bautismo, son llamados desde su propia realidad de vida a una tarea específica en la Iglesia. Ningún cristiano está exento de esta misión, pues todos han sido llamados por Dios. Identificar y responder a esta llamada particular es la base de una auténtica amistad cristiana, ya que es en el camino de la vida, iluminado por esta vocación, donde se comprende y se da valor a la amistad. Esta, tiene un inicio: el Bautismo; y un fin: el Reino de los Cielos.
La identidad vocacional
El reconocimiento de la identidad vocacional exige fidelidad a la misma. Este es el segundo paso para vivir una verdadera amistad con y en Cristo: ser coherentes con aquello a lo que Él nos llama. Solo en la verdad hay auténtica amistad, y vivir en la verdad implica fidelidad. Concretamente, esta segunda actitud se manifiesta en la vigilancia del corazón y de los sentidos. Aunque a primera vista pueda parecer
un tema lejano a la amistad, son precisamente estos comportamientos los que permiten experimentar su fruto. Aquel que sacia y llena verdaderamente el corazón humano. Solo así se evita caer en lo superficial y se profundiza en el encuentro personal con Él y con los demás.
La Esperanza
Por último, como fruto del reconocimiento y de la fidelidad vocacional, brota la Esperanza. La amistad verdadera exige un horizonte de futuro. No se trata de un futuro meramente temporal, sino Eterno. Por eso, el amigo es contemplado como aquella persona que, desde el hoy y desde mi realidad concreta, camina a mi lado hacia lo Eterno. Ahora bien, ¿cómo no cultivar una amistad que no es efímera, sino para siempre? Esta es la esperanza del cristiano: el “ya, pero todavía no”, que nos impulsa, en la persona del Verbo, a vivir, en el “juntos”, una comunión sin fin. La amistad es esperanza. Y es ella la que, en las pruebas y dificultades de la vida, sostiene al hombre.
Es en la unidad personal, donde la oración del Hijo al Padre se cumple, pues, su anhelo es que “todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros… yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno…y que yo los ame cómo tú me amaste.”4. La relación con Cristo y entre los cristianos es ser amigos desde, por y en la Esperanza, como fruto del reconocimiento y la vivencia fiel a la vocación particular.
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1 Benedicto XVI. (2005). Deus caritas est, n. 1.
2 Cfr. Jn. 13, 34
3 Cfr. Francisco. (2020). Fratelli tutti, n. 32, “Nadie se salva solo, únicamente es posible salvarse juntos”.
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