Faltando seis días para la Navidad, el aniversario de tu nacimiento, Jesús, oímos en la santa misa este evangelio de san Lucas que habla de la concepción milagrosa de san Juan Bautista. Quizás lo recordemos, leo una parte:
«En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel».
Como sabemos, esta Isabel era prima de la Virgen santísima y, por lo tanto, los hijos de ellas van a ser primos segundos. Dice todavía el evangelio:
«Los dos eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos porque Isabel era estéril y los dos eran de edad avanzada».
Así se introduce la escena. Zacarías va a entrar a cumplir su oficio, era sacerdote y en pleno servicio litúrgico se le aparece el Arcángel san Gabriel y le dice:
«No temas Zacarías porque tu ruego ha sido escuchado, tu mujer Isabel te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan».
Así con esa sencillez le va contando los planes de Dios, pero sobre todo nos quedamos con esta primera afirmación:
«Tu ruego ha sido escuchado».
Esto Tú, Señor, quieres decírnoslo a todos los que ahora estamos haciendo nuestro rato de oración contigo. Tú nos quieres garantizar que nuestras oraciones son oídas, no hay oración que Tú no escuches.
«Tu ruego ha sido escuchado» …
Qué esperanza, qué bonito saberlo, qué bien nos hace recordarlo y queremos apoyarnos en esta afirmación tuya, Jesús, para seguir rezando con perseverancia por nuestras intenciones.

Lo que pasa es que Zacarías, ante tanta belleza va a dudar y entonces va a decir:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada».
Entonces, esa falta de fe es sancionada. La responde el arcángel:
«Yo soy Gabriel que sirvo en presencia de Dios. He sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia, pero te quedarás mudo sin poder hablar hasta el día en que esto suceda. Porque no has dado fe a mis palabras que se cumplirán en su momento oportuno».
Esa reacción de poca fe que es tan razonable no es verdad, porque Zacarías, como dice, es viejo y su mujer también lo es. Y es imposible una concepción en esos momentos, en esas circunstancias. Sin embargo, para Dios nada hay imposible.
De hecho, dice:
«Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses»
(Lc 1, 5-25).
Estas actitudes de Zacarías, que se queda mudo y de santa Isabel, que se queda en su casa encerradita, nos dejan un mensaje; un mensaje que, a las puertas de la Navidad, a estas alturas del mes de diciembre, en el ajetreo de terminar el año, de preparar la fiesta misma de Navidad, de ir ya haciendo preparativos para el Año Nuevo y para el verano.
BUSCAR A DIOS EN NUESTRO INTERIOR
Todo, aunque nos coge en vacaciones, al menos académicas, es un poco rápido y, creo que este:
«te quedarás mudo sin poder hablar»
y este otro:
«concibió Isabel su mujer y estuvo sin salir de casa cinco meses»,
nos dejan pensando para que nosotros, Señor, no cometamos el error de buscarte fuera de nosotros sino más bien dentro, en nuestro interior, en nuestra alma.
Todo lo que esta Navidad va a traer, en realidad, va a ser en mi interior y en el corazón de cada uno de nosotros. Lo de fuera van a ser esos regalitos o esa comida rica, la reunión familiar.
Son cosas súper buenas, pero evidentemente, “si hay un aporte distinto es lo que Tú, Señor, aportas en mi corazón. Quiero, como Zacarías, quedarme mudo, obviamente no porque pierda mi capacidad de hablar, sino porque hable menos, porque haga silencio para escucharte, para recibirte, para acogerte.
Y como santa Isabel concibió y estuvo sin salir de casa cinco meses, no se trata literalmente de que nos quedemos encerrados tanto tiempo, pero sí que busquemos ese retiro a nuestro interior, que es en la soledad de nuestro corazón, es en el silencio donde me quito los audífonos, donde dejo de hacer “scroll” en las pantallas, donde me concentro en Ti, Señor, en tu grandeza y sobre todo en la grandeza del amor que sientes por mí, donde yo puedo verdaderamente percibir tu llegada”.
¿PODEMOS ESCUCHAR AL SEÑOR?

Yo quería compartir, porque me sirve esta anécdota:
“En un colegio un profesor encuentra a un niño de unos seis años en la capilla, él solito sentado en la tarima del altar y con la cabeza dirigida hacia el Sagrario. Se acercó el profesor y le preguntó: ¿qué haces? ¿Por qué no te sientas en las bancas? Y el niño le contestó: es que desde ahí atrás no se le escucha”.
Desde allá atrás no se le escucha… Tú y yo, hermano mío, hermana mía, desde donde estamos, ¿podemos escuchar al Señor? ¿No es verdad que esta afirmación es preciosa?
La oración es el momento privilegiado para oír al Señor. Tenemos a veces más preocupación por hacer saber a Dios lo que queremos que nos conceda, que nos cumpla, que por conocer lo que Él quiere.
Ojalá que a la oración vayamos antes que a pedir a estar contigo, Señor, y que ese estar juntos sea el fruto más importante de nuestra oración, porque así te vamos a poder escuchar, lo que Tú quieres decirnos y que es el secreto de la felicidad y de la paz.
Vamos también a pedir, obviamente, con la seguridad de que Tú nos escuchas por lo que hemos considerado al comienzo de este rato de oración y con la confianza de que Tú tienes más ganas de darnos lo que nos conviene, que nosotros mismos de recibirlo.
Miremos a nuestra Madre, la Virgen santísima, recogida en oración cuando también el arcángel la va a buscar y a decirle lo que Dios quiere de ella. Aprendamos.



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