TRES FIESTAS CERCANAS
Celebramos la solemnidad de la Virgen de Guadalupe, una fiesta que está enmarcada por otras dos fiestas de la Virgen, que pienso que nos pueden ayudar a vivir mejor y a estar más cerca de María esta fiesta.
Me refiero a la fiesta de la Inmaculada y a Loreto, porque el 8 de diciembre celebramos la Inmaculada Concepción, que nos habla de la pureza de la Virgen en contraste con nuestros pecados y de saber que tenemos a María como la Inmaculada, como la que es sin pecado, precisamente para ayudarnos a purificar, para ayudarnos a luchar con determinación por vivir siempre en gracia de Dios.
Por otra parte, tuvimos la fiesta de Loreto el 10 de diciembre.
La fiesta de Loreto es la fiesta de la casita de Nazaret, donde la Virgen acoge a Jesús y a José. Allí María hace hogar. Y también para nosotros, hoy Guadalupe, de alguna manera sintetiza esas dos fiestas.
María concebida sin pecado original, está estampada en la tilma de san Juan Diego y está allí para acoger nuestras necesidades.
Y si pudiera como definir en una sola palabra Guadalupe, yo diría cercanía. La Virgen está cerca de nosotros. Tanta cercanía que se ha quedado allí en el Cerro del Tepeyac para que vayamos a verla, para que vayamos justo a lo que ella quería, a presentarle nuestras necesidades.
ELLA ES CERCANA
Y como se le dijo al indio san Juan Diego, ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?
Si, cercanía puede ser la palabra que defina con una sola palabra que defina Guadalupe. Y pienso que la frase sería: ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? Ahí está todo. Digamos que, en esa frase que le dice Guadalupe a san Juan Diego, está plasmada lo que vemos en la tilma: su ternura, su cariño, su cercanía.
PARA ACOMPAÑARNOS
Cuando la vemos simplemente así, la contemplamos a la Virgen de Guadalupe, pienso que sentimos precisamente eso, que se quedó para nosotros, para escucharnos, para acompañarnos.
Por eso, vamos a aprovechar este ratito de oración para saborear esa frase. Para eso nos conviene recordar un poco de aquella historia, que ya las has escuchado muchas veces, pero siempre viene bien recordar.
Era sábado, muy temprano, cuando Diego iba caminando hacia la doctrina, pensando en sus cosas, quizá un poco cansado de la vida… Así como probablemente tú puedas estar a fin de año también, después de exámenes, cerrando cosas, pues un poquito cansado también, lógico…
Pues así iría Juan Diego el doce de diciembre, un poco antes del doce quizás, y de pronto, el Cerro del Tepeyac, que tantas veces había transitado de manera tan normal, el de todos los días, ese día se llenó de luz.
Una luz que no era de este mundo, y una música suave comenzó a sonar como si el mismo Cielo estuviera respirando. Y él sorprendido, oye una voz que lo llama por su nombre, así como lo llaman las madres, Juanito, Juan Diego…
COMO UNA MADRE
Trata de imaginar la escena, pero no la imagines solo para Juan Diego, imagina que también la Virgen te está llamando a ti, y te habla por medio de ese apelativo de tu nombre en diminutivo y con cariño.
Juan Diego sube el cerrito y la ve. Una señora joven, bellísima, vestida de sol, pero cercana como una madre que le abre la puerta de su casa, y se presenta con delicadeza. ¡Es la madre del verdadero Dios! Quien quiere mucho a sus hijos, que desea que le hagan una casita para escuchar sus penas, sus lágrimas, y también sus alegrías.
ABRIR MI CORAZÓN A ELLA
Bueno, el corazón de Juan Diego dio un vuelco y fue corriendo a ver al Obispo. Pero los días pasan, el Obispo no le cree, pide pruebas, y Juan Diego se ve entre el Cielo y la Tierra.
Quiere obedecer a la Virgen, pero tiene miedo de molestar al Obispo, y además su tío cae enfermo… Así que hizo lo que muchas veces hacemos cuando nos sentimos agobiados, trató de evitar a la Virgen, y buscó otro camino para no encontrarla.
¡Imagínate! Claro, uno piensa que es ridículo, ¿verdad? Y sin embargo, incluso tú y yo tantas veces actuamos igual… Pero María, con Juan Diego, y también contigo y conmigo, sale al encuentro y le pregunta: —¿a dónde vas?… Y me pregunta: —¿Qué camino llevas?
Juan Diego le abre su alma y le cuenta todo: —Que su tío está grave, que tiene que buscar a un sacerdote, que no ha venido antes porque no quería fallarle.
Entonces la Virgen, que había estado escuchándole despacio, le dice: —Pues que no se aflija, que no tenga miedo a ninguna enfermedad, y es dónde se encuadra esa frase tan bonita, que nos está sirviendo para nuestra meditación…
¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?… ¿No estás bajo mi sombra y amparo?… ¿No soy yo tu salud?… ¿No estás en mi regazo?… ¿No corres por mi cuenta?…
Pues qué más se puede decir… María le asegura a Juan Diego que su tío ya está sano y le pide que suba al cerro a recoger las flores, que solo el Cielo puede dar.
ELLA ME ATIENDE Y ESCUCHA
Bien, pues como te digo, estas palabras de la Virgen y este suceso guadalupano, no se enmarcan únicamente en el siglo XVI para unas circunstancias muy específicas de evangelización, sino siguen siendo muy actuales.
María le sigue diciendo esas palabras a Juan Diego, y las sigue diciendo a ti y a mí, ¿No estoy yo aquí que soy tu madre para atender ese problema concreto que tienes?… ¿Ese miedo que te aprieta el corazón?… ¿Esa carga que llevas sin saber cómo resolverla…?
A veces pensamos que Dios nos ama cuando somos fuertes, cuando todo nos sale bien. Y no, Dios nos quiere especialmente cuando estamos rotos, cuando fallamos, cuando nos escondemos, cuando nos da vergüenza volver…
Pues ¡qué buena fiesta! Qué buena solemnidad celebramos hoy de la Virgen de Guadalupe en toda América. Para mirar a Juan Diego que estaba huyendo y para mirar a la Virgen que sale al encuentro.
Recordar que tú y yo estamos llamados también, a dejarnos encontrar por María.
CONFIANZA Y AMOR A MARÍA
Santa María, hoy queremos ir sino físicamente, como lo hace tantísima gente, si al menos con la imaginación y con el corazón a tu Cerro del Tepeyac, a poner allí en tus manos todas nuestras intenciones.
Sabemos que ese cerrito no sólo está en México, sino que está en el corazón de cada cristiano.
Y venimos a Ti, Virgen de Guadalupe, para sentirnos acompañados, para descansar un poco y para decirte: Madre, aquí estoy, aquí estoy. Y tú lo sabes.
Ayúdame a recordar ese gesto tan específico que hacemos cuando vamos físicamente a la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México y pasamos por debajo de las bandas y levantamos muy alto la cara…
Pues así, hoy es buen día para levantar la vista y mirar a la Virgen de Guadalupe, agradecerle y pedirle. O simplemente, para llorar un poquito en su pecho.
Vamos a terminar con esa confianza, con esa cercanía, con esa seguridad de que Santa María de Guadalupe es cercanía.
¿No estoy aquí que soy tu madre?… Y si ella está con nosotros, ¡¿qué nos puede faltar?!





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