El evangelio de hoy nos trae una parábola que me gustaría leer al principio de este rato de oración para que luego profundicemos en ella.
Dice Jesús:
“Yo les diré: ¿A quién se parece todo aquel que ven a mí, escucha mis palabras y las practica? Se parece a un hombre que queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla porque estaba bien construida.
En cambio, el que escucha la palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra sin cimiento. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, enseguida se derrumbó y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande”
(Lc 6, 47-49).
Me parece que en primer lugar podemos agradecerle a Jesús por las comparaciones que hace, por sus parábolas, porque son ejemplos tan buenos que nos llega claramente la idea que nos quiere transmitir. Esta parábola habla por sí sola. La casa de nuestra felicidad, la casa de nuestra salvación, no se puede afirmar en la arena de mis propias fuerzas, de mis seguridades humanas, ya sea de las cosas materiales, de los éxitos, de las relaciones humanas, de mis supersticiones.
LA ROCA FIRME DEL AMOR DE DIOS
Mi casa, mi fe, no puede estar puesta en las seguridades humanas, sino sólo en la roca firme del amor de Dios. Sólo en el amor del Señor podemos encontrar la verdadera felicidad. Señor, tú eres mi roca y mi refugio, dice un salmo. Señor, yo sé que sólo poniendo mi esperanza, mi fe, sólo esperando en ti puedo salvarme, puedo llegar a esa felicidad tan grande que me has prometido y que quieras regalarme.
Me gustaría leer ahora un poema, una poesía que escribió un poeta chileno que dice así:
“Si me dejaras, si un poco de Tu mano me dejaras. Yo no creería ni en mi propia sombra. Yo me convertiría en mi propia sombra, llena de teorías luminosas sobre sí misma y el sol y bla la lá si me dejaras. Yo me creería el sistema solar en persona, creado por mí mismo de la nada en un acto de rara inteligencia. Y contaría mi historia por bares y jardines públicos y hasta los niños me sabrían idiota si un poco de Tu mano me dejaras”
(José Miguel Ibañez Langlois).
Señor, si me dejaras de tu mano, yo no sería nada, sería como esa casa construida sobre arena que pone la seguridad en cosas de la tierra. Sin embargo, contigo, afirmado en tu roca firme que eres tú, en esa roca que es tu amor, entonces lo puedo todo. Puedo incluso ser santo. Incluso puedo llegar a esperar en la felicidad porque sé que mi felicidad, mi futuro, no está en mis fuerzas, que son pura arena, sino en la roca firme de tu amor.
ES FÁCIL SER SANTO
Por eso una santa exclamaba ¡Qué fácil es ser santa, qué fácil es ser santa! No porque confiara en que ella sola podría ser santa, sino porque confiaba en la fuerza de Dios. En esta misma línea cuentan que un día estaba san Juan Bosco hablando con un grupo de jóvenes, entre ellos Domingo Sabio, que más tarde sería Santo Domingo Sabio, y les dijo, ¿Saben que es fácil ser santo? Y señalando un papel les explicó lo que acaba de decir, sigan esto con diligencia y estarán camino a la santidad.
Este grupo de jóvenes se acercaron rápidamente a ver qué había en ese papel y cubrieron con sorpresa que era el horario, el horario del oratorio. Y el santo les explicó, el camino para ser santos es estar siempre alegres, hacer sus tareas de la mejor manera posible y dar buen ejemplo a los compañeros. Recuerden que el Señor Jesús está siempre con ustedes y que quiere su felicidad. Recuerden que Jesús está siempre con ustedes, que Él quiere su felicidad, y si ustedes están convencidos de esto, si ustedes creen en esto, esa va a ser la roca firme que los va a tener seguros, la roca que va a firmar la casa de su santidad.
EL SEÑOR NOS SANTIFICA
Es fácil ser santo. ¿Por qué? Porque es el Señor el que nos santifica. Eres tú Jesús con quien estamos hablando en este rato de oración. Eres tú el que nos santifica, tú el que nos lleva hacia la inmensa felicidad del cielo.
En la misma línea de lo que contábamos de san Juan Bosco, san Josemaría escribía en punto en Camino que es muy sencillo, decía:
“¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces”
(Camino 815).
¿Quieres de verdad ser feliz? Pon tu esperanza en la roca del amor de Dios y no en la arena de tu fuerza, de tus seguridades, de tu dinero, de tu honor, de tu riqueza, que eso no sirve para nada. Pon tu casa construida en la roca del amor de Dios. Haz lo que debes y está en lo que haces. El resto lo va a poner Dios.
Haz bien tu trabajo, esfuérzate por demostrarle ese amor a tu familia, a tus amigos, pon el hombro cuando los demás te necesiten. Sí, pon todo lo que esté de tu parte, todo eso que es necesario, pero confiando en que esa casa no está construida sobre tus propias fuerzas, sino está construida en el amor de Dios. Todo lo hace Dios. Tú pones de tu parte y el resto lo pone el Señor.
EL CORAZÓN ABIERTO
Y de nuevo más actualmente el papá Francisco, poco después de ser elegido, en 2017 decía, “¿Ser santo es rezar todo el día? Se preguntaba así en una audiencia, ¿Ser santo será rezar todo el día? Y se respondía, no, es cumplir con tu deber todo el día, rezar, ir al trabajo, cuidar a los hijos, y hacerlo todo con el corazón abierto a Dios”.
Ahí está la clave, con el corazón abierto a Dios, con tu corazón abierto para que el Señor pueda entrar, pueda darte su gracia, y tú puedas construir esa casa no sostenido en la arena de la incertidumbre sino en la roca firme, en la única seguridad que es verdadera, la seguridad del amor de Dios.
El Papa, san Juan Bosco, san Josemaría, nos recuerdan esto, la importancia de poner lo que nosotros tenemos que poner. Ese vivir el horario que decía san Juan Bosco; ese haz lo que debes y está en lo que haces de san Josemaría; ese rezar, ir a trabajar, cuidar a los hijos, etcétera, que proponía el Papa Francisco. Hacer lo que esté en nuestras manos, y el resto confiar en que lo pondrá el Señor.
PODEMOS SER FELICES
Tu Señor quiere llevarnos a la felicidad. No nos dejes de tu mano, porque si nos dejas de tu mano, como contemplábamos en esta poesía que citamos más atrás, si un poco de tu mano nos dejara, estaríamos perdidos. Si un poco de tu mano nos dejara, no podríamos ser felices.
Sin embargo, bien agarrados a tu mano, como queremos estar, y te lo decimos ahora en este rato de oración, queremos estar siempre muy agarrados a tu mano, podemos llegar a ser muy, muy, muy felices. Te pedimos esa ayuda por intercesión de la Santísima Virgen María, la más santa, más que ella, sólo Dios. San Josemaría solía repetir esto, “Más que tú, sólo Dios”.
Madre nuestra, tú que eres la más santa, te pedimos que nos ayudes a ser muy, muy felices, agarrarnos de la mano del Señor como tú te agarraste a la mano de tu Hijo Jesús y que no nos saltemos nunca de ella. Que siempre pongamos nuestra seguridad en Él, en ese amor tan grande que nos tiene el Señor. Santa María, Madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre, Esposa de Dios Espíritu Santo, ruega por nosotros.
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