En estos días me asombré, porque el colegio donde soy capellán tiene preescolar desde hace no muchos años y me sorprendí al ver la capacidad impresionante que tienen los niñitos de ese preescolar -de unos seis años más o menos- para pasar del estado del reino humano al reino vegetal.
Cuando yo llego al colegio me toca estacionar justo delante donde reciben a los niños, los van agrupando y cuando llega la hora de pasar hacia el salón, están ahí tranquilos.
Pero mientras esperan, como la hora de llegada al colegio es sumamente temprano, esos niños todavía tienen el CPU, el sistema operativo, arrancando y más bien están como zombis. Es un espectáculo tragicómico.
Te decía lo del reino vegetal porque esos niños las maestras los tienen allí agarrando sol, un poco para que hagan fotosíntesis. Después, a lo largo del día, obviamente les va entrando energía, se van activando y van volviendo, no voy a decirle al reino humano, pero al menos sí al reino animal y tienen exceso de energía.
Me sorprendía de esta capacidad: que el hombre es capaz de, voluntariamente si quiere, bajar al reino animal. Y, en este caso, es una exageración, pero también a bajar al reino vegetal; ser alguien que básicamente hace fotosíntesis.
KÉNOSIS
Pero obviamente no es una cosa buscada, no es una cosa deseada, no es algo que dé más dignidad, por eso debería también sorprendernos que, en el caso de nuestro Señor Jesucristo, también se ha producido un abajamiento, este sí totalmente voluntario, totalmente libre, desde un nivel mucho más elevado.
Porque en la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo, hace más de 2000 años, vimos cómo Dios decidió bajar la intensidad a su gloria, sin perder su perfecta Divinidad, para bajar al reino humano, para hacerse uno de nosotros, carne de nuestra carne.
Y ese abajarse es Kénosis, como se suele decir también. Ese ser uno de nosotros lo hace por amor. Es un signo del amor que Dios nos tiene.
Y por si eso no fuese suficiente, Él mismo ha decidido bajar aún más todavía, ha decidido quedarse en ese pedazo de pan que es del reino no animal (ya ni siquiera sé dónde meter esa categoría).
Pero qué impresionante que también, por amor, Dios ha decidido bajar más todavía, voluntariamente, libremente, renunciar a toda esa gloria y a todo su esplendor para quedarse, contigo y conmigo, allí en esa cárcel de amor que es el Sagrario.
Y todo esto para que tú y yo nos asombremos ante ese signo de amor, ese amor inmenso que Dios nos tiene.
JESÚS SIEMPRE NOS HA DEMOSTRADO LO MUCHO QUE NOS QUIERE
¿Por qué este ejemplo tan tonto, tan simple? Porque los fariseos y los escribas estaban discutiendo con el Señor, como vemos en el evangelio de hoy y parece como que no ha sido suficiente todo lo que el Señor les ha demostrado, porque le dicen:
«Maestro, queremos ver un milagro tuyo».
Tú y yo que conocemos la vida de Jesús, nos podemos indignar perfectamente ante esta petición de los fariseos, de los escribas, porque qué más, cuánto milagro no han visto ya. Han visto probablemente resucitados, multiplicación de los panes…
Incluso, si lo que han visto es “solamente” la curación de un enfermo, aquello debería ser más que suficiente para creer, más que suficiente para darse cuenta de que Dios está muy cerca, tan cerca; que camina entre ellos y para creer.
Sin embargo, el Señor aquí parece perder también un poco la paciencia, porque les responde con mucha energía:
«Esta generación perversa y adúltera exige una señal».
Ese reproche tantas veces nos rebota a nosotros, que Tú, Señor, puedas decir también de cada uno de los que estamos haciendo este rato de oración, “qué generación tan perversa y adúltera que me sigue pidiendo señales, como si no fuesen suficiente. Ya no te digo los milagros, que son milagros cotidianos, sino si no fuese suficiente lo mucho que les he demostrado que los quiero”.
CUÁNTO HA HECHO DIOS POR MÍ HOY
Aquí yo creo que podemos aprovechar que estamos hablando con el Señor y hacer una memoria, un recuerdo bastante veloz, de cuántos favores ya me ha hecho Dios en lo que llevo de día. Qué tan bien se ha portado ya Dios conmigo.
Yo creo que, para empezar, si tienes la posibilidad de escuchar este audio, ya tienes que darle gracias a Dios y no tanto por el audio o porque sea de muchísimo nivel, sino darle gracias a Dios porque estás vivo. Suficientemente vivo o viva para escuchar este audio y poder hacer un rato más de oración.
Gracias Señor porque me quieres tanto que me sigues dando la posibilidad de respirar y me sigues dando la posibilidad de poder hablar contigo en este diálogo íntimo que se llama oración.
El Señor sigue:
«No se le dará a esta generación más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra».
Es decir, que Dios con su muerte y con su resurrección, no solamente realiza un prodigio jamás hecho por nadie, sino que nuevamente todo aquello lo hace para demostrarnos, a ti y a mí, qué tan profundo es su amor.
EL SIGNO DEL AMOR
La cruz del Señor, muestra máxima de su amor por nosotros. Su resurrección también, manifestación de su amor. Como acabamos de considerar, la Sagrada Eucaristía, qué demostración más grande de ese amor que Dios nos tiene, todo esto signo de su amor.
Los sacramentos, el sacramento de la confesión, signo de ese amor que Dios nos tiene y que sigue confiando en nosotros, porque es capaz de ver cosas que nosotros tal vez no terminamos de ver.
Los miles de favores que recibimos cada día, todos son signos de amor. Y por si no fuese suficiente este reproche, el Señor continúa:
«Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás. Y aquí hay uno que es más que Jonás».
Es decir, esta generación ha visto a Alguien que es más que Jonás y tiene mayores motivos para creer, mayores motivos para convertirse, mayores motivos para estar seguros de que Dios los ama.
«Cuando juzguen a esta generación, la reina del sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay uno más que Salomón»
(Mt 12, 38-42).
Nuevamente, este reproche a ti y a mí nos cae de rebote.
¿CUÁNTO MÁS?
¿Cuánto no hemos visto nosotros de más que tantos santos en la historia de la Iglesia? ¿Cuántas historias de conversión? ¿Cuántos más argumentos de fe para creer en que la Iglesia no se hunde, a pesar de las tormentas? ¿Cuántas veces en la propia vida hemos comprobado que el tiempo siempre le da la razón a Dios?
Por eso, yo creo que este evangelio, como esos momentos en los que el Señor nos regaña, el Señor se pone firme, el Señor en el fondo lo que no quiere es humillarnos, lo que quiere es que tú y yo recapacitemos, entremos en conciencia de que hay muchísimos motivos, no solamente para creer, sino muchísimos motivos para darnos cuenta de que todo lo que Dios hace por nosotros es un signo de amor.
¿Qué más le vamos a pedir? ¿Qué cara tenemos nosotros para pedirle al Señor que nos demuestre que nos ama?
PEDIR
Obviamente hay que pedir, seguir pidiendo en la oración, pedir milagros. Tantas veces los milagros que pedimos no son ni siquiera para nosotros, sino son cosas buenísimas para la gente que queremos.
Pero ese pedir que no sea como una exigencia de quien, “mira Señor, si me concedes esto, yo creo en Ti”, como una especie de chantaje.
Más bien es nuestra oración, la oración siempre del agradecido, de la persona que ya ha visto demasiado y que, porque ha visto demasiado y tiene un agradecimiento inmenso, una deuda de amor impagable con Dios, se atreve a pedir más.
Señor, yo confío en Ti. Tú que me has tratado tan bien, me atrevo yo a pedirte también este favor.
¿Qué más nos puede mostrar Dios para que nos demos cuenta de su amor?
Vamos a encomendarnos a la santísima Virgen María para pedirle que nos aumente la fe, para pedirle que nos dilate las pupilas de los ojos del alma, para que sepamos ver con mayor claridad esas miles de manifestaciones de ese amor que Dios nos tiene.
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