Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del Cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
(Hch 2, 1-4)
Así narra los Hechos de los Apóstoles este día de Pentecostés, gran solemnidad de la Iglesia, con la que terminamos este tiempo Pascual.
Qué hermoso es pensar que el Espíritu Santo bajó sobre los Apóstoles y que también baja sobre cada uno de los que se confirman, de los que han decidido recibir también al Espíritu Santo a través del Sacramento de la confirmación.
UNAS LENGUAS DE FUEGO
Unas lenguas de fuego que se reparten y se posan sobre cada uno, y dice: ¡Viento impetuoso! ¡Una ráfaga que llena toda la casa!
Son como dos expresiones muy fuertes: el fuego y el viento. Con ese sonido que les llama la atención.
En la Iglesia donde trabajo, hemos pensado hacer una Vigilia de Pentecostés, en donde los niños pueden aprender un poco más, con símbolos, de qué se trató ese gran día, el día del Espíritu Santo.
Entonces, hay como unas campanas que los chicos suenan, para representar ese viento impetuoso que llena toda la casa en que se encontraban los Apóstoles.
Luego el Cirio Pascual, se encienden velas para todos los que están presentes, para hacer unas oraciones pidiendo los dones del Espíritu Santo.
Mientras cada uno sostiene esa vela encendida con el fuego del Cirio Pascual. El fuego y el viento, estas dos cosas que los apóstoles experimentaron de primera mano.
Vemos que, en este pasaje, se describe el momento en que los apóstoles reunidos en Jerusalén, después de la Ascensión de Jesús, recibieron el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.
UN SIGNO PODEROSO
Porque a partir de ese momento, fueron capacitados para predicar el Evangelio en diferentes lenguas, lo que hace que sea un signo poderoso y sorprendente para aquellos que presenciaron el evento.
El día de Pentecostés marca el comienzo de la difusión del cristianismo y de la formación de la comunidad cristiana primitiva.
La venida del Espíritu Santo supone una honda transformación interior para cada uno de los discípulos del Señor.
También nosotros hemos de contar con su acción impetuosa que enrecia nuestras almas.
Decía Don Álvaro del Portillo:
«No olvidéis que en nuestra alma en gracia habita un huésped oculto un maestro que no se cansa nunca de enseñar»
El Espíritu Santo, Él nos inspira lo que hemos de hacer y lo que hemos de evitar, nos pide esa mortificación concreta, nos anima a ser más audaces en el apostolado.
Nos recuerda que ya es hora de que echemos un piropo a nuestra Madre del Cielo.
JAMÁS DEJA DE INSTRUIRNOS
El Paráclito jamás deja de instruirnos, somos nosotros, pobres alumnos, los que nos hastiamos enseguida de aprender y cerramos el libro y no le prestamos atención.
Esto decía Don Álvaro:
«Hijas e hijos míos, abrid los ojos del alma, decidle que deseáis escuchar y repetir sus gemidos inenarrables.”
Como dice el texto de Romanos, esos gemidos inenarrables, que nos mueven a hacer cosas, especialmente a hacer el bien.
Podemos preguntarnos ¿si escuchamos al Espíritu Santo? ¿si nos esforzamos por estar atentos?
Estos días varios de los que hacemos la oración, escuchando: Hablar con Jesús, habrán hecho seguramente el Decenario al Espíritu Santo.
De nuevo, en la Iglesia donde trabajo, lo hemos hecho todos los días, ya sea un rato después de la Misa o antes.
Es algo, que ves que la gente, como que conecta, porque es; pedirle sus dones, es pedirle su trabajo en nuestros corazones.
Como dice Don Álvaro, el Espíritu Santo jamás deja de instruirnos, está diciéndonos cosas.
NUESTRA ALMA LLEVADA HACIA EL BIEN
Todos esos detalles que escuchas en tu corazón, de abrirte más a los demás, de ser más delicado, de ser más virtuoso…a todas esas cosas nos mueve el Espíritu Santo.
Porque el alma ante la acción del Espíritu Santo, se ve como llevada hacia el bien.
Cuando el alma corresponde humilde y generosa, en una palabra, podríamos decir: cuando el alma es “dócil” nos puede hacer que vayamos creciendo cada vez más.
Por eso, san Josemaría nos animaba a repetir esa oración tan bonita que compuso el mismo:
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
Esto es lo que hemos rezado estos días del Decenario, al menos con la gente que rezamos en la Iglesia.
Y termina ese mismo párrafo de san Josemaría, diciendo:
¡Oh Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…
QUE ACTUEMOS CON DOCILIDAD
Señor, que sepamos abrirnos al Espíritu Santo, que sepamos decirle de corazón todas estas cosas.
Que queramos hacer lo que Él nos pide, lo que Él nos sugiere, que actuemos siempre con docilidad.
El otro día tuvimos una Misa de niños y había algunos niños que eran muy revoltosos y otros niños que en cambio eran súper dóciles a sus mamás, tal vez la edad del “Terrible Twos”, esos no eran nada dóciles.
Pero había unos más grandecitos que a mí me llamó la atención, que estaban sentados en la misma banca que sus papás y se quedaban ahí mientras que los otros estaban dando vueltas.
Pero la docilidad; los papás están como orgullosos de sus hijos, que se saben comportar.
Que, si sus papás les dicen: silencio, estamos aquí; o no se levanten, lo hacen. No te ponen caras o no se lanzan al piso para chillar, sino que son dóciles.
Hay que pensar igual, si nosotros somos dóciles, porque Dios no tiene por objeto complicarnos la vida, sino en definitiva simplificárnosla. Cuando somos dóciles a Dios, esa docilidad: libera, ensancha nuestro corazón.
RENUNCIAR A NOSOTROS MISMOS
Por eso Jesús nos invita a renunciar a nosotros mismos para tomar nuestra cruz y seguirle.
Nos dice:
“Mi yugo es suave y mi carga ligera.” (Mt 11, 29-30)
Aunque en ocasiones nos cueste obedecer la voluntad de Dios, sobre todo al principio, cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo.
Y se puede decir que existe un auténtico placer, en llevar a cabo el bien que Dios nos inspira.
Cuanto más caminemos en la docilidad al Espíritu Santo, más alegres estaremos, tener esa sensibilidad para hacer lo que Dios quiere, para ser dóciles.
Entonces el Padre Dios se goza en nosotros; el Hijo, nuestro hermano Jesús, nos alienta; y el Espíritu Santo nos va sugiriendo qué más hacer, para que sigamos siendo dóciles.
Vamos a acudir a nuestra madre la Virgen, ella ¡qué dócil fue al Espíritu Santo! para pedirle que, en este Pentecostés, nosotros también nos esforcemos por tratar más al Espíritu Santo.
Sobre todo, para ser muy dóciles a sus inspiraciones, igual que fue ella, siempre dócil.
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