Cuando una silla queda vacía, algo se mueve y remueve en el alma. Entre el duelo, la esperanza, la nostalgia, el amor que se experimenta de una manera nueva. Cuando la silla de Pedro se desocupa, lo mismo ocurre en el corazón de la Iglesia.
Mientras el mundo se agita entre conjeturas, listas y perfiles, como católicos estamos invitados a vivir este tiempo con un espíritu distinto. No como observadores curiosos, sino como hijos que confían en la acción de Dios.
La elección de un Papa no es un proceso político, aunque a veces parezca envuelto en los lenguajes del poder: “la batalla del cónclave”, “la batalla de la elección del nuevo Papa”, “batalla, batalla, batalla”… googlea, verás que no invento estos titulares.
Pero, ¡lejos de la realidad! Debemos recordar que, ante todo, este es un momento profundo de sentido espiritual. Una oportunidad para redescubrir lo que significa ser parte de esta Iglesia guiada por el Espíritu Santo desde hace más de dos mil años. Y también, una ocasión para rezar más, escuchar más, confiar más.
No sabemos quién será el elegido, pero sí sabemos que Dios lo elegirá. Y, mientras los cardenales oran y deliberan, a nosotros nos toca acompañar desde nuestro lugar: con silencio reverente, con oración sincera, con esperanza viva.
1. En la espera, en el ruido y en el silencio
Vivimos días donde todo parece girar alrededor de especulaciones. Aparecen teorías, encuestas, nombres, incluso memes. Como si se tratara de una saga más de Netflix o de un tablero de ajedrez político. Pero no lo es. Estamos ante un misterio de gracia.
Cuando el mundo convierte lo sagrado en espectáculo, los cristianos estamos llamados a hacer silencio, a mirar con los ojos del alma y a escuchar lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia.
Es importante cuidar el corazón de lo que consumimos. Como te decía antes, muchas veces los titulares no buscan informar, sino generar ruido. No dejemos que ese ruido apague la voz del Espíritu.
Ante el amarillismo, no dejemos que nos gane el desánimo. Aunque a veces duela ver errores o divisiones, recordemos que la Iglesia no está en manos humanas, sino en manos de Dios. Y Él no abandona a su Pueblo. No tengamos miedo.
Que no se nos olvide que la Iglesia, aunque marcada por errores humanos, no es una estructura vieja ni una institución caída: es Esposa de Cristo, Cuerpo vivo, y tiene más de dos mil años sostenida por la fidelidad de Dios.
2. ¿Cómo podemos rezar en este tiempo?
El cónclave no sucede lejos de nosotros. Aunque no estemos bajo la cúpula de San Pedro, también formamos parte. Cada misa ofrecida, cada rosario rezado, cada día vivido con fidelidad, es un modo concreto de acompañar a los cardenales en este discernimiento.
Podemos ofrecer nuestro trabajo, nuestras contrariedades, incluso esos momentos de cansancio o confusión. Y podemos hacerlo con la certeza de que Dios escucha.
No somos espectadores de lo que pasa en Roma. Somos parte, somos Iglesia. Y, como parte, como Iglesia, rezamos. A veces en voz alta, a veces en silencio. Pero siempre con la confianza de que el Espíritu Santo guía, incluso cuando no lo vemos (o entendemos).
No se trata de hacer mucho, sino de vivir con conciencia. De mirar nuestras acciones diarias como pequeñas oraciones unidas al clamor de toda la Iglesia. Podemos rezar una oración sencilla al despertar: “Señor, que se haga tu Voluntad. Guía a tu Iglesia. Danos un pastor según tu Corazón”. Y volver a ella cada vez que sintamos ansiedad o incertidumbre.
3. Últimos consejos
Cuidemos nuestro corazón también en lo pequeño: no entrar en el juego del “me gusta” o “no me gusta” tal o cual candidato. No es una elección humana, aunque haya votos de humanos. Es el Espíritu quien elige. Y, sea quien sea el elegido, necesitará no solo obediencia y respeto, sino también amor.
Santa Catalina de Siena decía que el Papa es el “dulce Cristo en la Tierra” ¿Podemos meditar eso por un momento? No es una figura decorativa ni un vocero de modas. ¡Es el sucesor de Pedro, a quien Jesús mismo llamó para confirmar a los hermanos en la fe!
El Papa Francisco nos lo recordó con sencillez y profundidad, parafraseando la misma idea muchas veces: “la Iglesia no es una ONG, no es una organización humanitaria; la Iglesia es la familia de Jesús”.
Como en toda familia, el padre es un punto de referencia, de unidad, de identidad, de sostén, guía… Quien sea elegido, será ese rostro visible de la paternidad de Dios para el pueblo creyente.
Acojamos desde ya al nuevo Papa, con oración y afecto. Más allá del nombre, del origen, del “estilo”.
Porque en él, Cristo pastorea hoy a su Iglesia. Y porque, en medio de nuestras dudas, sigue siendo cierto: no estamos huérfanos. El Buen Pastor sigue cuidando a su rebaño.
Excelente artículo
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