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Ecuatoriana, esposa y madre de tres. Abogada. Especialista en negociaciones comerciales internacionales.

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YO NO POSEO MÁS QUE UN VIEJO TAMBOR

Un famoso villancico nos brinda la oportunidad de ver reflejada nuestra propia vida en la escena de Belén. Si sabemos aprovechar la maravillosa enseñanza de esta época de espera, tendremos algo que regalar a Jesús que nace.

La música hace parte de la alegría de la Navidad. Hoy queremos proponer para la meditación, el análisis de la letra del mundialmente famoso villancico titulado El Tamborilero”.

Esta canción relata la historia de un niño que quiere ir al encuentro del niño Jesús, pero se da cuenta que no tiene nada que llevar. A la luz de algunas de sus líneas, podemos analizar nuestra propia historia cotidiana y tratar de encontrar ese regalo ideal que darle a nuestro niñito Dios en esta Navidad.

EL CAMINO QUE LLEVA A BELÉN, BAJA HASTA EL VALLE QUE LA NIEVE CUBRIÓ

El camino que lleva a Belén, es ese mismo camino de todos los días. Las alegrías, los desafíos. Los problemas de salud, la estrechez económica, el tráfico que debemos soportar todos los días para llegar a casa, la vejez de nuestros padres.

También son parte del camino a Belén las alegrías y las bendiciones. Tener pan en la mesa, los cumpleaños, la graduación de los hijos, los amigos que nos acogen.

Mi camino diario, ese que puede estar cubierto de nieve y frío, de soledad, de miedo; ese que sin darme cuenta, puede dejarme desorientado en la vida o llevarme al encuentro con Jesús. Todo depende de cómo yo decida enfrentarlo.

LOS PASTORCILLOS QUIEREN VER A SU REY

Junto a nosotros por el camino van los pastorcillos: los compañeros de trabajo, el vecino que no nos agrada, el que se pasa la luz roja, los que amamos, y también los que preferimos no ver.

Algunos tenemos la ilusión de encontrarnos contigo, Jesús. Otros se niegan a quererte. La realidad es que no todos los que van en el camino quieren ver al Rey. Por eso es tan fácil perder de vista el objetivo; porque quienes no lo buscan nos hacen mucho ruido, nos empujan a priorizar otras cosas.

Y los que decíamos que teníamos todo claro, terminamos confundidos y desviados. Queremos ver al Rey, pero no somos capaces de separarnos del grupo para identificarnos con Él.

EL MAYOR REGALO A MARÍA

TÚ SABES QUE SOY POBRE “TAMBIÉN”

Entonces en medio de la confusión de la vida, sucede algo maravilloso…el pobre tamborilero se da cuenta de que todo lo andado, ha sido una mezcla de afectos superficiales, cosas materiales y poco compromiso.
Es la misma sensación que tengo yo; y, entonces me atrevo a decirte – ya no en plural, sino en primera persona- que soy pobre. Soy pobre “también”.

Sin embargo, mi pobreza no se parece en nada a la tuya, Jesús. Tú, todo un Rey, despojado de Tu majestad, convertido en niño por un amor loco infinito. Tú no eres pobre Jesús. Tú eres generoso, enamorado.

Yo sí soy pobre. Pobre de corazón. La pobreza radica en que no tengo nada que ofrecer. Me doy cuenta que con regalos materiales no soy capaz de llenar la vida de los que amo ni de presentarme digno de Ti.
Busco entre mis pequeñeces algo que pueda servir para no llegar a Belén con las manos vacías. Para no llegar a Navidad con el estómago lleno de comida y bebida, pero con el corazón aturdido.

Y NO POSEO MÁS QUE UN VIEJO TAMBOR

Finalmente, quiero ser capaz de admitir que sólo poseo un viejo tambor, pero que eso es suficiente para convertirme en bendición para los que van conmigo, de camino a Belén.

Cada uno de nosotros tiene un don, un regalo hermoso que puede compartir, aunque ante el mundo parezca no tener valor. La cuestión es atreverse a buscarlo y entregarlo a los demás.

Hoy Jesús sigue vulnerable en cada enfermo que no tiene quién lo acompañe, en cada viuda que no reúne lo necesario para comer y en cada padre de familia que se ha quedado sin trabajo.

Pero sin ir tan lejos, nosotros también lo podemos amar en nuestro día a día. Algunos detalles de amor que podemos entregar: acompañar al que sufre, dejar de quejarse, saludar con amabilidad, rezar por los difuntos, tener paciencia a nuestros abuelos, perdonar a los que no nos tratan bien.

Parecerían cosas pequeñas. Parecería que nuestro regalo no vale mucho. Pero si miramos bien, son justamente esas pequeñas cosas, las que quiere nuestro Niño pequeño que nace.

Nos pide aquello que no tiene precio, aquello que sólo nos puede salir de un corazón enamorado.
Si caminamos así hacia Navidad, descubriremos a Jesús sonriendo, tal como pasó al final de la canción: “…cuando Dios me vio tocando ante Él me sonrío…”.

¡Jesús mío, que me atreva a darte algo que te haga feliz en esta Navidad!


Escrito por

Marjorie Chedraui de Valverde.

Ecuatoriana, esposa y madre de tres. Abogada. Especialista en negociaciones comerciales internacionales.

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