Estos dos gigantes de la literatura no solo compartieron un amor por los mitos, la filología y la creación de mundos fantásticos, sino que su compañía mutua los impulsó a ser mejores personas, a afinar sus ideas y, en el caso de Lewis, a emprender su camino de regreso a la fe cristiana.
Lewis (1898-1963), conocido por obras como «Las Crónicas de Narnia» y «Mero Cristianismo», fue un brillante académico de Oxford. Tolkien (1892-1973), autor de «El Señor de los Anillos» y «El Hobbit», era un filólogo y profesor también en Oxford. Ambos formaron parte de los «Inklings», un grupo informal de académicos y escritores que se reunían para leer y discutir sus trabajos.
Esta era una relación donde el intelecto y el espíritu se enriquecían mutuamente, donde las críticas constructivas y el apoyo incondicional sacaban lo mejor del otro, moldeando no solo sus obras inmortales sino sus propias vidas. Su amistad demuestra cómo el compañerismo auténtico nos invita a crecer en todas las dimensiones de nuestro ser.
El amor auténtico, ya sea romántico o de amistad, nunca puede ser limitante o hacer sufrir las consecuencias de ser controlado, sino que, al contrario, te potencia para ser tu mejor versión. No es una transacción de afectos, sino una invitación a crecer. No se trata solo de «estar a la altura» o de una mera compañía; es una tendencia innata a la virtud, un impulso que nos lleva a superar nuestras limitaciones y a buscar la excelencia moral.
Esta dinámica de mejora mutua es el cimiento de relaciones duraderas. Es un amor que, lejos de la posesión, se fundamenta en el respeto, la admiración y el deseo genuino del bien del otro. Empuja a desprenderse del egoísmo del control y lleva a cultivar cualidades que nos engrandecen como seres humanos.
El ejemplo a seguir
Si buscamos un modelo insuperable de esta amistad transformadora, lo encontramos en la relación de Jesús con sus apóstoles. Él no solo los llamó siervos, sino amigos (Jn 15,15), compartiendo con ellos su vida, sus enseñanzas y su misión.
La amistad de Jesús con sus discípulos se caracterizó por:
- La elección personal y la invitación a la intimidad: Jesús no impuso su amistad, sino que llamó a cada uno por su nombre, invitándolos a una relación cercana y personal. Los incluyó en su círculo más íntimo, revelándoles misterios que no compartía con las multitudes.
- La enseñanza y el acompañamiento constante: Pasó tiempo con ellos, enseñándoles con paciencia, corrigiéndolos con amor y animándolos en sus dudas y miedos. Su amistad era pedagógica, siempre orientada a su crecimiento espiritual y humano.
- La confianza y la delegación de misión: Les confió su mensaje y los envió a predicar, dándoles autoridad y capacitándolos para continuar su obra. Creía en ellos a pesar de sus debilidades.
- La lealtad incondicional y el perdón: A pesar de las negaciones de Pedro, las dudas de Tomás o la traición de Judas, Jesús mostró una lealtad que iba más allá de la falla humana. Su amistad era redentora, siempre dispuesta a perdonar y a dar una nueva oportunidad.
- La entrega total hasta el sacrificio: El culmen de su amistad se manifestó en la Cruz, donde dio su vida por ellos, demostrando que «nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Jn 15,13).
Jesús les mostró cómo la amistad verdadera implica entrega, paciencia y un amor incondicional que perdona y eleva, incluso cuando flaquean. Él nos enseña que la amistad es un camino para crecer en el amor a Dios y al prójimo, un vínculo que nos impulsa a la santidad.
Jonathan y David
En la Sagrada Escritura encontramos ejemplos conmovedores de esta profundidad de lazos, como la amistad entre Jonatán y David. Su vínculo trascendió la política y el riesgo personal; Jonatán, heredero al trono, protegió y amó a David, a quien su propio padre, el rey Saúl, perseguía.
Su amistad fue tan profunda que Jonatán estuvo dispuesto a arriesgar su vida por David, sellando un pacto de lealtad inquebrantable que es un testimonio de un amor que se da sin reservas, hasta el sacrificio.
Si el amor verdadero nos impulsa a ser mejores, ¿por qué a menudo lo confundimos con la simple emoción o la mera conveniencia?
Quizás porque olvidamos que la amistad, en su esencia más pura, es un reflejo del amor divino, una invitación constante a la virtud y a la entrega generosa.
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