«Hoy celebramos una solemnidad muy bonita, la solemnidad de la asunción de María a los cielos”
Cuando María fue llevada en cuerpo y alma al cielo por los ángeles, para estar junto a Jesús, que también resucitado está en el cielo en cuerpo y alma.
Vamos a comenzar nuestra oración. Bueno, yo te sugiero que comiences como siempre, dirigiéndote a Jesús que está presente en tu corazón, en tu alma en gracia.
Jesús, aquí estoy en tu presencia. Hoy es un día de fiesta, un día para celebrar a tu madre María, que fue llevada al cielo en cuerpo y alma.
Vamos a recordar cuando en la iglesia, esta fe se convirtió en una verdad tenida por dogma, es decir, tenida como una certeza, de algo que ya se venía viviendo desde los primeros años del cristianismo.
Esta fe del pueblo de Dios, de que María había sido llevada en cuerpo y alma a los cielos.
FUE PROCLAMADO DOGMA
Finalmente fue proclamado dogma por el Papa Pío XII, el primero de noviembre en 1950.
En unas circunstancias además muy bonitas, porque se estaba estrenando la Radio Vaticana, y era una manera como el Papa tenía de comunicarse con los fieles en todo el mundo.
Era sintonizar tu radio y escuchar la voz del Papa, que en aquella ocasión definía el dogma: “La asunción de María los cielos”.
Decía que, después de terminada su vida terrenal, María había sido llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo.
Pues fíjate, qué regalo tan grande para toda la iglesia, tener esa certeza de que María está con Jesús, como estaremos tú y yo al final de los tiempos.
Cuando resuciten también nuestros cuerpos, cuando todos nos reuniremos en cuerpo y alma para darnos un abrazo muy grande.
Y vivir con esa alegría, no solo de espíritu, sino también física, no solamente en nuestra alma, sino en nuestro cuerpo, que con la muerte terrena pues se separa, pero se volverá a unir en la resurrección final.
Pues eso que sucederá en nosotros, sucedió ya en María. La iglesia no dice si María murió o durmió, da igual.
Lo que dice es; que fue llevada en cuerpo y alma al cielo y que está con Jesús en la gloria, con su cuerpo, con su alma, con su espíritu.
LLEVADA EN CUERPO Y ALMA AL CIELO
Pienso en esa imagen tan bonita de la Virgen dormida, que hay en tantas iglesias, que lleva a los cielos al tener esa devoción de que estás, de que te dormiste acompañada por los apóstoles, antes de ser llevada al cielo en cuerpo y alma por los ángeles.
Me imagino el estupor de los apóstoles, la sorpresa, de que en un momento estabas y luego pues ya no estabas, te habías ido.
De alguna manera evocarían quizá aquella ascensión del Señor a los cielos. Aquí la diferencia fue en que tú, María, fuiste llevada y eres la criatura más perfecta.
Y, por tanto, el Señor Dios, tu padre, tu esposo, tu hijo, pues no permitió que tu cuerpo sufriera la corrupción.
Sino que fuera llevado inmediatamente, terminada tu vida terrenal también al cielo, para que estuvieras allí completa, podríamos decirlo así.
Pues ahora, vuelve tu mirada de nuevo hacia Jesús y exprésale tu alegría, exprésale tu seguridad de saber que, así como María se nos ha adelantado en cuerpo y alma, pues tú y yo también estamos destinados a esa patria final, a esa patria definitiva del cielo, que no es una idea abstracta.
Pienso, que qué mal favor nos han hecho, al imaginar al cielo en las nubes. El cielo, creo yo, es como mucho más una roca.
Porque es Dios mismo, es el amor más grande, es el amor más fuerte, que está en continua expansión.
Y que de alguna manera también nos recuerda, el pensar que es una roca, pues a ver qué es la roca del calvario donde Jesús murió en la cruz para ganarnos precisamente ese cielo.
UN PEDACITO DE CIELO
Es la roca del sacrificio, que tú y yo usamos todos los días para convertir por nuestro trato con los demás, por nuestro servicio y amor a los demás, un pedacito de cielo para ellos.
Pues pídele, a santa María, que podamos vivir por la vida de la gracia, ya un pedacito de cielo, de ese cielo que ella está ahora gozando en cuerpo y alma, ya también en esta tierra.
Por la Comunión frecuente, por la Confesión frecuente, María, que tú me hagas accesible al cielo.
Que al mirarte asunta, allá en la gloria, pueda de alguna manera, como tener un atajo para mirar a Jesús, también de una manera como más claro, con un amor más grande, a través de su obra maestra, que eres tú.
Cuántos cuadros tan bonitos hay en el mundo de pintores famosísimos que han dibujado la Asunción de María.
Hay unas asunciones muy bonitas, de un autor de apellido: Murillo, y muchas otras más…
Pero creo, que para tu oración y la mía, la más importante, es la imagen que ahora mismo nos hacemos con la imaginación, de ver a María siendo llevada por los ángeles en cuerpo y alma.
LA MÁS HUMILDE
Y tú y yo, como que agarrados de su manto, queremos como contemplar también aquella maravilla.
Cuando María fue recibida por la corte celestial, nunca jamás ha habido una recepción más imponente, más bonita, más grande, más espectacular.
Podríamos decirlo también, de aquella que es, que fue en la tierra la más humilde y que sigue siendo la más humilde y por eso la más ensalzada.
María ha sido llevada por Dios en cuerpo y alma a los cielos, y los ángeles se alegran.
Pues me alegro yo también, madre mía, y te pido que, como buena madre, que cuando estés en la presencia de Jesús, y siempre estás en la presencia de Jesús, le hables cosas bonitas de mí.
Confío en tu intercesión, en que tú especialmente en esta fiesta tan bonita, te mostrarás clemente y misericordiosa. Y por eso acudo a tu intercesión, acudo a tu mediación.
Te pido que cuando estés en la presencia del Señor hables cosas buenas de mí.
Y vamos a terminar renovando nuestra entrega total a Dios.
Quiero renovar mi entrega total a ti, Señor. Quiero que todo en mí te pertenezca. Y quiero que participes siempre de sus bendiciones también a través de tu madre María, que está en cuerpo y alma en el cielo.
Y decirle, y decirte Señor, como te dice ella, que somos todos tuyos.
UN ADELANTO DE LA GLORIA
Llévanos a un mayor amor a tu hijo, madre nuestra, y concédenos la gracia de la perseverancia final en la batalla contra las tentaciones del diablo y sus secuaces.
Te hacemos esta petición final. Elévanos, señora, a un estado de perfecto amor de Dios.
Concédenos el don de la perseverancia final, es decir, de ir al cielo.
Y que cuando el diablo susurre en nuestros oídos la insinuación del pecado, pensemos en la alegría del cielo.
Pensemos también en esta fiesta, esta solemnidad de la asunción como un adelanto de esa fiesta en la gloria a la que tú y yo también estamos convocados junto con todas las personas que nos rodean.
¡Qué ilusión de pensar de esa alegría infinita! Que gozaremos después de haber vivido en esta tierra una vida de entrega, de sacrificio y de mucho amor y también de un pedacito de cielo, de un adelanto de cielo por la vida de la gracia.
Madre nuestra, ponemos en tus manos esta oración, estos propósitos, esta solemnidad y toda nuestra vida.
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