Estamos comenzando este rato de oración en el domingo 33º del tiempo ordinario. Es el último domingo antes de la fiesta de Cristo Rey, con la que cerramos el año 2025 en el calendario litúrgico. La fiesta de Cristo Rey nos recuerda que el Señor es el Rey del universo, que Él tiene bajo su reinado a todo el mundo y que nosotros somos hijos del Gran Rey.
El evangelio de hoy nos va preparando para esa gran fiesta, nos prepara para todo ese final de los tiempos, en el que vendrán grandes tribulaciones, grandes fenómenos… El fin de año también lo simboliza.
El término de este año litúrgico nos recuerda que el tiempo presente tendrá un final. Que el mundo presente, en el que vivimos, llegará a su fin y que tenemos la esperanza de una vida futura. Ese fin será un momento en que vendrán grandes tribulaciones, dificultades, problemas, contradicciones —desde ahora, pero sobre todo, al final —.
El Señor nos llama a la confianza. Sí, es verdad, habrá problemas, dificultades, contrariedades, habrá todo tipo de cosas. Pero no te preocupes, Yo ya vencí —nos dice el Señor—Yo he vencido al mundo, soy el Rey del universo, tengo el mundo en mis manos, no hay nada que pueda contra mí, he redimido al mundo, incluso. Ya cobré la salvación, yo adelanté ese final positivo de los tiempos.
¿Tienes que elegirlo? Sí, es necesario aceptarlo libremente. Pero si tú lo aceptas, ya llegó ese final y ese final es positivo.
Jesús nos dice una frase que nos llama a la confianza: Sí, habrá problemas, tribulaciones, divisiones:
“(…) serán odiados por todos a causa mi nombre, dice Jesús, pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.” (cfr. Lc 21, 17-19).
LA GRACIA DEL SEÑOR
Ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza… Así es la protección que nos da el Señor.
Jesús nos promete su gracia, nos entrega su gracia, y a nosotros nos toca confiar en esa gracia. “Tú, Señor —con quien estamos hablando en este rato de oración—nos has prometido tu compañía.
Yo nunca estoy solo aquí en esta tierra. ¡Nunca, Señor! Aunque esté solo materialmente, Tú siempre estás conmigo y me has prometido esa compañía para toda mi vida.” Los santos han experimentado esa protección; los santos son los que han confiado cien por ciento en la gracia.
San Pablo, uno de los grandes apóstoles, cuenta en una de sus cartas que estaba pasando por una gran tribulación. Tenía, dice él, una espina en la carne. Los que estudian la Sagrada Escritura no se ponen de acuerdo si es que era una tentación carnal, era una duda de fe o algo que tenía.
Estaba pasando por un tiempo de prueba. Dice que tenía una espina en la carne y que le pide por tres veces a Dios que se la quite, y siempre escucha una frase que lo llena de consuelo:
“No temas, te basta mi gracia…” (2 Cr 12, 9).
“Señor, yo quiero confiar como san Pablo: confiar en que me basta tu gracia. No va a pasar nada en mi vida, no hay ningún problema si es que yo confío en tu gracia.”
Con la gracia, los mártires pudieron enfrentar su muerte, hasta las muertes más terribles, hasta las tormentas más difíciles. No es imposible explicar que mártires, como esos primeros cristianos que fueron perseguidos y fueron echados a los leones, o fueron abandonados en tanques de agua helada, o torturados, hayan perseverado.
LA AYUDA DE LA GRACIA A LOS SANTOS
Uno puede ver ejemplos de niños o niñas mártires: santa Inés, la beata Laura Vicuña, santa Águeda, santa Cecilia, santa María Goretti. Son niños que fueron martirizados en distintos momentos del tiempo por su fe, por su amor a la Eucaristía, por su amor al Señor y por la gracia de Dios pudieron perseverar.
Con la gracia pudieron soportar fuertes enfermedades y dolores muy potentes santos o personas que están en proceso de beatificación: Carlo Acutis, Pier Giorgio Frassati, Pedro Ballester, Chiara Corbella, Francisco y Jacinta Marto —los videntes de Fátima—. Todos estos personajes tuvieron en su carne enfermedad, dolor potente y lo pudieron sobrellevar con la ayuda de la gracia.
Con la gracia grandes santos sacaron adelante fundaciones que son impensables humanamente: san Ignacio de Loyola con la fundación de la Compañía de Jesús; santa Teresa de Ávila con su Reforma de las Carmelitas; santa Teresa de Calcuta y las Hermanas de la caridad; san Josemaría y el Opus Dei; san Francisco Asís; santo Domingo de Guzmán; san Pedro Poveda, etc. Son santos que sacaron adelante grandes fundaciones apoyados en la gracia.
San Josemaría decía que si él hubiera visto todo lo que Dios le hubiera pedido desde el principio, estaría aún en una esquina diciendo: “Es imposible, es imposible, es imposible…” Pero confío en la gracia, confío en que el Señor lo iba a acompañar y sacó adelante “ese imposible”, igual que todos esos otros santos.
Con la gracia pudieron sacar adelante a sus familias matrimonios santos. Los papás de santa Teresita de Lisieux que fueron canonizados por el papa Francisco hace unos años: santa María Guérin y san Luis Martin.
ELEGIR A DIOS
Otros santos, de hace más tiempo, san Isidoro de Sevilla y santa María de la Cabeza, marido y mujer que sacaron adelante su familia. También en el libro de los Hechos de los Apóstoles aparecen los santos Aquila y Priscila.
Hace poco tiempo, este mismo año 2025, fueron beatificados Joseph y Victoria un matrimonio que murieron mártires en la Segunda Guerra Mundial que escondían en su casa a judíos que estaban escapando.
Todos esos matrimonios sacaron adelante a sus familias con la ayuda de la gracia, apoyados en la oración, en la confesión, en la Eucaristía, en los sacramentos… ¡Apoyados en el Señor! Confiando en que, si ellos ponían su confianza en el Señor, ni siquiera un cabello se les caería de la cabeza.
¡Nos basta la gracia! Estamos llamados a esa santidad de todos estos que hemos nombrado ahora. Pero apoyados en la gracia, con esfuerzo, eligiendo, porque Dios quiere contar con nuestra libertad. Poniendo esfuerzo por sacar adelante esas cosas que nos pide el Señor, pero confiados en la gracia.
CONFIAR EN EL SEÑOR
¡Confía en la gracia! ¡Confía en la gracia de Dios! Nosotros también escuchamos esas palabras que escuchó san Pablo: “Te basta mi gracia”. También con otras palabras de san Pablo podemos decir:
“(…) que ni la muerte ni la vida ni ángeles ni principados ni lo presente ni lo futuro ni lo temporal ni lo eterno, nada podrá apartarnos jamás del amor que Dios nos tiene”
(cfr. Rm 8, 38-39).
¡Nada! Porque el amor de Dios es lo más grande. Confiamos, hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados… Tengan confianza, nos dice Jesús, al terminar este rato de oración:
“Yo he vencido al mundo…” (Jn 16, 33).
Siempre al lado del Rey está la Reina y le pedimos a Nuestra Madre del Cielo que interceda por nosotros delante del Señor. Ella, que es la omnipotencia suplicante, que todo lo puede, porque intercede por nosotros, le pedimos a ella que nos cuide, que nos guarde y que nos consiga la gracia para poder llegar al Cielo.

