Te confieso que ahora mismo estoy asombrado, estoy admirado, incluso conmovido, porque vengo ahora corriendo de preparar los últimos detalles de la preparación de la procesión del Corpus Christi, en el colegio donde yo soy capellán.
Aquí en Venezuela la solemnidad del Corpus Christi se celebra el domingo, pero en el colegio, como los muchachos no vienen el domingo, decidimos adelantarla al día jueves.
En cada país, por supuesto, cada conferencia episcopal habrá decidido el mejor momento para la celebración de esta solemnidad.
Así que, si te toca vivirla el día de hoy, perfecto, te ayudará mucho este rato de oración. Y si te toca celebrarla el domingo, vamos a tomar esta meditación como una preparación.
Y te decía que vengo conmovido porque, no sé por qué, pero este año me he fijado con mayor detalle en el cariño que han puesto en los detalles.
TODO EL CARIÑO PARA EL SEÑOR
Otros años también. Pero este año, no sé, yo me he fijado mucho más. Por ejemplo, vi a los niñitos haciendo pelotitas de papel de color para las alfombras.
Vi cómo estaban colocando con una paciencia impresionante la sal coloreada, cómo también estaban tiñendo y secando el aserrín pintado.
Estaban deshojando las flores para utilizar los pétalos en las alfombras. Este año también unas familias hicieron un donativo muy generoso para volver a dorar unos vasos sagrados que se van a utilizar en la Misa.
Este año también algunos trabajadores se dedicaron a restaurar las peanas sobre las que se va a posar la custodia con el Santísimo Sacramento durante la procesión del Corpus Christi.
En fin, más que detalles, todo esto lo digo no para alardear, sino para contarte por qué vengo tan sorprendido. Porque detrás de todo esto, lo que se nota es el cariño que se le tiene al Señor.
La fe recibe tantas personas que saben aquello que decía san Josemaría, de que para el Señor siempre lo mejor, de verdad que ayuda muchísimo al alma.
San Josemaría, de hecho, en el punto 527 de Camino, habla precisamente de esta consideración, de que para el Señor siempre lo mejor, y especialmente en el culto eucarístico.
ESPLÉNDIDOS EN EL CULTO A DIOS
Porque siempre existe esa tentación, que me parece falsa, aunque está muy difundida, de que, al Señor, como lo que le interesa es la misericordia, pues entonces hay que ponerle muy poco detalle a las cosas del culto.
Y entonces el Señor prefiere, las cosas hechas de madera que las cosas hechas de un metal mucho más noble.
Y no es tanto eso, si lo mejor que tú tienes es algo que se hace con madera, el Señor te lo va a agradecer con el mayor cariño del mundo, como aquella pobre viuda que echó las dos moneditas que tenía en el templo.
Porque era todo lo que tenía. El Señor se fijó, y lo agradeció muchísimo y lo propuso como referencia.
Pero si tú puedes poner más cariño incluso en las cosas materiales, por supuesto que el Señor te lo agradecerá, siempre y cuando aquello sea una consecuencia de tu fe y de tu amor y de la devoción que le tienes al Señor en la Eucaristía.
Lo que citaba san Josemaría en ese punto 527 de Camino, es también un pasaje del Evangelio que recoge san Marcos en el capítulo 14.
Es ese momento en el que una mujer unge a Jesús con un perfume muy costoso. Y dice así el punto 527:
“Aquella mujer en casa de Simón el leproso en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro. Y esto nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios”.
UNA BUENA OBRA HA HECHO CONMIGO
Aquí la idea central de san Josemaría, es que tú y yo tenemos que ser espléndidos, lo mejor para el Señor en el culto de Dios. Y continúa ese punto de Camino:
“todo el lujo, toda la majestad, toda la belleza me parece en poco. Y contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, la riqueza de los ornamentos litúrgicos, la riqueza de los retablos, se oye la alabanza de Jesús: Opus enim bonum operata est in me. Una buena obra ha hecho conmigo”.
Es decir, que ese gesto, como aquí nos recuerda también san Josemaría, del perfume costosísimo, que derramó a los pies del Señor, para Jesús, sin embargo, es un motivo de alabanza.
Para Jesús, aquello es un acto de amor. A pesar de que muchos criticaron aquel gesto en aquel momento.
Así como actualmente, muchos también critican el uso de materiales más nobles para las cosas del Señor, san Josemaría aplicaba esta enseñanza del Evangelio para el culto eucarístico.
Y por eso defendía el uso de vasos sagrados, de ornamentos de calidad. Pero siempre, lo que tiene que haber detrás de aquello, más que la ostentación, es una forma de honrar a Cristo presente en la Eucaristía.
UNA EXPRESIÓN DE FE Y DE AMOR
Por ejemplo, pensando ahora en estos vasos sagrados que inauguramos hoy para la ceremonia.
Están algunos bañados en oro, otros bañados en bronce, otros bañados en níquel, que es muy brillante, asemeja a la plata.
Y claro, todo esto es para el Señor. Yo, el día que me muera, a mí, en mi féretro, no me van a enterrar con estos vasos sagrados, tampoco me interesa. Todo esto es para el Señor. Para ti, Señor, siempre lo mejor.
Por eso, san Josemaría decía que lo espléndido en el culto, no es un lujo vano. No tiene que ser para vanagloria, para que demostremos la capacidad económica que tenemos, o los dones artísticos que poseemos, sino que son una expresión de fe y de amor.
Ahora me acabo de acordar, que hay una señora a la que le tengo un cariño impresionante. No voy a decir la edad, pero ya es mayor.
Resulta que ella me contaba que cuando era pequeñísima, en el colegio, le permitían limpiar los lienzos que se utilizaban en la Santa Misa.
Y me pareció una cosa muy bonita, que a una niña pequeña le permitieran ese privilegio de tocar los elementos que se utilizan en la santa Misa.
Pero lo que me impresionó, es que ella me dijo: “Padre, a nosotras nos enseñaron a lavar los lienzos litúrgicos de la Misa, los purificadores, los manutergios, etc., de rodillas”.
Es decir, que aquello se lavaba a mano, no en una lavadora, sino que se lavaba a mano y de rodillas.
DE RODILLAS
Y claro, inmediatamente yo pensé: ¡por supuesto tiene que ser de rodillas, si uno sabe para qué se utiliza todo eso que están lavando!
Y más allá, da igual si es de rodillas o de pie o que sea, el ser de rodillas lo que demuestra es el cariño, la devoción, el creer firmemente que Dios está allí.
Que la Sangre Purísima de Cristo, que el Preciosísimo Cuerpo de Cristo, en cada Misa, entran en contacto con esos materiales que nosotros, por supuesto, por amor, quisiéramos que fueran los más nobles.
En este punto de san Josemaría se nos demuestra precisamente esto. Además, como sabemos, san Josemaría, le tenía una devoción impresionante al Señor realmente presente allí en cada Eucaristía.
Él decía que la Eucaristía tiene que ser esa fuente de nuestra piedad, que tenemos que unirnos a la oración de la Iglesia, a la oración de la liturgia de la Iglesia por completo.
Y obviamente la ceremonia que estamos por celebrar tiene que ser eso, una demostración de cuánto queremos al Señor.
De cuán agradecidos estamos de que el Señor se haya querido quedar con nosotros, de la paciencia de que el Señor se deja llevar de un lado para otro.
CÁRCEL DE AMOR
En esta ceremonia me toca a mí, por ejemplo, como sacerdote, como otros tantos sacerdotes, decidir por dónde va a pasar el Señor.
Yo decido incluso la hora en la que saco al Señor del Sagrario, yo decido hasta en qué momento termina la procesión y regresa el Señor al Sagrario, a esa cárcel de amor.
Y qué asombrosa esa paciencia del Señor, el Señor que está junto a nosotros.
Vamos a agradecerle al Señor ese deseo de amor y vamos a intentar corresponder ese amor, no solamente con la generosidad en lo material.
Sino por supuesto con lo que también le gusta al Señor, que es la generosidad del corazón, del cariño a Él, de la piedad, de la caridad con los demás.
Y por supuesto que esta solemnidad, el Corpus Christi nos ayudará a darnos cuenta de que no estamos solos.
El Señor se queda con nosotros en el pan, que el Señor nos da su fortaleza, toda la fortaleza que necesitamos en cada Eucaristía.
Que por supuesto, ante tanto derroche de amor que el Señor nos manifiesta, especialmente en ocasiones como esta del Corpus Christi.
Nosotros también sentimos ese deber de corresponder con la mayor generosidad posible, también en lo material, en el cuidado del culto eucarístico a ese amor del Señor.
Nos encomendamos entonces a Nuestra Madre la Santísima Virgen para decirle al Señor una y mil veces toda nuestra vida: Señor, para ti, siempre lo mejor.
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