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SE VUELVE A JUNTAR LA MUCHEDUMBRE, DE MANERA QUE NO PODRÍAN NI SIQUIERA COMER

Jesús y los apóstoles tienen mucho trabajo para llevar la Buena Noticia a todos y evangelizar. Para ello trabajan con orden, venciendo la pereza. Así, tienen una vida llena de eficacia y de fruto espiritual. El orden nos llena de paz y alegría.

Vamos a contemplar en el capítulo 3º de san Marcos, una pequeña escena, una breve escena en la que Jesús llega a su casa y quizá ya después de un día completo de trabajo, y

“se vuelve a juntar la muchedumbre, dice el evangelio, de manera que no podían ni siquiera comer.”

(Mc 3, 20).

Es decir que Jesús y sus apóstoles desarrollaban una intensa actividad de evangelización y de servicio.

Pensamos en Jesús deteniéndose con cada persona, atendiendo al ciego, a los enfermos, respondiendo y conversando con muchos que le venían a pedir consejo, sanando y transmitiendo la gracia.

Uno puede plantearse y pensar, ¿por qué la vida de Cristo fue tan eficaz? Evidentemente, la respuesta más importante es porque era Dios. Pero al mismo tiempo, desde el punto de vista humano, pensamos que Él trabajó con mucha intensidad y con mucho orden, para poder cumplir toda esa tarea de servicio y de amor a los demás.

Vamos a meditar un poco sobre la virtud del orden. Qué Importante. Es una virtud fundamental que está en la base de todo lo demás. Porque Dios nos ha creado con una misión, para que cumplamos una misión en este mundo, igual como vino a cumplirla Jesús.

Una misión de llevar todas las cosas hacia Dios. Por eso, es necesario que aprovechemos muy bien nuestro tiempo. Pensemos que, en el evangelio, muchas veces se dice que Jesús se levantaba temprano, muy de mañana, temprano hacía oración, hablaba con el Padre.

Esto ya nos indica que el aprovechamiento del tiempo y de la vida de Jesús fue muy intenso y muy ordenado. El enemigo del orden es la pereza. Es un virus silencioso pero eficaz, que nos puede ir paralizando poco a poco si no lo mantenemos a raya.

 JESÚS NOS ENSEÑA

La pereza se hace fuerte cuando uno no tiene un norte, no tiene clara cuál es su misión, hacia dónde va o cuando teniéndola clara no se pone a andar en esa dirección.

Cuántas veces, Tu Señor, habrás tenido que hablar con tus apóstoles para irlos formando y para decirles: Ahora lo que toca hacer es esto… Podemos imaginar que Jesús le dice a Juan que vaya a hacer una gestión, que hable con esta persona, que se anote en algún lugar para recordar algo que es importante, que no puede quedar para después.

O bien, le podría decir a Santiago, quizá, que no fuera impetuoso y que dejará para más tarde algo que era menos importante y en cambio, se ocupará de una cosa principal.

Poner la cabeza en lo que requiere nuestra atención. Evitar huir de lo que suponga un poco de esfuerzo, no dejar para después lo que podemos hacer ahora. Sobre esos hábitos si se construye verdaderamente, se construye una personalidad ágil, recia y serena que todos queremos que sea la nuestra, porque fue la de Cristo.

Y así, los apóstoles aprendieron de Jesús a tener una vida muy ordenada y eficaz.

Lo mismo nos dice San Pablo en la Carta a los Tesalonicenses, en la segunda carta dice:

“Hermanos, les ordenamos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo que se alejen de todo hermano que ande ocioso y no conforme a la tradición que recibieron de nosotros. Pues ustedes saben bien cómo deben imitarnos, porque entre ustedes no estuvimos ociosos.”

(2Ts 3, 6-7)

Es decir, san Pablo indica que detrás de una vida cristiana, hay siempre el esfuerzo por crecer, por trabajar, por hacer el bien y que no debemos caer en la ociosidad, que es como fuente también de muchos pecados.

“Pues oímos -dice un poco más adelante- que hay algunos que andan ociosos entre ustedes sin hacer nada, pero curioseando lo todo.”

(2Ts 3, 11).

VIVIR CON ORDEN

JESÚS

Qué fácil es caer en la curiosidad, dejarse arrastrar, hoy, por todas esas opciones tecnológicas de imágenes que nos ofrece el mundo y gastar nuestro tiempo desordenadamente en algo que no contribuye a la Gloria de Dios.

“A esos les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo a que coman su propio pan trabajando con serenidad. Y dice también San Pablo, ustedes hermanos, en cambio, no se cansen de hacer el bien.”

(2Ts 3, 12-13).

Para poder hacer el bien, requerimos de pensar, cada día, un momento, ¿qué es lo que Dios quiere que haga? Y ¿qué puedo darle Gloria en este día? ¿Qué es lo más importante?

Y establecer una jerarquía de valores que nos ayude a elegir en cada momento lo que corresponde. Adelantando lo que hay que adelantar, para que las cosas resulten bien y posponiendo lo que no corresponde hacer en un momento determinado.

En la Carta a los Romanos también san Pablo dice lo siguiente:

“las aspiraciones desordenadas y egoístas conducen a la muerte. Las aspiraciones conformes al espíritu conducen a la vida y a la paz. El desorden egoísta del hombre es enemigo de Dios, no se somete ni puede someterse a la voluntad de Dios.”

(cfr. Rm 8, 5-8).

Dios quiere que llevemos una vida útil, llena de caridad, llena de eficacia y para eso hemos de hacer el esfuerzo de vivir con orden humano y también rezar mucho para ser personas que viven un orden sobrenatural, un orden espiritual.

Ese orden va desde lo más interior, el orden de la calidad, el orden de los afectos hasta lo más exterior, el orden en las cosas materiales y en las cosas pequeñas.

El orden de la vida de Jesús no era ni rígido ni flexible, sencillamente es orden. U otra forma podemos de explicarlo, ese orden nos dará la flexibilidad para cambiar si lo exige la caridad, el amor a Dios o el amor a los demás.

ACTUAR CON AMOR COMO JESÚS

servir

De ese modo, nuestra vida no será cuadriculada o inflexible, sino que seguirá siempre el orden sobrenatural que procede del amor a Dios y del amor a los demás.

Podemos meditar unas palabras exigentes de san Josemaría que decía:

“Te consta que la labor es urgente, y que un minuto concedido a la comodidad supone un tiempo sustraído a la gloria de Dios. —¿A qué esperas, pues, para aprovechar a conciencia todos los instantes?
Además, te aconsejo que consideres si esos minutos que te sobran, a lo largo de la jornada —¡bien sumados, resultan horas!—, no obedecen a tu desorden o a tu poltronería.” (Surco 509).

Sí, porque hay mucho que hacer para llevar el mundo a Dios. Por eso, los años de vida pública de Jesús fueron tan aprovechados. El iba de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y lo imaginamos atendiendo a mucha gente. Como vemos ahora a nuestro nuevo Papa León XIV, que ya está con una agenda muy apretada de actividades, por amor a los demás, para servir a la iglesia.

El orden cristiano viene de esa pregunta que nos podemos hacer: ¿Qué es lo que quiere Dios de mí ahora en este día, en las próximas horas? ¿Qué es lo que necesitan los demás?

Después, ¿qué es lo que me agrada a mí o qué es lo que quiero yo? Pero primero están Dios y los demás, y de esa manera estaremos seguros de aceptar y de cumplir en cada momento lo que es nuestro deber de amar a Dios y a los demás.

PEDIMOS AYUDA A NUESTRA MADRE LA VIRGEN

La Virgen también habrá apoyado a los apóstoles en esto. Y les habrá dicho muchas veces que era cuestión de amor a Cristo, de vivir enamorado, de pensar en el prójimo.

Que le pidamos a ella ayuda, como ella supo cuidar siempre a todos y estar en cada momento en lo que era necesario con el orden de su alma y de su caridad de madre.

Ayúdanos también a nosotros, a levantarnos a primera hora de la mañana para aprovechar cada segundo de nuestro día, con el fin de dar Gloria a Dios y de querer a los demás, y de poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas.

De esa manera, quien vive con orden se llena de paz y de serenidad. No de la serenidad del perezoso, sino de la serenidad del que sabe que en cada momento ha cumplido su deber, su deber cristiano y ha amado con su vida.


Citas Utilizadas

Hch 13, 26-33

Sal 2

Jn 14, 1-6

Mc 3, 20

2Ts 3, 6-7

2Ts 3, 11-13

Surco 509

Reflexiones

Señor, ayúdanos a vivir con orden, venciendo la pereza. Para así, tener una vida llena de eficacia y de fruto espiritual que nos llene de paz y alegría.

Predicado por:

P. Cristian

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