Hoy la Iglesia quiere que consideremos nuevamente ese pasaje del Evangelio que también hemos llevado tantas veces a nuestra oración.
El Señor está nuevamente discutiendo con los fariseos y el Doctor de la Ley le pregunta a Jesús:
«¿Cómo puede hacer uno para ganar la vida eterna?»
Y la respuesta de Jesús es esta parábola del buen samaritano que conocemos muy bien.
Un hombre bajaba por el camino -el camino que une Jerusalén con Jericó- y allí, en medio de ese caminar, es encontrado por unos maleantes que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto.
Y da que la casualidad hace que por allí pasen tres personajes. El primero,
«un sacerdote, bajaba por aquel camino y al verlo dio un rodeo y pasó de largo».
No sé, la verdad es que el motivo no lo pone aquí explícitamente el evangelista. Tal vez pensó muy probablemente que ya estaba muerto y que se iba a contaminar ritualmente si entraba en contacto con el cadáver, pero el hecho es que pasa de largo.
El segundo personaje es un levita, que hizo exactamente lo mismo.
«Al verlo dio un rodeo y pasó de largo».
Y obviamente el tercer personaje es el que le da el nombre a esta parábola: pasó un samaritano.
SAMARITANOS
Los samaritanos -también lo sabemos muy bien- eran un pueblo emparentado lejanamente con el pueblo judío, pero que no se llevan tan bien. Y el samaritano, por esa diferencia que hay en el trato, pudo haber dicho perfectamente: este no es mi problema. No tengo obligación de ayudar a alguien que no es de mi misma raza o de mi mismo culto, del mismo grupo.
En cambio, lo que notamos aquí con esta parábola que nos presenta el Señor, es que,
«al verlo, se compadeció y acercándose le vendó las heridas, echándole aceite y vino; y montándolo en su propia cabalgadura lo llevó a una posada y lo cuidó. El día siguiente, sacando dos denarios, se lo dio al posadero y dijo: cuida de él y lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva».
La pregunta que les hace después de presentar esta imagen el Señor al fariseo, obviamente, va también dirigida a ti y a mí.
«¿Cuál de los tres te parece que ha sido el prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»
La respuesta es obvia:
«el que practicó la misericordia con él».
Y lo que le dice el Señor al fariseo, también nos lo dice a ti y a mí:
«Anda y haz tú lo mismo»
(Lc 10, 30-35).
Uno puede pensar: es muy fácil mandar a cantar con tan buena voz, porque el Señor nos exige que vivamos la caridad y la misericordia también con las personas con las que no tenemos ningún tipo de nexo o de deuda; o incluso de relación directa.
Porque nos pide que seamos como el fariseo, que tenía motivos más o menos válidos, no es el caso ahora, para no ayudar a ese hombre que estaba medio muerto.
EL BUEN SAMARITANO ES JESUCRISTO
¿Por qué el Señor pide tanto? ¿No será como crueldad otra vez de este Dios que parece que se divierte pidiéndonos cosas que nos complican la vida? Obviamente la respuesta es no. Dios no es un Dios cruel que pide cosas que superan nuestra capacidad.
Además, una cosa muy bonita de esta parábola es que el Señor nos está diciendo:
«Anda y haz tú lo mismo»,
no solamente a ejemplo de esta parábola, sino: «Haz tú lo mismo que hice Yo».
Porque si nos ponemos a ver, el buen samaritano por antonomasia, es el mismo Señor Jesucristo. Él asume una cercanía al que nos está obligado a asumir. Asume nuestra pobre naturaleza humana, se acerca a nosotros porque tiene entrañas de misericordia, se compadece de nosotros y nos monta en su propia cabalgadura, como hace el samaritano de la parábola.
Él nos saca de la postración, de la muerte, de la miseria, del pecado y nos eleva, nos lleva a una dignidad superior. Y no solamente eso, sino que nos salva. Y de nuevo aquí lo que llama la atención es que todo es innecesario.
El samaritano tenía menor obligación de ayudar a ese pobre hombre o, al menos, menos obligación de la que tendría el sacerdote o el levita que son de la misma raza.
MIRA LO QUE DIOS HACE
Dios tiene también muy poca obligación de ayudarnos. Y, sin embargo, mira lo que ha hecho por ti y por mí en la Cruz. Lo que hace en cada sacramento de la confesión cuando nos acercamos a ese tribunal de la misericordia de Dios, volvemos a la vida.
Mira lo que hace en cada comunión cuando nos alimenta con el pan de los ángeles, que devuelve y alimenta nuestra fortaleza, la fortaleza de nuestra alma, mira todos los favores que nos hace Dios para empezar el don de la vida cada día, cuando abrimos los ojos cada mañana.
Todos los favores que Dios hace de continuo para que tú y yo tengamos los medios suficientes para llegar al Cielo y todo esto gratuito, sin necesidad en sentido estricto.
Por eso, el Señor puede con todo derecho decir:
«Anda y haz tú lo mismo».
Y no solamente lo mismo como el samaritano, sino: Haz lo mismo que he hecho Yo por ti. Complícate la vida, incluso en aquellos casos en los que parece que no hay necesidad.
SANTOS QUE HAN SEGUIDO EL EJEMPLO
Aquí hay muchísimos ejemplos de santos que han seguido perfectamente este ejemplo del Señor. San Maximiliano Kolbe, por ejemplo, que es conocido por su heroico sacrificio en el campo de concentración.
Él no solamente se complicó la vida, sino que dio su vida por ese otro prisionero que estaba allí, que era padre de familia, que lloró al pensar que iba a ser ejecutado y que no iba a poder ver más a sus seres queridos. Y san Maximiliano, sin dudarlo, se ofreció a tomar su lugar diciendo: yo voy a morir por este hombre, déjenme ocupar su lugar.
Hay muchos ejemplos. San Damián de Molokai, también conocido como el apóstol de los leprosos, se ofreció de voluntario para servir en esta Isla Molokai en Hawaii donde estaban los enfermos de lepra.
Eran aislados en condiciones inhumanas y san Damián de Molokai va. No sólo brindó su atención médica espiritual, sino que vivió como uno de ellos y se contagió. Murió feliz dando su vida por el servicio a los demás.
Me viene a la mente ahora la Madre Teresa de Calcuta, que se complicó la vida totalmente por los más pobres y los más necesitados.
En estos días me apareció una imagen en internet de los pies de la Madre Teresa de Calcuta y era conmovedor porque, aunque la imagen era grotesca, los pies de santa Teresa estaban deformes y el comentario era que así son los pies de una persona que se ha dado totalmente a los demás.
Porque cuentan que cuando venían zapatos como donativo, la Madre Teresa siempre elegía para ella los peores zapatos. De por sí ya eran malos la mayoría de las veces, porque eran calzado utilizado ya. Pero puestos a elegir, ella elegía para sí lo peor, con tal de que quedara lo mejor para los pobres y para los niños.
EL SEÑOR NOS PIDE SANTIDAD
El ejemplo de santos a lo largo de la historia que han sabido vivir como el Señor:
«ve y haz tú lo mismo»,
son muchísimos. Obviamente, a ti y a mí, el Señor nos pide también esa santidad.
Podemos preguntarnos en este día, aprovechando este evangelio del día de hoy, ¿quién es mi prójimo? ¿Estoy dispuesto yo a complicarme la vida por los demás? Aquí no importa tanto si vale o no vale la pena esa persona, porque lo que estamos haciendo es intentar seguir las huellas de Cristo. Que, de nuevo, hoy en el evangelio nos dice:
«Ve y haz tú lo mismo».
Aquí aprovecho, para recordar que uno a veces puede decir: «cuando consiga la oportunidad de ayudar heroicamente a una persona de la calle o a un orfanato o a una casa hogar de ancianos, ahí sí tendré la oportunidad de decir: ‘voy a hacer lo mismo que me dice el Señor como el buen samaritano’».
Pero vas a mirar la gente que tenemos más cerca de nosotros, en nuestra casa, en nuestra oficina, en nuestra ciudad, en nuestro edificio, en el lugar donde vivimos. ¿Quiénes son esas personas con las que no tenemos obligación estricta de ayudarles? Pero que vemos también allí una oportunidad de escuchar al Señor que nos dice: “Ayuda, complícate la vida; ve y haz tú lo mismo”.
Vamos a encomendarnos a nuestra Madre la santísima Virgen, porque en esto ella también es maestra. Ella es Madre de nuestro Señor, pero también aprendió de ese amor a Dios al complicarse la vida por los demás, a estar allí siempre ayudando a su prima santa Isabel, en las bodas de Caná y, en general, ayudando a toda la humanidad en el momento de la Cruz.
Nos encomendamos a ella para que también tengamos nosotros, por su intercesión, verdaderas entrañas de misericordia.
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